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miércoles, 19 de agosto de 2020

¿Es la psicoterapia una fantasía? ¿Nos invade la educación emocional y pseudo-terapéutica?

"Ningún crítico es más capaz que yo de percibir claramente la desproporción que existe entre los problemas y la solución que les aporto." Sigmund Freud
"Nuestra práctica es una estafa, fanfarronear, hacer pestañear a la gente, deslumbrarla con palabras rebuscadas, es lo que habitualmente llamamos "rebuscado". (...) Desde el punto de vista ético, es insostenible nuestra profesión; es por eso que me enferma, porque tengo un superyó como todo el mundo." Jacques Lacan


¿Son realmente efectivas las psicoterapias o hemos construido una industria millonaria de consumo de psicoterapias que se consume como una religión? Problemas que hace unos años eran solucionables desde una reorganización escolar o social ahora son sustituidos por la recomendación de una psicoterapia: ¿Se trata de una fe irracional en la psicoterapia como si su mera aplicación fuese suficiente para solventar cualquier problema? ¿Se trasladan los problemas sociales a la responsabilidad en exclusiva del individuo, su familia y sus pensamientos?

Desde hace años el pensamiento pseudo-terapéutico ha ido entrando en las escuelas alienando la educación. Hemos pasado de la antigua educación autoritaria a la moderna educación emocional invasiva y controladora de las emociones positivas y felices, una nueva educación pseudo-terapéutica que ve a los niños como seres sumamente frágiles y los infantiliza a base de proteccionismo, sobrevigilancia y excesivos cuidados apelando a las emociones.

Es posible que la gran popularidad de la carrera de psicología del que salen todos los años más de 7.000 psicólogos en España y que en el 2018 contaba ya con 32.516 colegiados (INE), más los numerosos cursos de terapias alternativas, hayan contribuido que sus miles de estudiantes y licenciados trasladen a la sociedad la impresión de que casi todo malestar es mejorable o solucionable a través de una psicoterapia o intervención sobre la emociones y las cogniciones.

¿Hasta que punto se puede producir la paradoja no esperada que a más psicólogos y terapeutas en la sociedad, más furor por ayudar y más intentos de diagnósticos y nuevas conceptualizaciones de malestares psicológicos que antes no existían y que pasan al imaginario colectivo como síntomas a tratar? ¿Son reales estas nuevas necesidades? ¿Pueden hacer lo que prometen o consultar al terapeuta es como la forma moderna de consultar al oráculo y poner una vela a un santo?

En muchas reuniones de trabajo me ha quedado la impresión de una psicologización excesiva que simplifica a una única dimensión individual cantidad de problemas complejos que tienen su origen en las condiciones socio-económico-afectivas que crea el propio ser humano y que en el mundo real son difícilmente solucionables por un terapeuta. Por eso, es importante crear equipos multi-disciplinares que aporten otras orientaciones en nuestro trabajo y enfoques que no sean solo de psicoterapia en los gabinetes de psicología, en Atención Temprana o en los colegios.

La psicología no pasa por su mejores momentos y las psicoterapias de algunos trastornos están dando un tamaño de efecto menor en niños y adolescentes comparados con adultos en algunos estudios, así como efectos secundarios no deseados o resultados levemente mejores que el placebo.

Dicen algunos médicos que el arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la Naturaleza cura la enfermedad. Y sinceramente creo que hay mucho de esto, un efecto estadístico de regresión a la media de los síntomas que los psicoterapeutas se apuntan como logro causado por ellos en primera instancia. Podríamos decir que el psicoterapeuta intenta cambiar o mejorar los problemas del paciente desde lo psicológico cuando obviamente, en muchos casos, sus problemas son algo más complejos que cambiar sus cogniciones o emociones.

Desde hace años he observado en muchos profesionales de la psicología y profesores un uso excesivo de la psicología positiva, del mindfulness, de las inteligencias múltiples, de la inteligencia emocional, del estímulo de la autoestima, de la promoción de las emociones “positivas” y del intento de la erradicación de las emociones “negativas”, todo desde unas creencias y unos mitos que tratan de ayudar a los otros sin saber que estos intentos pueden provocar depresión, ansiedad, y una manera inadecuada de afrontar los problemas.

Algunos terapeutas experimentados se han dado cuenta de lo poco que pueden ayudar a sus pacientes, así que han re-elaborado su discurso diciendo que ellos “solo acompañan y escuchan al paciente en su proceso vital”. Pero además de “acompañarles”, “darles un lugar” y “escucharles” hay que ayudarles en lo real tangible del día a día. Si tus condiciones de vida son jodidas y nadie te ayuda con recursos físicos, relacionales y económicos los problemas psicológicos se acrecientan. Por ejemplo, si las personas necesitan una vivienda, un trabajo, unas buenas relaciones familiares, un colegio inclusivo, poder pagar facturas, ayuda con los niños, etc. ¿de qué sirve decirles que cambien sus cogniciones? Es como hacerles trampa. Y los que trabajamos en esto sin auto-engañarnos, sabemos que muchos de los problemas que tratamos no se solucionan con una pastilla, pero tampoco con una psicoterapia.

La ayuda psicológica por sí sola se queda muy corta y los trabajadores sociales, educadores sociales y mediadores son indispensables en los gabinetes de psicología, cosa que no suele suceder. En mi opinión, más que tirar de la psicología del ser humano (el individuo), necesitamos una sociología comunitaria que estudie y ayude a mejorar los recursos necesarios, los grupos de pertenencia de las personas y sus relaciones en la sociedad. Los condicionantes sociales provocan gran parte del sufrimiento: son los contextos sociales los que generan sentimientos de inferioridad, desigualdad, evitación, agresión, conflicto, estrés, depresión, impotencia, etc.  Una parte de la ayuda corresponde a los políticos para que doten de recursos tangibles a las personas que más lo necesitan y otra parte a la sociedad para que se implique en proyectos de voluntariado comunitario.

Sabemos que para sentirse bien las personas necesitan sentirse integradas y válidas; y no solamente recibir ayuda psicológica pasivamente, porque los pacientes se sienten bien al dar ayuda productivamente a los demás. Una buena regulación y formación del voluntariado en la sociedad sería de gran ayuda y más en estos momentos si el estado por la situación económica global no es capaz de proveer recursos.

Como decía Lambert, autor que ha intentado explicar a qué se deben las mejorías experimentadas con la psicoterapia: La vida es lo que más genera cambio, el 40%, y la relación con el terapeuta o las técnicas psicológicas utilizadas tienen un papel menor. Así que muchas de nuestras intervenciones se generan a través de cambios sucedidos en el contexto no terapéutico. 

 


 

Dado el actual boom de las terapias, más propio de una necesidad casi religiosa de creer en algo para solucionar nuestros problemas, creo que nos aportaría mucho más una visión con cierta equidistancia, como la de un antropólogo que estudia los diferentes comportamientos ante la búsqueda de terapia a lo largo de las diferentes culturas. Necesitamos observar cómo se comportan los pacientes y cómo se comportan los terapeutas según su cultura y sus ideas o cómo se inserta ese individuo y ese terapeuta en la sociedad. 

Lo importante es estudiar las repercusiones que tiene sostener una idea o creencia para pacientes y psicoterapeutas, sea del tipo que sea, porque mantener una determinada creencia o idea da al individuo beneficios sociales como protección del grupo, aliados, subvenciones, reconocimientos, seguidores, mejor trato, etc. aunque esas ideas o creencias sean inventadas o falsas o semi-falsas (así que estos beneficios hacen que no consideraremos falsas las creencias, sobre todo si nos rodeamos de otras personas que piensan como nosotros). Crear mapas de relaciones humanas entre creencias, grupos e individuos para saber como se reproduce y sostiene el auto-engaño (cosa que ya pueden hacer las redes sociales de Internet) permitiría conocer mejor al ser humano además de abrir el mundo a la posibilidad de una distopía, porque a mayor capacidad de conocimiento mayor capacidad para la manipulación en lo bueno y en lo malo.

Por ejemplo, psicoterapeutas y curanderos en todos los países son parecidos en que activan una esperanza al paciente de ocuparse de su problema y esto no deja de ser un efecto placebo utilizado a favor del paciente. Les entretenemos con rituales en las consultas, a veces con apariencia de científicos, mientras el mero paso del tiempo mejora o empeora sus síntomas (normalmente mejora por ese regreso estadístico a la media del que hablábamos antes o porque los niños crecen y maduran dejando atrás sus contratiempos). A la vez que esto ocurre creamos ficciones y explicaciones simples de su mejora o empeoramiento, establecemos causalidad sin pruebas bien diseñadas científicamente, que elevamos a categoría de lo real y tratamos de extenderlas como señal de pertenencia grupal a una escuela psicológica o ideología. Esta ficción explicativa de lo que le sucede al paciente funciona como marcador social, permite ser una señal de afilación a un grupo psicoterapéutico y entonces poder ser reconocido como psicoterapeuta para navegar por el complejo sistema social de las psicoterapias.

Como no somos islas, cada persona construye un relato o varios, por sí mismo en base a sus experiencias o ayudado por familiares, amigos, terapeutas, asociaciones o la sociedad al completo. Y eso da carácter de existencia propia y subjetiva a los hechos que nos suceden al margen o al semi-margen de la realidad “objetiva”. Por eso escuchamos mucho el “a mí me funciona” incluso con remedios estrambóticos y totalmente inverosímiles.

Toda terapia o todo intento de nueva vida alejándose de los problemas integra la construcción de un nuevo relato, relato que puede ser mejor o peor por cuestión de azar más que de la propia psicoterapia en sí misma. Además, no es fácil mantener los resultados, ya que los relatos que construimos o nos dan para ayudarnos, caducan, porque los significados cambian con el transcurrir del tiempo a través de los procesos de maduración biológica y los cambios de los significados socio-culturales compartidos. La sociedad como tu cuerpo cambia quieras o no y tu relato construido de héroe o víctima puede acabar en villano y viceversa con el transcurrir de los años.

¿Cuánto tiempo dura el efecto de una terapia? ¿Cuánto dura su placebo? ¿Cuánto dura mi Yo actual?

Tristemente para la psicología se observa una escisión entre los intentos de hacer ciencia de los investigadores apoyándose en el método científico con los descubrimientos en neurociencias, aprendizaje conductual, biología, matemáticas, informática, etc., y lo que sucede realmente después con su intento de aplicación práctica a la psicoterapia.

He visto como cantidad de compañeros después de hacer la carrera en psicología (supuestamente científica y de orientación cognitivo-conductual) optaban por hacer másteres de formación que se alejaban de los métodos científicos como el psicoanálisis, las constelaciones familiares o la psicoterapia Gestalt (cuyo nombre no tiene nada que ver con la psicología de la Gestalt, que es una escuela que estudiaba la psicología de la percepción humana y no es una psicoterapia).

Muchos de ellos ya al iniciar la carrera fantaseaban con el psicoanálisis u otras escuelas no científicas y todas las clases recibidas no sirvieron para desviarlos de sus creencias previas, ni incluso con los actuales másteres habilitantes para la clínica. Los prejuicios son muy difíciles de destruir aunque se aporten datos; y estudiaban como todos psicofisiología, análisis de datos, metodología, psicología del aprendizaje, etc. pero simplemente ellos aprobaban esas asignaturas y se iban corriendo a seguir leyendo lo que les gustaba oír. Y es que cuando una creencia social y una creencia real entran en conflicto, la gente opta por la creencia que mejor señala su identidad social, incluso si ello significa mentirse a sí mismos.

La racionalización de las creencias y los propios deseos propician la distorsión de la verdad mediante el auto-engaño en lugar de la aproximación a la realidad, porque una función de las creencias y los deseos es facilitar la inclusión social en los contextos sociales preexistentes. Si has establecido lazos sociales por sostener unas creencias no quieres perderlos. Es difícil atenerse a las pruebas objetivas cuando tu supervivencia depende de afirmar las creencias que sostienen los que te dan de comer o te dan pertenencia a un grupo, identidad y aceptación. Las ideas son lo que nos une y por eso se defienden aunque sean un contrasentido. Si me etiqueto como psicoanalista o sistémico o humanista, automáticamente seleccionaré y compartiré la información que me llega para mantener mi creencia y pertenencia al grupo que pertenezco y me acoge. Es una necesidad tan profunda que las personas se sienten en deuda y tratan de proteger al grupo creando burbujas informativas.

Es un poco frustrante ver lo difícil que es cambiar las creencias de la gente, incluso dentro de los propios psicólogos que estudian cómo funciona la mente humana. La psicología como ciencia ha conseguido describir una lista larguísima de sesgos y errores cognitivos en el pensamiento de las personas, y también en los psicoterapeutas por muy entrenados e instruidos que estén: sesgo de confirmación, ilusión de control, confundir el insight (comprensión del problema) con la mejoría, re-escritura retrospectiva del funcionamiento pre-tratamiento, interpretación selectiva de los resultados, inducción del efecto Charcot, etc.

Pero hacemos solamente eso, detectarlos y describirlos cuando se detectan en los experimentos psicológicos, porque sigue siendo muy muy difícil corregirlos. Y aunque a veces se consigue razonar mejor haciendo un gran esfuerzo mental señalando el error o diseñando clases formativas que fomentan el pensamiento científico y crítico, muy a nuestro pesar los sesgos vuelven porque son puntos ciegos evolutivos de la especie. Seas científico o no, necesitas ser escéptico por defecto de tus propias ideas y gustos. Sabemos que el método científico no es perfecto, pero a pesar de sus fallos es la mejor herramienta de la que disponemos actualmente para intentar no auto-engañarnos. Y en el terreno psicológico el auto-engaño campa a sus anchas tanto para los pacientes como para los terapeutas.

No quiero poner en un pedestal a los científicos por el mero hecho de serlo, ya que no podemos subestimar al cerebro a la hora de auto-engañarse ni aunque ese cerebro sea catedrático en investigaciones científicas o premio Nobel. La inteligencia humana no es neutra ni imparcial ni recrea una visión fiel del mundo. El ser humano utiliza su inteligencia bajo un razonamiento motivado para proteger la identidad propia, por eso a más estudios superiores y másteres más capacidad para elaborar cognitivamente respuestas, argumentos y narrativas que defiendan la propia visión del mundo aunque se esté equivocado

El sesgo de confirmación hace que intentemos interpretar los datos de manera que nos dé la razón. Miramos los datos y tratamos de buscar cualquier patrón que parezca relevante para nuestras creencias aunque los datos no tengan sentido o sean simples correlaciones aleatorias. El sentido se lo ponemos nosotros según nuestras creencias. Y establecer una relación causa-efecto "por mi experiencia", por un único experimento o por varios sin el suficiente tamaño de la muestra es un error fatal. Así que no nos engañemos, todas las personas tengan más inteligencia o menos, más estudios o menos, más reputación o menos, caen en el razonamiento motivado y por lo tanto pueden entrar, en algún momento de su vida, en el uso de pseudo-terapias o a defender cosas irreales o incluso estúpidas. Para mí, este descubrimiento del auto-engaño mental sistemático es el mayor logro que ha descubierto la psicología como disciplina.

Por lo tanto, debido a estos fallos o sesgos humanos, gran parte del funcionamiento mental normal y patológico se sale fuera de lo real y encuentra su retroalimentación y existencia en lo subjetivo, en cantidad de errores de pensamiento y puntos ciegos que quedaron tras procesos selectivos de supervivencia dentro de los grupos sociales durante miles de años. Todo nuestro cerebro-mente trata de defenderse cognitivamente de la invasión de ideas ajenas que alteran la visión tranquilizadora subjetiva del mundo, un mundo que ha construido a lo largo del tiempo en su particular ambiente de ideas y experiencias, y por eso la Educación científica tiene dificultades para cambiar el pensamiento mágico o sin evidencias; porque cuestionar las ideas es mucho más que cuestionar ideas, es cuestionar la pertenencia al grupo que las defiende y por lo tanto hasta nuestra supervivencia y modo de vida.

Mientras la ciencia avanza en la genética, la tecnología o la ingeniería... la psicoterapia NO avanza. Podemos decir que la ciencia tiene un gran impacto en nuestras vidas, pero las pseudo-ciencias también aun no siendo “reales”, pues convivimos con ellas y para ellas, no queremos estropear una bonita historia explicativa que nos gusta con la posibilidad de su no existencia. Le encontramos sentido, nos encaja y nos sirve para embellecemos la vida y no entristecernos. Y son muchos años formándose en pedagogía sistémica alternativa, programación neurolingüística (PNL) o en la lectura del futuro en los posos del café. Todo encaja maravillosamente en nuestras creencias y las amamos y además queremos que todos los demás las tengan, ¿cómo no íbamos a amar aquello que nos da parte de nuestra identidad, una profesión y un lugar en el mundo? Y encima el dinero y el tiempo que nos ha costado en formarnos.

Nada oculta mejor la realidad que los subterfugios del lenguaje, por eso muchas profesiones y también la psicoterapia se parapetan detrás de un lenguaje oscuro propio de su corriente psicológica y de teorías no comprobables científicamente. Lo primero que hace un experto es dotarse de un lenguaje que sus pacientes desconocen para conseguir un efecto de dominio. Son capaces de repetir a un paciente lo que todo el mundo por sentido común le dice o lo que él paciente ya sabe, pero con palabras “técnicas” que justifican el cobro de su salario.

Aquellos que no quieren ser puestos a prueba por la ciencia ponen toda su fe en un relato o en algún personaje que tuvo alguna relevancia en el pasado. Pero a la vez que rechazan la ciencia o la crítica, según su interés y ante su público no dudan de decir que la psicoterapia no es científica porque es un arte y por lo tanto no es comprobable científicamente, para al mismo tiempo correr a citar un estudio científico si creen que avala lo que ellos dicen. No se cansan de decir que la ciencia no puede capturar la realidad humana, pero mandan por e-mail o retuitean a todos sus compañeros de creencias el último estudio científico que creen les da la razón, aunque esté realizado con muy pocos participantes y sea poco generalizable. Sesgos y más sesgos, esto es lo que hay en los seres humanos.

Con los años he visto a amigos acudir por más de 10 años al psicoanalista y no ver ninguna mejora, y a la vez estar encantados y a otros dejarlo aburridos pero sin crítica. También he visto a otros enfrascarse en la lectura minuciosa y obsesiva de Lacan y adoptarlo como un sacerdote interpreta la biblia. Es algo común que tanto pacientes como psicoterapeutas busquen información sesgada que confirme sus sospechas previas. No se cuestionan lo que se hace, y a veces recurren a mitos como el de “conocerse a sí mismo” para justificar todo ese tiempo invertido. Cuando más coste en tiempo, dinero, esfuerzo o compromiso tiene una psicoterapia, más intentos de justificación. Y la gente hace grandes esfuerzos y sacrificios por ir a formarse, lo que hace una preselección de los más influenciables a los nuevos mitos.

Esto de “conocerse a sí mismo” es algo que la publicidad, los coach y psicólogos del auto-conocimiento han explotado mucho con gran beneficio económico. Pero esto de “conocerse a uno mismo” es una falacia, porque reaccionamos al contexto en base a la interacción entre nuestra genética, personalidad, edad, experiencias previas, entorno y relato. Por lo tanto es dinámico, hay una multiplicidad de yoes que aparecen y desaparecen según las presiones a los que nos vemos sometidos y la lectura que hacen los demás y nosotros de ello. En consecuencia nuestro Yo unas veces nos gusta y otras veces no porque intenta regular su sentido social. Somos de una forma con nuestros padres, de otra con nuestra pareja, de otra con nuestros hijos, de otra con nuestros amigos, de otra con nuestros compañeros de trabajo, de otra si tenemos dinero, de otra si no tenemos salud, de otra si el vecino me saluda o me niega el saludo, etc.

Y encima esta ilusión del Yo varía a lo largo del tiempo que vive una persona porque funciona como un sensor guía dentro del complicado mundo social: ¿Quién soy yo realmente? Pues no eres más que un intento de la mente de relato coherente, un intento de dar unidad de cara a lo social. Lo social que observa y juzga y en base a ello otorga estatus y credibilidad social al individuo en un grupo. Es algo vital porque de lo convincente que sea ese relato depende tu valoración y afecto recibido de los demás y eso se traduce en capacidad de supervivencia por los recursos y ayudas recibidas.

No deberíamos decir “conocerse a sí mismo” deberíamos decir: construirse una historia de nosotros mismos que nos guste y justifique ante los demás para conseguir apoyo o reconocimiento. Por utilizar un símil, el Yo mental es como el postureo de fotos en las redes sociales, el muro de Facebook o las historias del Instagram. “Si me das un like ayudas a mantener este canal” o lo que es lo mismo si me das reconocimiento a mi Yo me ayudas a sobrevivir en este mundo lleno de competidores. No te afanes en auto-conocerte porque tu conocerte a ti mismo tendrá un resultado diferente según te vaya la experiencia a la que te sometes.

Tus creencias son sociales y serán más o menos funcionales o disfuncionales dependiendo del número de gente cercana a ti que valide o invalide esas creencias. De poco te servirá descubrir que el planeta Tierra gira alrededor del Sol si tu sociedad cree que no. Sobrevivimos además de en ecosistemas naturales en ecosistemas de ideas. Por eso estamos intentando "leer la mente" de otras personas o intentando convencer a los demás de que piensen como nosotros, para que podamos encajar con ellas o que no nos lastimen o para conseguir ventajas sociales o económicas. Puede ser más valioso dentro de un sistema creerse el psicoanálisis, o las constelaciones familiares o la psicología humanista o la superioridad de una región o lengua si eso te permite establecer lazos sociales, económicos y hasta afectivos que la propia realidad.

Lo ficticio, lo simbólico y lo real solamente son herramientas utilizadas para el mundo social compartido. Cosas como lo que llamanos nuestro país, nuestro idioma, nuestra cultura y nuestra gente no son más que construcciones sociales por las que algunos son capaces de discriminar o hasta matar; por lo que plantear las terapias desde el análisis individual de los pensamientos es como intentar explicar el comportamiento de un gas en un recipiente a través de una sola molécula. Podrás lanzar miles de hipótesis que parezcan explicar su comportamiento, pero no será la explicación real por mucho que para nosotros tenga sentido.

He visto como muchas parejas (sentimentales, sexuales o de negocios) salen de acudir a los mismos cursos, conferencias o manifestaciones, podemos decir que las ideas exhibidas públicamente se utilizan para hacer una pre-selección de pareja como cuando el pavo real despliega su colorida cola de plumas. En el ser humano las ideas y los genes van de la mano en la reproducción económica, relacional y sexual.

Si algo tiene de paradójica la realidad humana es que puede tener más peso las coaliciones entorno a las ideas que uno exhibe que la propia existencia de un hecho “objetivo” en sí mismo. Somos animales y una persona que se considera a sí mismo liberal o conservador o psicoanalista o humanista o regionalista o anti-sistema o cualquier cosa que se nos ocurra no hace más que exhibir una bandera o un plumaje para marcar territorio y llamar la atención hacia coaliciones de ayuda con sus supuestos iguales. Viene a decir: “estas son mis ideas (mis plumas o la forma de mi pico) si eres como yo (tienes mis plumas o la forma de mi pico) ayudémonos”.

Una persona o un grupo que exhibe tus ideas (similares colores de plumas o forma de pico) te suele caer mejor automáticamente que si tiene las ideas contrarias. No es producto de la Educación recibida ni un aprendizaje, es un automatismo atávico, un algoritmo biológico que permite progresar entre la competencia de grupos distintos que consumen recursos dentro de un mismo entorno. Todo nuestro humanismo: el altruismo y la cooperación, se mueve dentro de estos marcos evolutivos de competencia intra-grupal y exo-grupal milenaria. Somos altruistas y cooperadores con “los nuestros”, pero nos indignan “los otros”, “los de fuera”, “los que tienen otras ideas”.

Con que unos pocos se unan entorno a una idea por rara que sea, ya se encuentra cooperación, solidaridad, escucha, comprensión entre los de ese grupo. Es algo que emerge instantáneamente y que hace precisamente que sobre esos principios de cooperación y solidaridad mutua unos grupos luchen contra otros. A cada reacción de un grupo se crea otra contra-reacción en el otro grupo. Por eso, cuando más derechos se quieren para un grupo el otro protesta, y cuando se vulnera el principio de sentirse en equidad, el sentirse indignado o víctima intenta llevar la situación a la superioridad moral y en los casos extremos a sentirse moralmente con el derecho a utilizar la violencia contra el otro. Todo esto tiene un sentido en un marco de evolución humana para calcular los costes y beneficios de las relaciones sociales.

Es curioso ver a pacientes que van de psicólogo en psicólogo hasta que encuentran a uno que piensa como ellos. Te dicen: “yo quiero un psicoanalista porque no creo en los conductistas”. Otros: “Yo quiero un humanista, no me atraen los otros psicólogos porque los humanos somos algo más que biología”. Su bienestar psicológico subjetivo es más fuerte siguiendo una idea (su identidad que le une a un otro, a la pertenencia a un grupo que le otorga supuestamente más moral y ética en su creencia) que siguiendo el propio desarrollo de una psicoterapia.

Con los años he visto que avanzan las psicoterapias y las pseudo-terapias integradoras. Pacientes que a la vez que acuden a tu consulta acuden a curanderos o psicólogos que mezclan métodos científicos con cosas anti-científicas. Esta mezcolanza hace más difícil erradicar las pseudo-ciencias y lo que hemos aprendido algunos es que la propia psicología es incapaz de acabar con los propios mitos psicológicos que genera. Y es que la mente parece que da más credibilidad a su creencia distintiva por estrambótica que sea. ¿Cual es la tasa de reproducción y supervivencia de una creencia? A mí me resuena metafóricamente a esa variabilidad generada por la recombinación genética: las ideas como los genes se recombinan continuamente dando resultados variables y no tiene por qué “ganar” las mejores ideas, sino que surgen y son las que quedan, las que prenden en las mentes de los grupos, según las presiones en la interacción idea-ambiente que las extienden o reducen por los ecosistemas humanos. Los mimbres de la evolución cultural o de la genética es la variabilidad continua y su deriva en el tiempo.

Así que todo este maremágnum de usos de pseudo-terapias tampoco es cuestión de inteligencia o de estudios, pueden ser reputados psicólogos con amplia experiencia o pacientes con brillantes currículum. Y es que la mente humana genera, a priori y a posteriori, más que razones bien fundadas, ideas racionalizantes y motivadas a un fin con marcado interés social, económico o afectivo por encima de pretendidas realidades objetivas. La realidad se deforma con auto-engaños todo lo que sea necesario con el fin de conseguir supuestos beneficios de los demás.

Ya hemos visto que co-existen “realidades” de distintos pelajes y manipuladas por los individuos y los grupos, pero las construcciones de las narrativas se hacen con los mitos que circulan en una determinada época, si en un determinado momento se oye más el crecimiento personal, el mindfulness, los reflejos primitivos o la terapia cuántica, pues es más fácil que con esos elementos presentes en la sociedad se construya el sistema que permite conectar paciente y terapeuta. La explosión de cursos de formación o talleres sobre esas temáticas crean la base compartida cultural (aunque sean ideas erróneas) necesaria para crear una ilusión óptica de compartir información importante y cerrar el círculo del intercambio socio-económico-afectivo. Es poco probable que el paciente permanezca en la terapia si los psico-terapeutas no corroboran lo que el paciente quiere creer. Por la misma causa de que es poco probable que un psicólogo psicoanalista permanezca escuchando sin ofenderse en un congreso de psicólogos conductistas recalcitrantes. Cualquier idea que amenace la visión del mundo ya formada se ve como inquietante y es rechazada, porque nadie quiere que le rompan su mundo, que al fin de cuentas es la realidad en la que está viviendo y por la que construye un sentido de su Yo día a día.

A pesar de esta fe en la psicoterapia con soluciones mágicas y alambicadas teorías de como funciona la vida mental, vemos que los psicoterapeutas por expertos que sean tampoco son capaces de sacarse las castañas del fuego cuando tienen algún problema: los psicoterapeutas se divorcian como todos, caen en adicciones como todos, sufren depresiones, ataques de ansiedad, fobias, suicidios, etc. (En realidad parece que sufren más de estos problemas que el resto de la población a pesar de saberse la teoría que les faculta legalmente para ser terapeutas y tratar estos problemas).

Y con todo esto, aunque todos los hombres son iguales estudien lo que estudien, el rango emerge siempre como variable en la psicoterapia. Habrá que preguntarse si para ser “sanado” subjetivamente un animal gregario como el ser humano necesita ser tratado en un ritual por un individuo al que se le otorga un estatus superior al de uno mismo…

Si un paciente muestra oposición a lo que le dice un psicoterapeuta este replicará que el paciente tiene resistencia a la terapia. ¿Quién tiene resistencia: el paciente o el terapeuta que se queja de la objeción del paciente? Se lo resuelvo ya, el profesional quedará por encima gracias a alguna de sus teorías no comprobables que le permite seguir siendo el experto de mayor rango.

Un gran problema en este campo de egos y rangos es que la intervención de muchos psicoterapeutas es inmune a la ciencia actualizada y se alimenta de los mitos pasados psicológicos igual que sus pacientes: “que un trauma infantil es para siempre y carne de psicoterapias de por vida”, “que si se estimula a los niños de determinada manera se vuelven más inteligentes”, “que los divorcios traumatizan a los niños y hay que llevarlos a terapia”, “que el estilo educativo de los padres moldea la personalidad de los hijos para siempre”, “que las pastillas no van a la raíz del problema y que eso solo se puede hacer desde una psicoterapia”, “que una psicoterapia no puede hacer daño”…

Nadie piensa que cualquier ayuda, cualquier terapia puede llevar un efecto secundario no deseado o ser contraproducente, aunque ya hay autores que empiezan a avisar de estos problemas. Cuando la sociedad se llena de psicoterapias dedicamos más recursos a ellas y menos a cambiar las condiciones de vida sociales que influyen en la configuración y adaptación psicológica a esa realidad. Lo que estamos haciendo es mover la realidad que necesitamos cambiar socialmente a la nueva realidad subjetiva y “psicológica” individual. Esto crea una sociedad que esconde sus problemas debajo de la alfombra de las psicoterapias individuales.

Todo este complejo entrelazamiento de realidad y subjetividad se haya pendiente de delicados equilibrios entre grupos que sostienen sus ideas. Un ejemplo son los portadores de ideas anti-vacunas, que pueden serlo porque se benefician de la inmunidad de grupo. A ellos no les pasa nada porque los demás sí se vacunan, así que nunca ven las consecuencias de sus actos y por lo tanto siempre tienen razón, el problema viene cuando aumentan los anti-vacunas lo suficiente como para que deje de funcionar la inmunidad de grupo. 

De la misma manera, cualquier creencia costosa por su ineficiencia o falsedad se mantendrá con seguidores y conseguirá nuevos adeptos, porque consigue "beneficios" del apoyo de la formación de grupos (protección y nutrientes) sin pagar del todo los costes. Son patógenos culturales, creencias parásitas, porque viven y se reproducen en las mentes en las que se adhieren a costa de utilizar otras creencias más productivas para la sociedad. La forma de entrada de estos patógenos culturales es la emoción (regulador bio-social homeostático), porque reduce la función reflexiva y le permite cambiar nuestras conductas para seguir extendiendose a través de las actividades del grupo, que unido en sus metas experimenta la creencia parásita y las emociones asociadas, como el exhibicionismo de superioridad moral para impresionar a los demás y conseguir nuevos adeptos.

Esto es lo que pasa con las pseudo-terapias y las pseudo-pedagogias, sus portadores seguirán existiendo mientras se mezclen con otras intervenciones más exitosas o cuando se usen más a menudo. El cerebro dará por válido el “a mí me funciona” incluso cuando un tratamiento no haga nada de nada si nota una mejoría (aleatoria) que pueda asociar con su amada idea terapéutica o ideológica, aunque su mejoría se deba simplemente a que en los procesos de enfermedad o de aprendizaje hay empeoramientos, mejoras y terminaciones. Lo que se comprueba en los estudios científicos es que cuanto más a menudo se usa una pseudoterapia, más probabilidades de desarrollar una creencia ilusoria de su eficacia, a pesar de que sea inútil.  

Y al contrario de lo que muchos piensan, dar información científica y con datos de las consecuencias negativas no hace a las personas cambiar, porque el conocimiento y el pensamiento racional por sí solo no hace cambiar las conductas. Son las señales sociales y ambientales, las emociones más los procesos cognitivos sesgados y automáticos, con sus "beneficios" sociales a corto plazo los que impulsan la creacción de narrativas justificadoras de las creencias. Como seres sociales que somos, las personas cambian su comportamiento para adaptarse sobre todo cuando el grupo social de pertenencia cambia su comportamiento. Hacer educación o psicoterapia contra un individuo para cambiar las creencias erróneas sin atender a cómo funcionan los sistemas de grupos sociales a los que te diriges, cómo están organizados y qué "beneficios" a su identidad, vínculos, sentido, significado y estado psicológico aportan a cada individuo concreto en retroalimentación con el grupo está destinado probablemente al fracaso. 

Si alguien quiere saber más sobre estos problemas de la psicoterapia y la nueva ola de educación pseudoterapéutica y emocional les dejo la siguiente bibliografía, en Educación basta con observar la inquietante y abundante oferta de cursos de formación para el profesorado donde psicólogos y coaches tratan de explicar: “como desarrollar la autoestima en el alumnado”, la “educación emocional”, “las inteligencias múltiples”, el “mindfulness”, el “coaching para profesionales de la enseñanza”, etc.


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viernes, 6 de diciembre de 2019

Sentir empatía no es la solución es parte del problema


    "Los actos extremos de crueldad requieren un alto nivel de empatía". Fritz Breithaupt

    “Si aumentásemos la empatía no mejoraría el mundo, sino que cada grupo empatizaría más con su grupo y menos con el otro”. Paul Bloom

    “...debemos aspirar a un mundo en el que un político que apela a la empatía de alguien se vea de la misma manera que uno que apela al sesgo racista de las personas.” Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva de la Universidad de Yale.

Vivimos una época que exalta las emociones y en la que las personas ven la empatía como algo deseable y bueno, casi como una solución mágica para todos los problemas y conflictos. Pero la empatía es mucho más que las identificaciones empáticas con los otros, la meta comprensión mutua, el altruismo, el consuelo, la compasión ínter-subjetiva, el cuidado o la cohesión social. Y no siempre es positiva en las relaciones interpersonales. La empatía también tiene una dimensión táctica necesaria para la seducción, el engaño, la manipulación y la intención violenta.

La empatía no necesariamente conduce al altruismo porque la empatía y la violencia, la socialidad y el engaño están vinculados y no son opuestos, sino que los individuos pueden participar en actos de violencia colectiva, tortura y genocidio utilizando los mismos mecanismos que son utilizados para la comprensión del otro, la bondad, la generosidad, la ternura, la tolerancia y el respeto.

En cantidad de reuniones se escucha la necesidad de aumentar la empatía, desde las reuniones de los profesores y las escuelas de padres hasta en los cursos de marketing y ventas. Posiblemente, si alguien te quiere vender algo: desde una intervención educativa, hasta un coche o una idea política y te pide que hagas lo que sientas o que empatices es que trata de manipularte. Algunos pensarán que es por tu bien, otros simplemente por salirse con la suya. Las posibles intenciones son infinitas, otra cosa es que esa manipulación tenga detrás una intención aceptable o no, esté revestida de moral o no, o haya que denunciarla porque el fin no justifica los medios. A casi nadie le gusta ser manipulado.

La empatía es un estado psicológico complejo con diversos niveles y los problemas sociales y de las personas pocas veces se deben a la falta de empatía como lo entendemos popularmente. En realidad, bastantes problemas se deben a una excesiva implicación empática que impide tomar cierta distancia para que de una forma serena y meditada se tome una mejor decisión para todos. Una vez que alguien ha movilizado inicialmente la empatía en ti, te hace insensible a los datos estadísticos y al análisis racional de los costos y beneficios de las medidas que se toman. Si solo empatizas emocionalmente tomarás una decisión a corto plazo y seguramente será una mala decisión, porque no valorará adecuadamente las consecuencias.

Aunque nos pueda sonar raro, filtrar o bloquear la empatía es tan importante como tener empatía. Ya que los extremos sintiendo empatía no son buenos, una persona con empatía desregulada o hiper-empática iría a la deriva emocional, la explotarían si se apiadara de todo el mundo y sería muy manipulable por compasión. Algunos dirían incluso que "es tonto o tonta de tan bueno o buena que es". Hay que tener en cuenta que la empatía conlleva el riesgo de una pérdida personal como un efecto secundario de tomar la perspectiva del otro que conduce a un debilitamiento de los propios intereses, sentimientos, auto-percepción, identidad, autoestima o conciencia de sí mismo.

Cuando se elogian conceptos psicológicos y educativos como soluciones mágicas solemos pasar por alto los efectos secundarios de estas medidas. Durante unos años estuvo muy de moda los cursos de mejorar las habilidades sociales, pero lo que los psicólogos no se dieron cuenta al principio es que no mejoraban exclusivamente la forma en que nos relacionamos con los otros, sino que las personas utilizaban tácticamente las nuevas habilidades sociales aprendidas y la empatía. La astucia social inherente al ser humano hace que sea interesante ponerse mentalmente en los zapatos del otro para saber cómo lograr que el otro se ponga los zapatos emocionales que queremos para salirnos con la nuestra.

Todo engaño requiere como mínimo una forma básica de empatía o habilidad para imaginar cómo otros ven y experimentan el mundo. Hay un nexo entre la empatía, la socialidad y el engaño. En el mundo social, el engaño empático es omnipresente y se utiliza en forma de mentiras e hipocresías piadosas o como medio para conseguir alianzas y objetivos; puede tener una motivación egoísta pura o altruista a su manera. Las personas mienten a menudo con un corto y rápido análisis de costos y beneficios, acertados o no, en el que se ponen en el lugar del otro e intuyen si pueden hacerle sentir mal o que éste le declare su enemistad o amistad. A pesar de esa capacidad de imaginarnos lo que siente o piensa el otro no siempre se consigue porque hemos desarrollado defensas contra esa intromisión en las mentes de los demás y es la capacidad cada vez más sutil de engañar y auto-engañarse para no ser descubiertos y manipulados. Esta guerra entre engañar y descubrir al tramposo, ha llevado a que el engaño evolucione hacia el auto-engaño, porque la mejor manera de no ser pillados en una mentira es creerse la propia mentira. El auto-engaño dispara la empatía mucho mejor porque se salta las capacidades del cerebro de detectar la puesta en escena del fingimiento. Esto significa que la mente para sobrevivir en un mundo social con grandes presiones ambientales continuas nos oculta muchas de las cosas que hacemos.

A la hora de hackear el cerebro de una persona, apelar a la empatía y a las emociones es una técnica muy eficaz, porque estas son un producto de la evolución, han evolucionado a través del proceso de selección natural por lo que estamos fuertemente cableados para transportar esas señales de forma prioritaria por el cerebro. Solamente se necesita encontrar un disparador.

Un tema de estudio actual es dotar a las Inteligencias Artificiales y a los robots de empatía para favorecer la comunicación emocional con los humanos y se ha visto que podríamos ser fácilmente manipulados emocionalmente por parte de un robot. Si un robot se programa funcionalmente para que te diga que no le desconectes, muchas personas se niegan a apagarlo y dicen que sienten pena por él. Imagínense el poder que tendría una Inteligencia Artificial diseñada con el propósito de manipular emocionalmente a las personas.

Para la psicología evolucionista la empatía emocional es un mecanismo muy antiguo, procedente de los beneficios que tenía para los animales adivinar las necesidades de cuidado de sus cachorros, y que evolucionó en los humanos en el contexto del propio grupo (tribu, amigos y familia), y no se dirigía a empatizar con los extraños ya que los del propio grupo de pertenencia son los que más involucrados están en la supervivencia y crianza de sus niños. Esto es así porque para los mamíferos vivir en grupo requiere algún tipo de vinculación emocional que posibilite que la alarma o angustia de un individuo ante un peligro sea reconocida y constituya un aviso de peligro inmediato, y también un motivo de actuación rápida para los que están contigo.

Es sencillo imaginar que en un mundo ancestral una cría que llora es más fácil que sea detectada y atacada por un depredador, además de revelar la posición del grupo a posibles atacantes, así que una madre que sea capaz de anticiparse a las necesidades de las crías y comunicarse con su hijo y otros miembros del grupo con atención conjunta, los protega de más peligros y logre que aumente la tasa de supervivencia tanto de sus hijos como del grupo. Esta es una hipótesis de la función empática inicial muy posible: dar apoyo a la relación madre-hijo, conseguir la colaboración del niño y de los demás adultos cercanos y protegerlos como grupo de los extraños y de lo que viene de fuera. Con el tiempo, el desarrollo del vínculo emocional a través de saber leer y comprender las emociones de los demás e interpretar las necesidades e intenciones de cada individuo (la empatía en sus múltiples formas) posibilitó el avance de la capacidad para cooperar y coordinarse a gran escala por objetivos comunes propio de las sociedades humanas.

Este escenario de miles de años de superviviencia es el que ahora tiene que acomodarse a los cambios vertiginosos de las realidades sociales modernas para las que no estaba pensada la empatía ancestral. El ecosistema social que desarrolló la empatía ha cambiado, ya no vivimos en pequeños grupos en ambientes llenos de riesgos y con animales u otras tribus peligrosas que pueden atacarnos en cualquier momento, sino en grandes ciudades con cientos de miles o incluso millones de personas desconocidas que tienen que cooperar entre sí y respetar unas normas de no agresión y convivencia quieran o no quieran.

Sospecho que cuanto mayores son las ciudades más importantes son las relaciones entre la empatía, el engaño y el auto-engaño. Más personas desconocidas significa que hay más oportunidades y también más competencia. Es más fácil aprovecharte de un desconocido que no vas a volver a ver y por lo tanto es más difícil pagar las consecuecias de tus actos. Pero la evolución no es estática y cada cambio produce otros cambios. Por ejemplo, pertenecer a un grupo con poder ayuda a salvar parte de esta desventaja del individuo entre la multitud, por eso las ciudades permiten una enorme proliferación y diversificación de los grupos: pandillas, bandas, tribus urbanas, corporaciones, agrupaciones, asociaciones y fundaciones empatizando con sus integrantes y defendiendo sus identidades. Pertenecer a un grupo hace que el individuo diluya su responsabilidad y su saliencia entre todos, posibilita mayor fuerza a la hora de defenderse, atacar o cooperar.

Y llegamos a la identidad, ¿qué relación hay entre identidad y empatía? A una leona, una mona o una humana le va a ser difícil empatizar con quien quiere dañar o matar a sus crías, por eso es fundamental distinguir sin equivocarse quién es una amenaza de quién es un aliado que te ayuda. Por lo tanto, empatizar necesita discriminar estímulos, así que la empatía está intimamente relacionada con la identidad. La identidad es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad junto a la conciencia que se tiene respecto de uno mismo y que te permite convirtirte en alguien distinto a los demás, sería como un "documento de identidad social o código de barras", permite ser identificado y etiquetado, ante la más mínima sospecha, para lo bueno y lo malo. El ser humano lucha por tener una identidad, porque estos estímulos señaladores permiten ser reconocido por el grupo como un valioso miembro que aporta recursos o por el contrario como no perteneciente o incluso peligroso. La identidad nos ordena en cajones grupales para saber dónde encontrar apoyo o dónde no. Si no consigues una identidad adecuada en un ecosistema social determinado, te juegas el ser rechazado, el que las personas no empaticen contigo. Es tan fuerte la necesidad de sentir la empatía de los demás que muchos individuos son capaces de aceptar las mentiras y la ideología del grupo. La empatía se compra con demostraciones de lealtad al grupo, y se tiene más lealtad percibida cuando más extrema es la empatía hacia el propio grupo y más lucha se hace por diferenciarse de otros grupos, el mensaje que se quiere mandar es el de "yo me preocupo y me sacrifico más que nadie por vosotros"; así se cierra el círculo de retro-alimentación entre la empatía, la identidad y el auto-engaño.

Para ser funcional la empatía tiene que saber discriminar quien es la persona merecedora de dar nuestra atención y cuidados. Y lo hace a través de la identidad, la evolución ha pasado de los animales que distinguen e identifican a los suyos a través del olor, el pelaje, los sonidos o los rituales a estímulos como la ropa que se viste, el lenguaje y acento que te distingue de otros, los rasgos étnicos, las marcas que se exhiben, las banderas, las camisetas con mensaje, el uso de las redes sociales, la historia re-interpretada a favor de los tuyos, las ideas políticas, el territorio que se defiende, etc.

La mente humana es capaz de la paz y de la guerra, y en ambas la empatía juega su baza:  puede servir como uno de los factores de la movilización para la paz o por el contrario para lanzarse a luchar contra los demás en las guerras, y se racionaliza de la misma forma, en la que se cree que uno lucha por el futuro de nuestro grupo y nuestros hijos. Es un error pensar que en la Segunda Guerra Mundial millones de personas no tenían empatía fuesen del bando que fuesen. La empatía puede poner la imagen imaginada de nuestros hijos o amigos como acicate de nuestras ideas y así no pensamos en el sufrimiento de miles de personas que también tienen familias como las nuestras, es el: “Yo no quiero hacer daño, pero lo hago por mis hijos, por mi pueblo, por mi país, por los míos”. Así la empatía sesgada crea la peligrosa división artificial entre "ellos" y "nosotros".

La Historia nos serviría de aprendizaje si logramos entender que para no entrar en guerras y enfrentamientos se tiene que dejar de pensar en empatizar por grupos y regiones y aspirar a pensar de forma unida a nivel del planeta. Lograr empatizar a nivel del conjunto del planeta permitiría tener en mente, de manera más justa, las necesidades de todas las personas, animales y seres vivos que viven en él. Mientras las personas pongan por delante a su grupo y solamente empaticen con los suyos seguirá siendo cierto que lo que más une a dos personas es la alianza contra un tercero.

Por eso, porque la empatía todavía se mueve dentro del propio grupo y de los propios genes, la empatía no sirve de guía moral o ética ya que es nepotista y una fábrica de prejuicios: mueve los hilos para enchufar, hace favores y da privilegios a los amigos, a los que piensan como nosotros, a familiares y a los hijos. Su origen evolutivo es servir al cuidado y la defensa de nuestros genes, pero nos deja muchas veces ciegos al sufrimiento de aquellos con quienes no podemos o no queremos empatizar y sumidos en el auto-engaño.

La política es sabedora de la fuerza de hacer empatizar a los votantes y se sirve de buscar víctimas percibidas para apelar a la emoción y a la empatía y manipular a los electores a su favor. Los políticos suelen utilizar la empatía para crear miedo, repulsión, incluso asco y pánico, porque señalar una amenaza real o inventada hace que automáticamente formemos grupos para defendernos. De esta manera somos capaces de percibir como malos y como una amenaza a los que no piensan como nosotros. Si quieres aglutinar a la gente en torno a una idea solo tienes que crear un enemigo imaginado a tu medida causante de una injusticia, y ponerlo frente a una identidad exaltada de grupo. Es un hackeo de la mente porque es automático y muy difícil de combatir con argumentos racionales.

No es que en ese caso las personas deshumanicen a los rivales políticos, es que los personalizan como los causantes de todos sus males, en su ciega opinión emocional serían malas personas y por lo tanto merecedores de castigo, piensan: "Si atacan lo tuyo, tus raíces, lo que sientes, tienes que defenderte y luchar por los tuyos". Este es el mensaje instintivo de la empatía, una señal de nuestros ancestros que se codificó para ayudar a los allegados, darles todo nuestro apoyo o luchar de forma emocional, rápida y sin reflexión. Por eso un mismo mecanismo es capaz de sacar todo lo bueno y todo lo malo del ser humano.

Un reciente estudio señalaba a la empatía como la culpable de la polarización política e indica que esta polarización no sería una consecuencia de la falta de empatía de las personas, sino un producto de las formas sesgadas en las que experimentamos la empatía. Se observa que las personas que puntuan alto en empatía también puntúan alto en polarización afectiva. Puntuan mucho mejor a su grupo político y mucho peor al contrario de lo esperable. Esta visión en blanco y negro es terrible, porque la empatía puede llevar a percibir el mundo social en términos de amigo o enemigo, y el grupo colectivamente unido a través de la empatía mutua te obliga a elegir: “o estás conmigo o contra mí”. No hay reflexión, la mente-cerebro moraliza para justificar una toma de decisiones rápida y empática. En este caso, la emoción actúa primero y luego llega el torrente de justificaciones para ser tolerante con las propias contradicciones. La empatía sentida es usada para dar una justificación moral y de justicia al castigo que se otorga al no perteneciente al grupo.

En el ser humano se ha documentado un "efecto martirio" y es que desde los estudios antropológicos se observa que los rituales extremos promueven la excitación empática entre los observadores y que el dolor percibido aumenta la prosocialidad (Olivola y Shafir, 2013). La voluntad de contribuir a una causa caritativa o colectiva aumenta cuando se espera que el proceso de contribución sea doloroso y difícil. El sentimiento de dolor y adversidad en contra induce a atribuir un mayor significado especial a la experiencia y fomenta las contribuciones a la causa de las personas. Por eso una vez que se desatan los sentimientos empáticos y la gente se moviliza es difícil cambiar las ideas aunque todo indique que va a ser un desastre. La gente se une en solidaridad ante la adversidad aunque esa adversidad la generen ellos. Por eso, en la sociedad actual de estrategas políticos con asesores con profundos conocimientos en el funcionamiento social y psicológico, buscar un "efecto martirio" constituye otra forma de hackear a la mente y a los grupos para conseguir votos sin saber las repercusiones reales. El mundo actual se ha convertido en una serie de cotinuos experimentos de registrar y manipular las conductas de los ciudadanos y los consumidores para los especialistas con los medios y conocimientos necesarios para hacerlo.

Gracias a los experimentos académicos cada vez descubrimos más puntos ciegos del cerebro. La naturaleza no ha hecho un diseño para primar la transparencia de sus sistemas emocionales a la consciencia, simplemente ha evolucionado configurándose como pudo ante las presiones ambientales. El resultado es que la forma en como está construída la mente, hace que nos veamos siendo empáticos, justos y bondadosos, pero oculta las veces que no estamos siendo empáticos. Probablemente la ocultación y el camuflaje tiene menos costes energéticos que un cerebro ultraconsciente constantemente analizando una moral que solamente existe en la mente humana. Esta miopía por necesidad de energía y recursos concordaría con que la empatía muchas veces es dirigida sólo a los que nosotros queremos: empatizo con mi hijo pero no con su profesor que "le ha suspendido", empatizo con el lugar donde nací pero los de fuera "son diferentes y no tan leales como los nuestros", empatizo con los que hablan mi idioma pero no con los que no lo hablan, empatizo con los de mi clase social pero "ya sabes como son los de esa clase social", "son de izquierdas", "son de derechas", "son de centro", ...

Casi toda etiqueta es válida para sesgar la empatía a favor o en contra, la mente busca de forma activa señales discriminantes para encontrar posibles aliados o enemigos. Por eso otro hackeo mental utilizado por los políticos, los estafadores y embaucadores es utilizar eslóganes generalistas sobre la libertad, la justicia y la igualdad, en el que la mayoría de las personas pueden encontrar identificación. Estas cosas abstractas que generan nuestra empatía, se deshacen como un azucarillo cuando luego se concretan sus posibilidades reales en un complicado mundo de enfrentamientos grupales, y aquí entra de nuevo la empatía, pero para romper la unidad ficticia del grupo, porque las personas se van posicionando a favor o en contra con los nuevos significados que emergen de las matizaciones, por eso la trampa está en prometer sin implicarse el mayor tiempo posible. Si antes los enemigos venían principalmente del medio natural en forma de depredadores animales u otras tribus guerreras, ahora al no tenerlos en las populosas ciudades, la mente busca peligros o ventajas entre los miles de otros humanos que nos rodean y sus ideas. La enorme complejidad que ha ido cobrando la capacidad de teorizar sobre las mentes de los otros ha dado como resultado que el cuidado empático se haya aliado con la viralización de las ideas, la mente humana se ha vuelto cazadora de mentes: "si quieres mi cuidado y mi empatía, acepta mis ideas, acepta la identidad que te impongo libremente". Todos los grupos humanos sin excepción hacen esto porque su fuerza está en su cohesión y en la capacidad de crecimiento. Su funcionamiento es tan orgánico y tan similar como las infecciones víricas o la extensión de las colonias de bacterias por un ecosistema. Los grupos e ideas humanas nacen, crecen, se reproducen o escinden en subgrupos, luchan (dentro o fuera del grupo), se defienden, envejecen y mueren.

El amor, la compasión y la empatía son desplegados selectivamente, tácticamente dentro de un mundo social con alianzas y conflictos, donde declarar públicamente la amistad a un grupo, vestir de una determinada manera o hablar un idioma determinado puede provocar la enemistad de otro grupo y esto derivar en odio y violencia.

Antes se pensaba que la empatía era lo que nos distinguía de los animales, pero se ha descubierto que no es una cualidad exclusiva del ser humano y en los experimentos científicos hasta las ratas muestran empatía y son solidarias. Ya no se duda de que todos los mamíferos son capaces de sentir empatía y se empieza a investigar en las aves como gallinas y cuervos.

Durante estos años, los múltiples estudios sobre la empatía nos han revelado la verdadera doble cara de la empatía. Mientras esto ocurría la sociedad totalmente ajena a estos descubrimientos se afana en recetar más y más empatía. La empatía que se proclama desde el sentimiento es una empatía idealizada, perfecta, sesgada, irreal, ignorando la otra cara de la moneda. Así que desde la prudencia quizás no sea buena idea potenciar la empatía indiscriminadamente, porque está llena de prejuicios y problemas. Por ejemplo:

  • Los circuitos neuronales de la empatía convergen en parte con los de la violencia. Así que estos circuitos controlan la capacidad de ponerse en el lugar del otro o de agredirlo. Las personas tenemos una predisposición biológica para ser empáticos, violentos o ambas cosas a la vez, pudiendo moderarlo o exacerbarlo el ambiente.
  • Existe un estrecho vínculo evolutivo entre la empatía y el engaño en los primates. Como seres sociales, no solamente se coopera sino que también se compite por los recursos, por lo que las personas adoptan los puntos de vista de los demás para engañarlos.
  •  Las personas con más empatía son peores a la hora de detectar mentiras (Zloteanu, 2019). Sopesan menos las informaciones o las interpretan de forma diferente. Se puede engañar mejor provocando la empatía porque la empatía se relaciona más con la velocidad del procesamiento facial, que con la clasificación precisa de las emociones (Kosonogov, Titova y Vorobyeva, 2015) lo que resulta en que son menos críticos con la información emocional, llevándoles a una mala interpretación de las señales emocionales (Stel y Vonk, 2009). También los que más puntuan en empatía cuentan con más frecuencia mentiras.
  • La gente de alta empatía ve al grupo externo más desfavorablemente (en relación con su propio grupo) que la gente de baja empatía. La empatía y la xenofobia están relacionadas: se siente más empatía por quienes son semejantes en costumbres o ideas con nosotros que con quienes no se parecen a nosotros. La empatía y la comprensión se queda más para los de nuestro grupo: político, de trabajo, grupo étnico, religión, club de fútbol, región, país, etc.
  • La empatía se utiliza de forma táctica para demonizar a un enemigo a través de jugar con las identificaciones y la alteridad.
  • Las personas propensas a la empatía son propensas a la schadenfreude (alegría creada por el sufrimiento o la infelicidad del otro).
  • La capacidad de empatizar con los demás también es un requisito previo para actos deliberados de humillación y crueldad. El placer sádico, el vampirismo emocional y el acecho funcionan a través de la empatía.
  • Las personas suelen experimentar la empatía como algo costoso y cognitivo, lo que los lleva a intentar evitarlo por el desgaste y cansancio que produce. Muchos intentan no empatizar o bloquearlo para no pagar los costes cognitivos o emocionales.
  • La empatía no es igualitaria, se siente más empatía por la gente guapa que por los feos.
  • Se siente menos empatía por las especies animales que son más diferentes de nosotros. Las que tienden a evocar un afecto más positivo son las que presentan similitudes físicas, conductuales o cognitivas con los humanos, despertando proyecciones antropomórficas como: atribución de rasgos, emociones o intenciones como las humanas aunque no las tengan. Posiblemente la empatía por los mamíferos ayudó a cazarlos para alimentarse o a domesticarlos, al utilizar la empatía para anticiparse a sus reacciones emocionales: ¿Qué le pasa a este animal? ¿Está enfermo? ¿Tiene miedo? ¿Está confiado? ¿Está furioso? ¿Es peligroso? La empatía puede utilizarse como arma para cazar, como detectora de peligros o para adiestrar a un animal salvaje.
  • Es difícil sentir empatía por los “llorones”; y es habitual ver como gente muy empática con sus hijos se cambia de acera para no encontrarse con un mendigo. Sobre todo cuando subjetivamente se pre-juzga que los problemas de las personas se deben a su propia culpa.
  • Se puede sentir empatía por un asesino, un terrorista, un ladrón, un agresor y ayudarle a escapar sin pensar que puede provocar más daño y sufrimiento.
  • Las personas que puntúan alto en rasgos autistas no tienen problemas con la empatía afectiva, pero sí con la cognitiva. Según la investigadora Uta Frith sentir la empatía no se puede aprender, pero se puede compensar algo mediante el aprendizaje de atribuir estados mentales (opiniones, intenciones, deseos y emociones) a otras personas.  
  • Las personas con esquizofrenia son más propensas a informar mayor angustia personal y contagio emocional y se les ve déficits en la empatía cognitiva.
  • La meditación mindfulness parece reducir la empatía cognitiva en individuos con rasgos narcisistas porque al liberarse de pensamientos de auto-crítica pueden reflexionar más sobre los estados mentales de otros y como consecuencia no deseada aumentan sus pensamientos de auto-grandeza.
  • La capacidad de empatizar no es igual a lo largo de los años. Forma un gráfico de "U" invertida, alcanzando su máximo en torno a los cincuenta años de edad.
  • La evidencia sugiere que la empatía es en parte biológica y moderadamente hereditaria. Se observa una diferencia de empatía y de compasión entre sexos y desde bebés, las niñas parecen tener estas capacidades más desarrolladas. Las mujeres son más empáticas para el dolor ajeno porque suelen ser más reactivas que los hombres a la observación de estímulos dolorosos. Cuando se administra testosterona a las mujeres se produce una reducción de la empatía cognitiva, afectando a la capacidad de interpretación de la mente del otro.
  • La empatía no entiende de números. Le da igual 3 que 13. Nadie hace nada por los miles de niños que mueren en una guerra, pero sí se siente conmocionado a actuar cuando es una persona cercana. Los medios de comunicación, los partidos políticos y las ONG saben que se siente más empatía por la imagen de un niño sirio ahogado que por los 200.000 muertos en una guerra civil. Y resulta una perversa característica de la empatía que el sufrimiento de una persona pueda ser más importante que el sufrimiento de miles de personas desconocidas.
  • La empatía puede ser enfermiza: lo mismo que hay psicópatas a los que no les afectan los sentimientos de los demás, también hay individuos cuyo nivel de empatía les hace vivir en una angustia permanente, sufren de estrés empático. Los pensamientos de culpa por no ayudar tras empatizar se vuelven obsesivos e intrusivos.
  • Hay sustancias que influyen en la empatía. Por ejemplo, tomar Paracetamol reduce la empatía (Mischkowski et al. 2016) o los medicamentos contra la ansiedad como el Midazolam.
  • Se sabe que el dolor social y la empatía social activa circuitos cerebrales relacionados con el dolor físico, por lo que una pregunta para hacernos es si el aumento del uso de analgésicos en el mundo tiene relación con el sufrimiento social, si la gente toma analgésicos para reducir el dolor social y la empatía sin saberlo.
  • Hay estudios que consideran que detrás de muchas depresiones hay una empatía desbocada que la persona no puede controlar. Hay muchas personas con necesidad de ayuda que vemos todos los días y una sola persona no puede ayudar a todas. Los suicidas tienden a caracterizarse por niveles muy altos de empatía.
  • En la psicología clínica existe la hipótesis de la hiper-empatía en el trastorno de personalidad limite (borderline): estas personas “te adivinan” porque demuestran una enorme capacidad de leer las emociones ajenas. Pero esa intuición, lejos de ser una ventaja es una maldición, porque esto lo lograrían por una mayor atención a los estímulos sociales y un procesamiento disfuncional de esa información que les hace vivir inmersos en las emociones de los otros no pudiendo distinguir lo que sienten ellos de lo que sienten los otros al estar constantemente invadidos por las emociones de los demás.
  • También hay gente que no puede establecer relaciones, porque su altísima empatía les vuelve incapaces de defender sus propios intereses frente al dolor de la pareja o incluso que lo dejan todo para dedicarse a los demás de manera compulsiva.

Un exceso de empatía puede hacer que te veas sobrepasado por lo que ves y ser incapaz de tratar a los pacientes o a los alumnos o a las personas con las que empatizas en exceso. Y esto es un grave problema en algunas profesiones como las de psicoterapeuta, maestro, trabajador social, enfermero o médico; o en roles como padre, madre, amigo, etc. Realmente son las personas con razonamientos serenos y racionales los que más hacen para ayudar a las personas, aunque se las perciba más frías, ya que las personas que empatizan y se ven obligadas por su emoción en ayudar lo más rápido posible sin poder reflexionar y recabar más datos sobre la situación acaban empeorando las cosas por muy buena intención que tengan.

La idea que tiene la sociedad sobre la exhibición de la empatía es errónea, porque tener una gran empatía no te convierte en una buena persona, y ser pobre en empatía tampoco te hace una mala persona o un psicópata.

Cada organización benéfica, cada movimiento político, cada causa social intenta utilizar la empatía para motivar la acción. ¿Es lícito manipular aunque sea por lo que creemos es una buena causa? ¿Quién decide lo que es una buena o mala causa? ¿No es mejor juntar los recursos y esfuerzos en salvar a 100.000 niños que empatizar con el más cercano y destinar todos los recursos a uno solo? Si empatizas con una familia en la que una vacuna ha tenido una reacción adversa y firmas un manifiesto en contra de las vacunas: ¿No estarías empatizando con una familia, pero perjudicando a miles de familias que no vacunarán a los niños y no tendrán ninguna reacción secundaria?

Actualmente, los padres hiper-empáticos también son un problema, más que intentar ser empáticos por deseabilidad social, necesitamos reflexionar sobre lo que sentimos: ¿Es adecuado empatizar con los niños siempre? ¿Qué pasa si empatizo constantemente con mi hijo y no le obligo a hacer algo que a largo plazo es bueno para él? ¿Cómo educar si me da pena mandarle hacer deberes, restringirle los videojuegos, obligarle a comer verduras, no dejarle comer chocolates a su antojo, si le evito cualquier molestia o pequeño sufrimiento, etc.?

La empatía es muy compleja y en origen pre-lingüística y sensoriomotora, los estudiosos de la empatía distinguen entre "empatía cognitiva", "empatía emocional" y "perspectiva emocional". La empatía emocional sería pasiva, te contagias de la emoción expresada de los otros creando un afecto emocional positivo hacia el otro o negativo porque nos hace sentir mal, mientras que la empatía cognitiva es activa y supone una comprensión intelectual del significado de las emociones del otro. Por último, la perspectiva emocional se logra cuando es posible integrar todo y estar en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo. Estos procesos cognitivos y afectivos se pueden dar juntos, de forma separada o incompleta, lo que da lugar a una gran variabilidad y a muchos matices a la hora de experimentar la empatía de un individuo a otro:

  • Contagio emocional: es el primer nivel de respuesta empática. Produce resonancia emocional que puede subir o bajar el estado de ánimo a través de la comunicación no verbal y verbal. Se crea una emoción compartida entre el observador y el observado.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional negativo: estrés empático. Puede ser saludable o no.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional positivo: alegría empática.
  • Empatía cognitiva: no existe resonancia emocional, pero te pone en el lugar del otro con el pensamiento, simulando cómo puede sentirse la otra persona. Te puedes diferenciar de la otra persona.
  • Perspectiva emocional: se integran la emoción sentida con la simulación del pensamiento para poder entender al otro sin estar afectado por la emoción o muy alejado en los propios pensamientos. Se da gracias a una flexibilidad cognitiva y la auto-regulación de las emociones.

En el deseado equilibrio entre estos procesos es donde se sitúan las charlas teóricas sobre las resonancias tónico-emocionales recíprocas que utilizan los psicomotricistas o los terapeutas. Otra cosa es que se consiga por mucha formación personal o psicoanálisis o supervisión psicológica que se haga, al ser la empatía emocional un mecanismo orientado al contagio pasivo y susceptible entonces de contagiar al terapeuta como a cualquier otra persona.

Para ayudar a alguien, el psicomotricista o cualquier persona, no puede perder su identidad y su distancia afectiva adecuada, tiene que regular sus emociones (algo realmente complejo porque las emociones tienen un planteamiento biológico de contagio y acción rápida). Y para ello, según la teoría, se necesita sentir cómo nos transformamos tónica y emocionalmente con las personas y no dejarse llevar por la emoción perdiendo el rol de terapeuta o de persona serena con el objetivo de ayudar recabando todos los datos de todas las partes implicadas. Pero esta habilidad regulando la empatía no solo es necesaria en los psico-terapeutas y en los padres suficientemente buenos, sino que es la misma que utilizan los estafadores, los políticos, los jugadores de póker, los estrategas militares, los seductores y los torturadores, pero esta vez a favor de sus objetivos. Todos intentan asumir la perspectiva y la actitud afectiva de un paciente, un niño, un oponente o una víctima; y basan sus futuras acciones en mimetismos que les permitan ganar el juego, obtener una ventaja estratégica, engañar, tratar, educar o seducir.

Al contrario de lo que el cine y las series de TV nos decían sobre la falta de empatía de los psicópatas, hay poca evidencia de una relación entre la baja empatía y ser agresivo o cruel con los demás. Todo parece indicar que es más bien una falta de auto-control y una naturaleza maliciosa. Hay personas que en los test sacan puntuaciones muy bajas de empatía y no hacen el mal ya que evalúan moralmente y tienen autocontrol.

La mayoría de las personas tienen una cierta capacidad para empatizar o no con ciertas personas, pero los psicópatas son especialmente hábiles. Los psicópatas que comenten delitos sin remordimiento tienen una ventaja y es que pueden apagar y encender la empatía de mejor forma que las personas no psicopáticas. Empatizan para seducir y apagan la empatía emocional para no sentir nada hacia sus víctimas, lo que los pierde es su falta de autocontrol para hacer el mal.

Por este motivo, hay gente que opina que un buen terapeuta o médico que tiene que lidiar continuamente con personas deprimidas, ansiosas, con estrés postraumático y sufrimiento emocional severo debería tener cualidades de psicópata, pero sin dañar a sus pacientes. Un psicoterapeuta con mucha empatía, tal y como lo idealizan muchos, orientado al cuidado de los demás y con gran receptividad al sufrimiento acabaría sufriendo angustia empática y emocionalmente exhausto por estar expuesto constantemente al sufrimiento de los demás, resultando perjudicial a largo plazo para su salud mental. Pudiendo llegar a sufrir entre otros problemas, Fatiga por Compasión o Desgaste por Empatía que se relaciona con el trastorno de estrés postraumático. Recordemos que la empatía emocional es pasiva, automática e inconsciente y uno puede acabar contagiándose de ella aunque no quiera, sobre todo en aquellas personas que puntúan alto en empatía emocional.

Dada la naturaleza de los sentimientos de empatía, que puede ser utilizado tanto para el bien como para el mal, y sus grandes diferencias entre individuos, los cursos de formación personal para terapeutas, pacientes o padres que intentan aumentar la empatía de forma general podrían ser contraproducentes y perjudiciales para algunas personas si no se evalúa y se mide la empatía de las personas que quieren hacer estos cursos para aceptarlos o no o realizar una formación a medida de sus características personales de empatizar sin exponerlos a un perjuicio.

Sin saber que tipo de persona tenemos delante podríamos agudizar sentimientos de malestar o hacerlos más vulnerables puesto que las personas que puntúan más alto en dimensiones como la preocupación empática tienden a desarrollar el síndrome de burnout o “síndrome del quemado” en su profesión con mayor facilidad. Muchas veces detrás de un psicoterapeuta, un maestro, un educador o trabajador social, un cuidador, una enfermera o un médico “quemado” están personas muy comprometidas con su trabajo y muy empáticas. Dejarse llevar por la moda de los cursos para aumentar la empatía lejos de ser una buena idea puede ser un foco de problemas si no se hace bien.


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