“La vida es un constante proceso, una continua transformación en el tiempo, un nacer, morir y renacer”. Hermann Keyserling
Cuando nos empezamos a formar en la Práctica Psicomotriz iniciamos un camino que conlleva la modificación permanente en la manera de percibir y sentir a los niños, a los adultos y a nosotros mismos. Aucouturier ya nos decía que la formación personal tiende al cambio de la persona y André Lapierre que sólo se puede intervenir eficazmente y sin riesgos sobre la personalidad del niño habiéndose explorado anteriormente a sí mismo.
Este proceso exploratorio no tiene vuelta atrás e implica unos beneficios y también ciertos problemas que hay que saber ir solucionando gracias al soporte de los formadores y otros psicomotricistas con los que durante este camino estrechamos lazos.
La relación de acompañamiento simbólico entre el psicomotricista y los niños sabemos que favorece la expresión de los fantasmas, los miedos y los sentimientos de ambos pues el juego es la expresión primaria del inconsciente. Por eso se trabaja de forma especial estas cuestiones en la formación personal.
En la sala de psicomotricidad llevar a cabo acciones aunque sean simbólicamente nos obliga a enfrentar el deseo, la angustia y el miedo y a sentir esas cargas emocionales. Todas esas acciones simbólicas provocan un cambio en la mente a la vez que avanza una modificación en el sistema nervioso y neuronal del psicomotricista en formación.
El trabajo personal introspectivo de lo sentido y en relación corporal con los demás es un trabajo muy especial ya que potencia las capacidades empáticas y de observación atenta de las más mínimas expresiones emocionales del otro a través del cuerpo y sus producciones. Esta escucha atenta provoca que se produzca con mayor facilidad una imitación inconsciente de las posturas y expresiones faciales. Gracias a este mecanismo fisiológico y mental, y si funciona bien, entendemos con facilidad como se sienten las personas.
Digamos que existe una sincronía instintiva y genética de los estados afectivos y por lo tanto del sistema nervioso autónomo propio con el de los demás. La neurociencia dice que cuando las personas copian la postura emocional de los otros somos más propensos a compartir los mismos sentimientos. Si alguno quiere hacer la prueba de cómo nos influimos corporalmente los unos a los otros le propongo que observe como al estar con otras personas nos acompasamos en los ritmos y posturas. Por ejemplo: con la respiración, el ritmo del paso al andar, el nerviosismo, el estado de alerta, las expresiones faciales, la risa, con el bostezo…
Traduciendo: el eco postural y las emociones son muy contagiosas y nos influyen aunque no queramos y los psicomotricistas somos profesionales que trabajamos especialmente con las emociones. No conozco otra profesión en la que se necesiten tanto estas capacidades tan desarrolladas, quizás tan solo se acerquen los psicoterapeutas.
Por esto, el impacto en la estructura de la personalidad es notable; y existe debido al entrenamiento corporal en sentirse y sentir a los otros, cierta fragilización personal en consonancia con la mayor capacidad adquirida de sintonizarse emocionalmente con la emoción del otro. El otro ahora se nos presenta distinto, nos atraviesa y nos lleva a acercarnos a él. En definitiva, nos transforma porque hemos aprendido a ser maleables, dúctiles y sintonizarnos en sus necesidades más básicas afectivas. A esto hay que sumarle nuestro estilo de apego y el de los otros que también asoma por estas nuevas formas de relación para intentar acoplarse. Todo resuena por estar con el otro en búsqueda de sintonía y reparación.
Con la educación sistemática de la atención plena en la participación afectiva el cerebro se especializa en buscar e intentar adivinar los sentimientos de los demás para ajustarse empáticamente y así proporcionar una base compartida y compresiva de las necesidades de los otros. Todas las cualidades naturales de empatía que ya tenemos de nuestra historia personal y educativa, previas a la formación en psicomotricidad, son fuertemente multiplicadas al convertirnos en profesionales de la atención sutil y consciente.
En este proceso instructivo se vivencian tantas emociones que para muchos supone el replanteamiento de su pasado y de su futuro. Al verse con cierta perspectiva dentro y fuera de las sensaciones y poder sentir en los ejercicios prácticos quienes son, cuál es su forma de relación actual con sus semejantes, y cuál fue su historia de niños, sus conflictos infantiles, los sentimientos de culpa no resueltos, los deseos insatisfechos o prohibidos, las tensiones agresivas, la sexualidad, la seducción, los celos, las emociones reprimidas, las resistencias, las proyecciones, las pulsiones, los mecanismos de defensa, malestares, tensiones, el amor y el odio…
Ante todo esto surge lo inevitable: un conjunto de fases de ajuste, de etapas de maduración psicológica y asimilación, que se dilatan en el tiempo y del que no somos conscientes hasta que pasa un tiempo, a veces años. El psicomotricista necesita tener un cuerpo que diferencia las sensaciones propioceptivas de las que vienen de fuera y de una estructura mental analizada porque nuestra historia previa está ahí, con nosotros, interfiriendo en nuestra vida afectiva y relacional.
En este camino que han elegido aquellos que quieren ser psicomotricistas hay personas que a medida que ven, oyen y sienten se cuestionan tantas cosas que abandonan la formación por miedo a la fragilidad, otras que cambian el rumbo de sus vidas y otras que ahondan en el porqué de sus emociones y vidas provocando rupturas o mayor acercamiento a sus parejas sentimentales.
Cada cual necesitará su tiempo y su distancia, su estar consigo mismo para recomponerse, aceptar la fragilidad, equilibrarse y encarar las nuevas capacidades de ver y emocionarse que tienen sus nuevos ojos y sus nuevos cuerpos sensibles…
Con la formación en Práctica Psicomotriz ya nada es como antes, nace una nueva persona sensitiva, delicada y preparada para atender a los demás. Pero también conlleva un lado a cuidar y es que al ser más fácilmente contagiado por los sentimientos de los otros es más fácil caer en el síndrome del “quemado” personal y profesional. Además todos los días al enfrentar nuestro trabajo llevamos muy alto nuestra empatía y ajuste tónico a los niños y pacientes.
Absorbemos los sentimientos de los niños y sus dificultades, así como los problemas de sus padres y familiares, sumamos los nuestros, etc. Por lo tanto, es necesario saber modular la empatía a un nivel seguro para no perjudicar nuestra salud. Tenemos que ser capaces de expresar una emoción positiva a los otros a la vez que neutralizamos las emociones negativas de ellos. Y aquí está el problema. Como hemos explicado antes a pesar del entrenamiento en filtrar y poner la empatía a nuestro servicio esta conexión se puede saltar todos los filtros y afectarnos inconscientemente.
Shindul-Rothschild dice que el 14% de los profesionales de la salud mental que trabajan con víctimas de trauma manifiestan niveles de estrés traumático similares a los experimentados por las víctimas de TEPT. Debemos tener claro que al trabajar con individuos muy estresados o con problemas se es muy vulnerable al aumento de la activación de nuestro sistema nervioso autónomo y de las narrativas no integradas. Por lo tanto, el ser consciente en el aquí y en el ahora de nuestras sensaciones corporales, así como el de disponer de una red social de apoyo a nivel familiar y profesional es vital para intentar protegernos.
Es comprensible que una vez que uno es traspasado con esta formación tan distinta a las demás se pregunta cómo es posible que no nos enseñaran esta forma de trabajar con los niños y con las personas en la universidad a la que fuimos y que nos tenía que preparar para trabajar con la diversidad y la inclusión.
Y entonces nos preguntamos por el sentido de todas esas horas estudiando teoría psicológica para estar “mejor preparados” ante las dificultades de aprendizaje y relación. Pero lo cierto es que ahora con lo que sabemos nos resulta difícil la forma de trabajar de nuestros compañeros “tradicionales” y la de otros profesionales de la educación y la psicología pues ellos no están tan afinados para la relación como aquellos que nos formamos específicamente en ello.
Gallese, Ferrari y Umilta (2002) lo resumen muy bien en esta frase:
“La empatía se basa profundamente en la experiencia que mi cuerpo ha vivido, y es esta experiencia la que nos permite reconocer directamente a los otros, no como cuerpos dotados de una mente, sino como personas idénticas a nosotros”.