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viernes, 6 de diciembre de 2019

Sentir empatía no es la solución es parte del problema


    "Los actos extremos de crueldad requieren un alto nivel de empatía". Fritz Breithaupt

    “Si aumentásemos la empatía no mejoraría el mundo, sino que cada grupo empatizaría más con su grupo y menos con el otro”. Paul Bloom

    “...debemos aspirar a un mundo en el que un político que apela a la empatía de alguien se vea de la misma manera que uno que apela al sesgo racista de las personas.” Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva de la Universidad de Yale.

Vivimos una época que exalta las emociones y en la que las personas ven la empatía como algo deseable y bueno, casi como una solución mágica para todos los problemas y conflictos. Pero la empatía es mucho más que las identificaciones empáticas con los otros, la meta comprensión mutua, el altruismo, el consuelo, la compasión ínter-subjetiva, el cuidado o la cohesión social. Y no siempre es positiva en las relaciones interpersonales. La empatía también tiene una dimensión táctica necesaria para la seducción, el engaño, la manipulación y la intención violenta.

La empatía no necesariamente conduce al altruismo porque la empatía y la violencia, la socialidad y el engaño están vinculados y no son opuestos, sino que los individuos pueden participar en actos de violencia colectiva, tortura y genocidio utilizando los mismos mecanismos que son utilizados para la comprensión del otro, la bondad, la generosidad, la ternura, la tolerancia y el respeto.

En cantidad de reuniones se escucha la necesidad de aumentar la empatía, desde las reuniones de los profesores y las escuelas de padres hasta en los cursos de marketing y ventas. Posiblemente, si alguien te quiere vender algo: desde una intervención educativa, hasta un coche o una idea política y te pide que hagas lo que sientas o que empatices es que trata de manipularte. Algunos pensarán que es por tu bien, otros simplemente por salirse con la suya. Las posibles intenciones son infinitas, otra cosa es que esa manipulación tenga detrás una intención aceptable o no, esté revestida de moral o no, o haya que denunciarla porque el fin no justifica los medios. A casi nadie le gusta ser manipulado.

La empatía es un estado psicológico complejo con diversos niveles y los problemas sociales y de las personas pocas veces se deben a la falta de empatía como lo entendemos popularmente. En realidad, bastantes problemas se deben a una excesiva implicación empática que impide tomar cierta distancia para que de una forma serena y meditada se tome una mejor decisión para todos. Una vez que alguien ha movilizado inicialmente la empatía en ti, te hace insensible a los datos estadísticos y al análisis racional de los costos y beneficios de las medidas que se toman. Si solo empatizas emocionalmente tomarás una decisión a corto plazo y seguramente será una mala decisión, porque no valorará adecuadamente las consecuencias.

Aunque nos pueda sonar raro, filtrar o bloquear la empatía es tan importante como tener empatía. Ya que los extremos sintiendo empatía no son buenos, una persona con empatía desregulada o hiper-empática iría a la deriva emocional, la explotarían si se apiadara de todo el mundo y sería muy manipulable por compasión. Algunos dirían incluso que "es tonto o tonta de tan bueno o buena que es". Hay que tener en cuenta que la empatía conlleva el riesgo de una pérdida personal como un efecto secundario de tomar la perspectiva del otro que conduce a un debilitamiento de los propios intereses, sentimientos, auto-percepción, identidad, autoestima o conciencia de sí mismo.

Cuando se elogian conceptos psicológicos y educativos como soluciones mágicas solemos pasar por alto los efectos secundarios de estas medidas. Durante unos años estuvo muy de moda los cursos de mejorar las habilidades sociales, pero lo que los psicólogos no se dieron cuenta al principio es que no mejoraban exclusivamente la forma en que nos relacionamos con los otros, sino que las personas utilizaban tácticamente las nuevas habilidades sociales aprendidas y la empatía. La astucia social inherente al ser humano hace que sea interesante ponerse mentalmente en los zapatos del otro para saber cómo lograr que el otro se ponga los zapatos emocionales que queremos para salirnos con la nuestra.

Todo engaño requiere como mínimo una forma básica de empatía o habilidad para imaginar cómo otros ven y experimentan el mundo. Hay un nexo entre la empatía, la socialidad y el engaño. En el mundo social, el engaño empático es omnipresente y se utiliza en forma de mentiras e hipocresías piadosas o como medio para conseguir alianzas y objetivos; puede tener una motivación egoísta pura o altruista a su manera. Las personas mienten a menudo con un corto y rápido análisis de costos y beneficios, acertados o no, en el que se ponen en el lugar del otro e intuyen si pueden hacerle sentir mal o que éste le declare su enemistad o amistad. A pesar de esa capacidad de imaginarnos lo que siente o piensa el otro no siempre se consigue porque hemos desarrollado defensas contra esa intromisión en las mentes de los demás y es la capacidad cada vez más sutil de engañar y auto-engañarse para no ser descubiertos y manipulados. Esta guerra entre engañar y descubrir al tramposo, ha llevado a que el engaño evolucione hacia el auto-engaño, porque la mejor manera de no ser pillados en una mentira es creerse la propia mentira. El auto-engaño dispara la empatía mucho mejor porque se salta las capacidades del cerebro de detectar la puesta en escena del fingimiento. Esto significa que la mente para sobrevivir en un mundo social con grandes presiones ambientales continuas nos oculta muchas de las cosas que hacemos.

A la hora de hackear el cerebro de una persona, apelar a la empatía y a las emociones es una técnica muy eficaz, porque estas son un producto de la evolución, han evolucionado a través del proceso de selección natural por lo que estamos fuertemente cableados para transportar esas señales de forma prioritaria por el cerebro. Solamente se necesita encontrar un disparador.

Un tema de estudio actual es dotar a las Inteligencias Artificiales y a los robots de empatía para favorecer la comunicación emocional con los humanos y se ha visto que podríamos ser fácilmente manipulados emocionalmente por parte de un robot. Si un robot se programa funcionalmente para que te diga que no le desconectes, muchas personas se niegan a apagarlo y dicen que sienten pena por él. Imagínense el poder que tendría una Inteligencia Artificial diseñada con el propósito de manipular emocionalmente a las personas.

Para la psicología evolucionista la empatía emocional es un mecanismo muy antiguo, procedente de los beneficios que tenía para los animales adivinar las necesidades de cuidado de sus cachorros, y que evolucionó en los humanos en el contexto del propio grupo (tribu, amigos y familia), y no se dirigía a empatizar con los extraños ya que los del propio grupo de pertenencia son los que más involucrados están en la supervivencia y crianza de sus niños. Esto es así porque para los mamíferos vivir en grupo requiere algún tipo de vinculación emocional que posibilite que la alarma o angustia de un individuo ante un peligro sea reconocida y constituya un aviso de peligro inmediato, y también un motivo de actuación rápida para los que están contigo.

Es sencillo imaginar que en un mundo ancestral una cría que llora es más fácil que sea detectada y atacada por un depredador, además de revelar la posición del grupo a posibles atacantes, así que una madre que sea capaz de anticiparse a las necesidades de las crías y comunicarse con su hijo y otros miembros del grupo con atención conjunta, los protega de más peligros y logre que aumente la tasa de supervivencia tanto de sus hijos como del grupo. Esta es una hipótesis de la función empática inicial muy posible: dar apoyo a la relación madre-hijo, conseguir la colaboración del niño y de los demás adultos cercanos y protegerlos como grupo de los extraños y de lo que viene de fuera. Con el tiempo, el desarrollo del vínculo emocional a través de saber leer y comprender las emociones de los demás e interpretar las necesidades e intenciones de cada individuo (la empatía en sus múltiples formas) posibilitó el avance de la capacidad para cooperar y coordinarse a gran escala por objetivos comunes propio de las sociedades humanas.

Este escenario de miles de años de superviviencia es el que ahora tiene que acomodarse a los cambios vertiginosos de las realidades sociales modernas para las que no estaba pensada la empatía ancestral. El ecosistema social que desarrolló la empatía ha cambiado, ya no vivimos en pequeños grupos en ambientes llenos de riesgos y con animales u otras tribus peligrosas que pueden atacarnos en cualquier momento, sino en grandes ciudades con cientos de miles o incluso millones de personas desconocidas que tienen que cooperar entre sí y respetar unas normas de no agresión y convivencia quieran o no quieran.

Sospecho que cuanto mayores son las ciudades más importantes son las relaciones entre la empatía, el engaño y el auto-engaño. Más personas desconocidas significa que hay más oportunidades y también más competencia. Es más fácil aprovecharte de un desconocido que no vas a volver a ver y por lo tanto es más difícil pagar las consecuecias de tus actos. Pero la evolución no es estática y cada cambio produce otros cambios. Por ejemplo, pertenecer a un grupo con poder ayuda a salvar parte de esta desventaja del individuo entre la multitud, por eso las ciudades permiten una enorme proliferación y diversificación de los grupos: pandillas, bandas, tribus urbanas, corporaciones, agrupaciones, asociaciones y fundaciones empatizando con sus integrantes y defendiendo sus identidades. Pertenecer a un grupo hace que el individuo diluya su responsabilidad y su saliencia entre todos, posibilita mayor fuerza a la hora de defenderse, atacar o cooperar.

Y llegamos a la identidad, ¿qué relación hay entre identidad y empatía? A una leona, una mona o una humana le va a ser difícil empatizar con quien quiere dañar o matar a sus crías, por eso es fundamental distinguir sin equivocarse quién es una amenaza de quién es un aliado que te ayuda. Por lo tanto, empatizar necesita discriminar estímulos, así que la empatía está intimamente relacionada con la identidad. La identidad es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad junto a la conciencia que se tiene respecto de uno mismo y que te permite convirtirte en alguien distinto a los demás, sería como un "documento de identidad social o código de barras", permite ser identificado y etiquetado, ante la más mínima sospecha, para lo bueno y lo malo. El ser humano lucha por tener una identidad, porque estos estímulos señaladores permiten ser reconocido por el grupo como un valioso miembro que aporta recursos o por el contrario como no perteneciente o incluso peligroso. La identidad nos ordena en cajones grupales para saber dónde encontrar apoyo o dónde no. Si no consigues una identidad adecuada en un ecosistema social determinado, te juegas el ser rechazado, el que las personas no empaticen contigo. Es tan fuerte la necesidad de sentir la empatía de los demás que muchos individuos son capaces de aceptar las mentiras y la ideología del grupo. La empatía se compra con demostraciones de lealtad al grupo, y se tiene más lealtad percibida cuando más extrema es la empatía hacia el propio grupo y más lucha se hace por diferenciarse de otros grupos, el mensaje que se quiere mandar es el de "yo me preocupo y me sacrifico más que nadie por vosotros"; así se cierra el círculo de retro-alimentación entre la empatía, la identidad y el auto-engaño.

Para ser funcional la empatía tiene que saber discriminar quien es la persona merecedora de dar nuestra atención y cuidados. Y lo hace a través de la identidad, la evolución ha pasado de los animales que distinguen e identifican a los suyos a través del olor, el pelaje, los sonidos o los rituales a estímulos como la ropa que se viste, el lenguaje y acento que te distingue de otros, los rasgos étnicos, las marcas que se exhiben, las banderas, las camisetas con mensaje, el uso de las redes sociales, la historia re-interpretada a favor de los tuyos, las ideas políticas, el territorio que se defiende, etc.

La mente humana es capaz de la paz y de la guerra, y en ambas la empatía juega su baza:  puede servir como uno de los factores de la movilización para la paz o por el contrario para lanzarse a luchar contra los demás en las guerras, y se racionaliza de la misma forma, en la que se cree que uno lucha por el futuro de nuestro grupo y nuestros hijos. Es un error pensar que en la Segunda Guerra Mundial millones de personas no tenían empatía fuesen del bando que fuesen. La empatía puede poner la imagen imaginada de nuestros hijos o amigos como acicate de nuestras ideas y así no pensamos en el sufrimiento de miles de personas que también tienen familias como las nuestras, es el: “Yo no quiero hacer daño, pero lo hago por mis hijos, por mi pueblo, por mi país, por los míos”. Así la empatía sesgada crea la peligrosa división artificial entre "ellos" y "nosotros".

La Historia nos serviría de aprendizaje si logramos entender que para no entrar en guerras y enfrentamientos se tiene que dejar de pensar en empatizar por grupos y regiones y aspirar a pensar de forma unida a nivel del planeta. Lograr empatizar a nivel del conjunto del planeta permitiría tener en mente, de manera más justa, las necesidades de todas las personas, animales y seres vivos que viven en él. Mientras las personas pongan por delante a su grupo y solamente empaticen con los suyos seguirá siendo cierto que lo que más une a dos personas es la alianza contra un tercero.

Por eso, porque la empatía todavía se mueve dentro del propio grupo y de los propios genes, la empatía no sirve de guía moral o ética ya que es nepotista y una fábrica de prejuicios: mueve los hilos para enchufar, hace favores y da privilegios a los amigos, a los que piensan como nosotros, a familiares y a los hijos. Su origen evolutivo es servir al cuidado y la defensa de nuestros genes, pero nos deja muchas veces ciegos al sufrimiento de aquellos con quienes no podemos o no queremos empatizar y sumidos en el auto-engaño.

La política es sabedora de la fuerza de hacer empatizar a los votantes y se sirve de buscar víctimas percibidas para apelar a la emoción y a la empatía y manipular a los electores a su favor. Los políticos suelen utilizar la empatía para crear miedo, repulsión, incluso asco y pánico, porque señalar una amenaza real o inventada hace que automáticamente formemos grupos para defendernos. De esta manera somos capaces de percibir como malos y como una amenaza a los que no piensan como nosotros. Si quieres aglutinar a la gente en torno a una idea solo tienes que crear un enemigo imaginado a tu medida causante de una injusticia, y ponerlo frente a una identidad exaltada de grupo. Es un hackeo de la mente porque es automático y muy difícil de combatir con argumentos racionales.

No es que en ese caso las personas deshumanicen a los rivales políticos, es que los personalizan como los causantes de todos sus males, en su ciega opinión emocional serían malas personas y por lo tanto merecedores de castigo, piensan: "Si atacan lo tuyo, tus raíces, lo que sientes, tienes que defenderte y luchar por los tuyos". Este es el mensaje instintivo de la empatía, una señal de nuestros ancestros que se codificó para ayudar a los allegados, darles todo nuestro apoyo o luchar de forma emocional, rápida y sin reflexión. Por eso un mismo mecanismo es capaz de sacar todo lo bueno y todo lo malo del ser humano.

Un reciente estudio señalaba a la empatía como la culpable de la polarización política e indica que esta polarización no sería una consecuencia de la falta de empatía de las personas, sino un producto de las formas sesgadas en las que experimentamos la empatía. Se observa que las personas que puntuan alto en empatía también puntúan alto en polarización afectiva. Puntuan mucho mejor a su grupo político y mucho peor al contrario de lo esperable. Esta visión en blanco y negro es terrible, porque la empatía puede llevar a percibir el mundo social en términos de amigo o enemigo, y el grupo colectivamente unido a través de la empatía mutua te obliga a elegir: “o estás conmigo o contra mí”. No hay reflexión, la mente-cerebro moraliza para justificar una toma de decisiones rápida y empática. En este caso, la emoción actúa primero y luego llega el torrente de justificaciones para ser tolerante con las propias contradicciones. La empatía sentida es usada para dar una justificación moral y de justicia al castigo que se otorga al no perteneciente al grupo.

En el ser humano se ha documentado un "efecto martirio" y es que desde los estudios antropológicos se observa que los rituales extremos promueven la excitación empática entre los observadores y que el dolor percibido aumenta la prosocialidad (Olivola y Shafir, 2013). La voluntad de contribuir a una causa caritativa o colectiva aumenta cuando se espera que el proceso de contribución sea doloroso y difícil. El sentimiento de dolor y adversidad en contra induce a atribuir un mayor significado especial a la experiencia y fomenta las contribuciones a la causa de las personas. Por eso una vez que se desatan los sentimientos empáticos y la gente se moviliza es difícil cambiar las ideas aunque todo indique que va a ser un desastre. La gente se une en solidaridad ante la adversidad aunque esa adversidad la generen ellos. Por eso, en la sociedad actual de estrategas políticos con asesores con profundos conocimientos en el funcionamiento social y psicológico, buscar un "efecto martirio" constituye otra forma de hackear a la mente y a los grupos para conseguir votos sin saber las repercusiones reales. El mundo actual se ha convertido en una serie de cotinuos experimentos de registrar y manipular las conductas de los ciudadanos y los consumidores para los especialistas con los medios y conocimientos necesarios para hacerlo.

Gracias a los experimentos académicos cada vez descubrimos más puntos ciegos del cerebro. La naturaleza no ha hecho un diseño para primar la transparencia de sus sistemas emocionales a la consciencia, simplemente ha evolucionado configurándose como pudo ante las presiones ambientales. El resultado es que la forma en como está construída la mente, hace que nos veamos siendo empáticos, justos y bondadosos, pero oculta las veces que no estamos siendo empáticos. Probablemente la ocultación y el camuflaje tiene menos costes energéticos que un cerebro ultraconsciente constantemente analizando una moral que solamente existe en la mente humana. Esta miopía por necesidad de energía y recursos concordaría con que la empatía muchas veces es dirigida sólo a los que nosotros queremos: empatizo con mi hijo pero no con su profesor que "le ha suspendido", empatizo con el lugar donde nací pero los de fuera "son diferentes y no tan leales como los nuestros", empatizo con los que hablan mi idioma pero no con los que no lo hablan, empatizo con los de mi clase social pero "ya sabes como son los de esa clase social", "son de izquierdas", "son de derechas", "son de centro", ...

Casi toda etiqueta es válida para sesgar la empatía a favor o en contra, la mente busca de forma activa señales discriminantes para encontrar posibles aliados o enemigos. Por eso otro hackeo mental utilizado por los políticos, los estafadores y embaucadores es utilizar eslóganes generalistas sobre la libertad, la justicia y la igualdad, en el que la mayoría de las personas pueden encontrar identificación. Estas cosas abstractas que generan nuestra empatía, se deshacen como un azucarillo cuando luego se concretan sus posibilidades reales en un complicado mundo de enfrentamientos grupales, y aquí entra de nuevo la empatía, pero para romper la unidad ficticia del grupo, porque las personas se van posicionando a favor o en contra con los nuevos significados que emergen de las matizaciones, por eso la trampa está en prometer sin implicarse el mayor tiempo posible. Si antes los enemigos venían principalmente del medio natural en forma de depredadores animales u otras tribus guerreras, ahora al no tenerlos en las populosas ciudades, la mente busca peligros o ventajas entre los miles de otros humanos que nos rodean y sus ideas. La enorme complejidad que ha ido cobrando la capacidad de teorizar sobre las mentes de los otros ha dado como resultado que el cuidado empático se haya aliado con la viralización de las ideas, la mente humana se ha vuelto cazadora de mentes: "si quieres mi cuidado y mi empatía, acepta mis ideas, acepta la identidad que te impongo libremente". Todos los grupos humanos sin excepción hacen esto porque su fuerza está en su cohesión y en la capacidad de crecimiento. Su funcionamiento es tan orgánico y tan similar como las infecciones víricas o la extensión de las colonias de bacterias por un ecosistema. Los grupos e ideas humanas nacen, crecen, se reproducen o escinden en subgrupos, luchan (dentro o fuera del grupo), se defienden, envejecen y mueren.

El amor, la compasión y la empatía son desplegados selectivamente, tácticamente dentro de un mundo social con alianzas y conflictos, donde declarar públicamente la amistad a un grupo, vestir de una determinada manera o hablar un idioma determinado puede provocar la enemistad de otro grupo y esto derivar en odio y violencia.

Antes se pensaba que la empatía era lo que nos distinguía de los animales, pero se ha descubierto que no es una cualidad exclusiva del ser humano y en los experimentos científicos hasta las ratas muestran empatía y son solidarias. Ya no se duda de que todos los mamíferos son capaces de sentir empatía y se empieza a investigar en las aves como gallinas y cuervos.

Durante estos años, los múltiples estudios sobre la empatía nos han revelado la verdadera doble cara de la empatía. Mientras esto ocurría la sociedad totalmente ajena a estos descubrimientos se afana en recetar más y más empatía. La empatía que se proclama desde el sentimiento es una empatía idealizada, perfecta, sesgada, irreal, ignorando la otra cara de la moneda. Así que desde la prudencia quizás no sea buena idea potenciar la empatía indiscriminadamente, porque está llena de prejuicios y problemas. Por ejemplo:

  • Los circuitos neuronales de la empatía convergen en parte con los de la violencia. Así que estos circuitos controlan la capacidad de ponerse en el lugar del otro o de agredirlo. Las personas tenemos una predisposición biológica para ser empáticos, violentos o ambas cosas a la vez, pudiendo moderarlo o exacerbarlo el ambiente.
  • Existe un estrecho vínculo evolutivo entre la empatía y el engaño en los primates. Como seres sociales, no solamente se coopera sino que también se compite por los recursos, por lo que las personas adoptan los puntos de vista de los demás para engañarlos.
  •  Las personas con más empatía son peores a la hora de detectar mentiras (Zloteanu, 2019). Sopesan menos las informaciones o las interpretan de forma diferente. Se puede engañar mejor provocando la empatía porque la empatía se relaciona más con la velocidad del procesamiento facial, que con la clasificación precisa de las emociones (Kosonogov, Titova y Vorobyeva, 2015) lo que resulta en que son menos críticos con la información emocional, llevándoles a una mala interpretación de las señales emocionales (Stel y Vonk, 2009). También los que más puntuan en empatía cuentan con más frecuencia mentiras.
  • La gente de alta empatía ve al grupo externo más desfavorablemente (en relación con su propio grupo) que la gente de baja empatía. La empatía y la xenofobia están relacionadas: se siente más empatía por quienes son semejantes en costumbres o ideas con nosotros que con quienes no se parecen a nosotros. La empatía y la comprensión se queda más para los de nuestro grupo: político, de trabajo, grupo étnico, religión, club de fútbol, región, país, etc.
  • La empatía se utiliza de forma táctica para demonizar a un enemigo a través de jugar con las identificaciones y la alteridad.
  • Las personas propensas a la empatía son propensas a la schadenfreude (alegría creada por el sufrimiento o la infelicidad del otro).
  • La capacidad de empatizar con los demás también es un requisito previo para actos deliberados de humillación y crueldad. El placer sádico, el vampirismo emocional y el acecho funcionan a través de la empatía.
  • Las personas suelen experimentar la empatía como algo costoso y cognitivo, lo que los lleva a intentar evitarlo por el desgaste y cansancio que produce. Muchos intentan no empatizar o bloquearlo para no pagar los costes cognitivos o emocionales.
  • La empatía no es igualitaria, se siente más empatía por la gente guapa que por los feos.
  • Se siente menos empatía por las especies animales que son más diferentes de nosotros. Las que tienden a evocar un afecto más positivo son las que presentan similitudes físicas, conductuales o cognitivas con los humanos, despertando proyecciones antropomórficas como: atribución de rasgos, emociones o intenciones como las humanas aunque no las tengan. Posiblemente la empatía por los mamíferos ayudó a cazarlos para alimentarse o a domesticarlos, al utilizar la empatía para anticiparse a sus reacciones emocionales: ¿Qué le pasa a este animal? ¿Está enfermo? ¿Tiene miedo? ¿Está confiado? ¿Está furioso? ¿Es peligroso? La empatía puede utilizarse como arma para cazar, como detectora de peligros o para adiestrar a un animal salvaje.
  • Es difícil sentir empatía por los “llorones”; y es habitual ver como gente muy empática con sus hijos se cambia de acera para no encontrarse con un mendigo. Sobre todo cuando subjetivamente se pre-juzga que los problemas de las personas se deben a su propia culpa.
  • Se puede sentir empatía por un asesino, un terrorista, un ladrón, un agresor y ayudarle a escapar sin pensar que puede provocar más daño y sufrimiento.
  • Las personas que puntúan alto en rasgos autistas no tienen problemas con la empatía afectiva, pero sí con la cognitiva. Según la investigadora Uta Frith sentir la empatía no se puede aprender, pero se puede compensar algo mediante el aprendizaje de atribuir estados mentales (opiniones, intenciones, deseos y emociones) a otras personas.  
  • Las personas con esquizofrenia son más propensas a informar mayor angustia personal y contagio emocional y se les ve déficits en la empatía cognitiva.
  • La meditación mindfulness parece reducir la empatía cognitiva en individuos con rasgos narcisistas porque al liberarse de pensamientos de auto-crítica pueden reflexionar más sobre los estados mentales de otros y como consecuencia no deseada aumentan sus pensamientos de auto-grandeza.
  • La capacidad de empatizar no es igual a lo largo de los años. Forma un gráfico de "U" invertida, alcanzando su máximo en torno a los cincuenta años de edad.
  • La evidencia sugiere que la empatía es en parte biológica y moderadamente hereditaria. Se observa una diferencia de empatía y de compasión entre sexos y desde bebés, las niñas parecen tener estas capacidades más desarrolladas. Las mujeres son más empáticas para el dolor ajeno porque suelen ser más reactivas que los hombres a la observación de estímulos dolorosos. Cuando se administra testosterona a las mujeres se produce una reducción de la empatía cognitiva, afectando a la capacidad de interpretación de la mente del otro.
  • La empatía no entiende de números. Le da igual 3 que 13. Nadie hace nada por los miles de niños que mueren en una guerra, pero sí se siente conmocionado a actuar cuando es una persona cercana. Los medios de comunicación, los partidos políticos y las ONG saben que se siente más empatía por la imagen de un niño sirio ahogado que por los 200.000 muertos en una guerra civil. Y resulta una perversa característica de la empatía que el sufrimiento de una persona pueda ser más importante que el sufrimiento de miles de personas desconocidas.
  • La empatía puede ser enfermiza: lo mismo que hay psicópatas a los que no les afectan los sentimientos de los demás, también hay individuos cuyo nivel de empatía les hace vivir en una angustia permanente, sufren de estrés empático. Los pensamientos de culpa por no ayudar tras empatizar se vuelven obsesivos e intrusivos.
  • Hay sustancias que influyen en la empatía. Por ejemplo, tomar Paracetamol reduce la empatía (Mischkowski et al. 2016) o los medicamentos contra la ansiedad como el Midazolam.
  • Se sabe que el dolor social y la empatía social activa circuitos cerebrales relacionados con el dolor físico, por lo que una pregunta para hacernos es si el aumento del uso de analgésicos en el mundo tiene relación con el sufrimiento social, si la gente toma analgésicos para reducir el dolor social y la empatía sin saberlo.
  • Hay estudios que consideran que detrás de muchas depresiones hay una empatía desbocada que la persona no puede controlar. Hay muchas personas con necesidad de ayuda que vemos todos los días y una sola persona no puede ayudar a todas. Los suicidas tienden a caracterizarse por niveles muy altos de empatía.
  • En la psicología clínica existe la hipótesis de la hiper-empatía en el trastorno de personalidad limite (borderline): estas personas “te adivinan” porque demuestran una enorme capacidad de leer las emociones ajenas. Pero esa intuición, lejos de ser una ventaja es una maldición, porque esto lo lograrían por una mayor atención a los estímulos sociales y un procesamiento disfuncional de esa información que les hace vivir inmersos en las emociones de los otros no pudiendo distinguir lo que sienten ellos de lo que sienten los otros al estar constantemente invadidos por las emociones de los demás.
  • También hay gente que no puede establecer relaciones, porque su altísima empatía les vuelve incapaces de defender sus propios intereses frente al dolor de la pareja o incluso que lo dejan todo para dedicarse a los demás de manera compulsiva.

Un exceso de empatía puede hacer que te veas sobrepasado por lo que ves y ser incapaz de tratar a los pacientes o a los alumnos o a las personas con las que empatizas en exceso. Y esto es un grave problema en algunas profesiones como las de psicoterapeuta, maestro, trabajador social, enfermero o médico; o en roles como padre, madre, amigo, etc. Realmente son las personas con razonamientos serenos y racionales los que más hacen para ayudar a las personas, aunque se las perciba más frías, ya que las personas que empatizan y se ven obligadas por su emoción en ayudar lo más rápido posible sin poder reflexionar y recabar más datos sobre la situación acaban empeorando las cosas por muy buena intención que tengan.

La idea que tiene la sociedad sobre la exhibición de la empatía es errónea, porque tener una gran empatía no te convierte en una buena persona, y ser pobre en empatía tampoco te hace una mala persona o un psicópata.

Cada organización benéfica, cada movimiento político, cada causa social intenta utilizar la empatía para motivar la acción. ¿Es lícito manipular aunque sea por lo que creemos es una buena causa? ¿Quién decide lo que es una buena o mala causa? ¿No es mejor juntar los recursos y esfuerzos en salvar a 100.000 niños que empatizar con el más cercano y destinar todos los recursos a uno solo? Si empatizas con una familia en la que una vacuna ha tenido una reacción adversa y firmas un manifiesto en contra de las vacunas: ¿No estarías empatizando con una familia, pero perjudicando a miles de familias que no vacunarán a los niños y no tendrán ninguna reacción secundaria?

Actualmente, los padres hiper-empáticos también son un problema, más que intentar ser empáticos por deseabilidad social, necesitamos reflexionar sobre lo que sentimos: ¿Es adecuado empatizar con los niños siempre? ¿Qué pasa si empatizo constantemente con mi hijo y no le obligo a hacer algo que a largo plazo es bueno para él? ¿Cómo educar si me da pena mandarle hacer deberes, restringirle los videojuegos, obligarle a comer verduras, no dejarle comer chocolates a su antojo, si le evito cualquier molestia o pequeño sufrimiento, etc.?

La empatía es muy compleja y en origen pre-lingüística y sensoriomotora, los estudiosos de la empatía distinguen entre "empatía cognitiva", "empatía emocional" y "perspectiva emocional". La empatía emocional sería pasiva, te contagias de la emoción expresada de los otros creando un afecto emocional positivo hacia el otro o negativo porque nos hace sentir mal, mientras que la empatía cognitiva es activa y supone una comprensión intelectual del significado de las emociones del otro. Por último, la perspectiva emocional se logra cuando es posible integrar todo y estar en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo. Estos procesos cognitivos y afectivos se pueden dar juntos, de forma separada o incompleta, lo que da lugar a una gran variabilidad y a muchos matices a la hora de experimentar la empatía de un individuo a otro:

  • Contagio emocional: es el primer nivel de respuesta empática. Produce resonancia emocional que puede subir o bajar el estado de ánimo a través de la comunicación no verbal y verbal. Se crea una emoción compartida entre el observador y el observado.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional negativo: estrés empático. Puede ser saludable o no.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional positivo: alegría empática.
  • Empatía cognitiva: no existe resonancia emocional, pero te pone en el lugar del otro con el pensamiento, simulando cómo puede sentirse la otra persona. Te puedes diferenciar de la otra persona.
  • Perspectiva emocional: se integran la emoción sentida con la simulación del pensamiento para poder entender al otro sin estar afectado por la emoción o muy alejado en los propios pensamientos. Se da gracias a una flexibilidad cognitiva y la auto-regulación de las emociones.

En el deseado equilibrio entre estos procesos es donde se sitúan las charlas teóricas sobre las resonancias tónico-emocionales recíprocas que utilizan los psicomotricistas o los terapeutas. Otra cosa es que se consiga por mucha formación personal o psicoanálisis o supervisión psicológica que se haga, al ser la empatía emocional un mecanismo orientado al contagio pasivo y susceptible entonces de contagiar al terapeuta como a cualquier otra persona.

Para ayudar a alguien, el psicomotricista o cualquier persona, no puede perder su identidad y su distancia afectiva adecuada, tiene que regular sus emociones (algo realmente complejo porque las emociones tienen un planteamiento biológico de contagio y acción rápida). Y para ello, según la teoría, se necesita sentir cómo nos transformamos tónica y emocionalmente con las personas y no dejarse llevar por la emoción perdiendo el rol de terapeuta o de persona serena con el objetivo de ayudar recabando todos los datos de todas las partes implicadas. Pero esta habilidad regulando la empatía no solo es necesaria en los psico-terapeutas y en los padres suficientemente buenos, sino que es la misma que utilizan los estafadores, los políticos, los jugadores de póker, los estrategas militares, los seductores y los torturadores, pero esta vez a favor de sus objetivos. Todos intentan asumir la perspectiva y la actitud afectiva de un paciente, un niño, un oponente o una víctima; y basan sus futuras acciones en mimetismos que les permitan ganar el juego, obtener una ventaja estratégica, engañar, tratar, educar o seducir.

Al contrario de lo que el cine y las series de TV nos decían sobre la falta de empatía de los psicópatas, hay poca evidencia de una relación entre la baja empatía y ser agresivo o cruel con los demás. Todo parece indicar que es más bien una falta de auto-control y una naturaleza maliciosa. Hay personas que en los test sacan puntuaciones muy bajas de empatía y no hacen el mal ya que evalúan moralmente y tienen autocontrol.

La mayoría de las personas tienen una cierta capacidad para empatizar o no con ciertas personas, pero los psicópatas son especialmente hábiles. Los psicópatas que comenten delitos sin remordimiento tienen una ventaja y es que pueden apagar y encender la empatía de mejor forma que las personas no psicopáticas. Empatizan para seducir y apagan la empatía emocional para no sentir nada hacia sus víctimas, lo que los pierde es su falta de autocontrol para hacer el mal.

Por este motivo, hay gente que opina que un buen terapeuta o médico que tiene que lidiar continuamente con personas deprimidas, ansiosas, con estrés postraumático y sufrimiento emocional severo debería tener cualidades de psicópata, pero sin dañar a sus pacientes. Un psicoterapeuta con mucha empatía, tal y como lo idealizan muchos, orientado al cuidado de los demás y con gran receptividad al sufrimiento acabaría sufriendo angustia empática y emocionalmente exhausto por estar expuesto constantemente al sufrimiento de los demás, resultando perjudicial a largo plazo para su salud mental. Pudiendo llegar a sufrir entre otros problemas, Fatiga por Compasión o Desgaste por Empatía que se relaciona con el trastorno de estrés postraumático. Recordemos que la empatía emocional es pasiva, automática e inconsciente y uno puede acabar contagiándose de ella aunque no quiera, sobre todo en aquellas personas que puntúan alto en empatía emocional.

Dada la naturaleza de los sentimientos de empatía, que puede ser utilizado tanto para el bien como para el mal, y sus grandes diferencias entre individuos, los cursos de formación personal para terapeutas, pacientes o padres que intentan aumentar la empatía de forma general podrían ser contraproducentes y perjudiciales para algunas personas si no se evalúa y se mide la empatía de las personas que quieren hacer estos cursos para aceptarlos o no o realizar una formación a medida de sus características personales de empatizar sin exponerlos a un perjuicio.

Sin saber que tipo de persona tenemos delante podríamos agudizar sentimientos de malestar o hacerlos más vulnerables puesto que las personas que puntúan más alto en dimensiones como la preocupación empática tienden a desarrollar el síndrome de burnout o “síndrome del quemado” en su profesión con mayor facilidad. Muchas veces detrás de un psicoterapeuta, un maestro, un educador o trabajador social, un cuidador, una enfermera o un médico “quemado” están personas muy comprometidas con su trabajo y muy empáticas. Dejarse llevar por la moda de los cursos para aumentar la empatía lejos de ser una buena idea puede ser un foco de problemas si no se hace bien.


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