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martes, 3 de enero de 2023

El mal de hacer el bien (ecologismo, cultura y política)

 “Los hombres que creen en el bien y el mal, y que creen que el bien debe ganar, deben estar atentos a esos momentos en los que es posible jugar a ser Dios”. John Irving

Cada día debemos elegir entre hacer el bien o el mal, pero no somos tan libres para elegir como pensamos. Somos animales sociales, y por lo tanto actuamos dentro de grupos que son vitales para nuestra supervivencia y que nos influyen sin darnos cuenta.

Todo son grupos: crecemos en el grupo familiar, creamos grupos en las aulas de las escuelas, nos divertimos con el grupo de amigos y cuando vamos a trabajar a las empresas trabajamos en equipos. Nuestras experiencias con todos estos grupos crean nuestros pensamientos entorno a la cultura y la política y nos limitan a pensar de una determinada manera creyendo que nuestros pensamientos son libres.

Nuestra sociabilidad, inclinación para cooperar y la necesidad de ser buenos está pre-cableada en nuestros cerebros desde que nacemos. Tenemos tal necesidad de formar parte de un grupo para la supervivencia que nos esforzamos en que los grupos nos reconozcan como valiosos y amigables.

Necesitamos que piensen que luchamos por nuestra comunidad o pueblo y muchas personas buscan o alientan la superioridad de un grupo al que pertenecen o quieren pertenecer para sentirse mejor a la vez que aplaudido por esa gente.

Una cualidad valorada por el grupo es que nos comportemos de una manera que creamos justa (indicamos fiabilidad a los demás), pero sesgada hacía los nuestros (así indicamos lealtad y compromiso, y por hacerlo, esperamos que nos defiendan si lo necesitamos).

Estamos tan influidos por los grupos que llega a un punto que sacrificamos la realidad de lo que ocurre por indicar lealtad y compromiso. Perder el apoyo de un grupo o que el grupo pierda poder, significa que la supervivencia individual y colectiva está en juego.

Como dice Richard Wrangham, la moral surgió del deseo de no convertirse en blanco de la justicia de la comunidad. Las personas se cuidan de perder prestigio en el grupo, no solo está en peligro el cuidado y aprecio del grupo. También tenemos miedo de que al dejar de creer en sus ideas nos llamen traidores y puedan pasar a dañarnos. 

 

Estar en un grupo es fatigoso, las personas no solo quieren caer bien, sino también castigar al que se desvía del grupo. Por este motivo las personas están muy interesadas en que se hable bien de ellas y evitan cualquier postura que suponga una crítica abierta de las ideas del grupo al que pertenecen.

Como especie hemos desarrollado una gran sensibilidad a compararnos con los demás y preferimos vivir al lado de los que piensan, se visten, hablan nuestro idioma y piensan políticamente como nosotros. Somos racistas y negamos serlo mientras vamos preferentemente a los bares y tiendas de los “nuestros”.

Desde la psicología evolutiva se ha visto que desde los tres meses los bebés ya empiezan a mostrar preferencias por los personajes pro-sociales frente a los antisociales. Por ejemplo, un bebé con 6 meses rechaza a quien se ha llevado una pelota que no es suya, y prefieren jugar con el que ven que devuelve el juguete a su dueño. Pero también, los bebés, disculpan malos comportamientos a aquellas personas que se parecen a ellos, porque intuyen que los parecidos pueden indicar formar parte de su grupo y lo diferente puede ser peligroso. Es una estrategia que se ha seleccionado por la naturaleza, desconfiar de lo distinto en un primer momento, hasta que pasado un tiempo puedas comprobar que lo diferente no era peligroso. Pero la primera regla de supervivencia y difícil de cambiar, es desconfiar ante lo diferente: en los seres humanos es el color de piel, la apariencia con los vestidos, tatuajes, símbolos, ideas políticas, la cultura, el idioma... 

  Los estudios científicos indican una moralidad muy precoz, que no es tan pura ni en la niñez ni en la etapa adulta. Se ha observado que desde muy pequeños somos sobornables, y hacemos cálculos de si hacer “negocios” con una persona que se comporta mal nos merece la pena o no según la ganancia. Adaptemos un ejemplo para explicarlo: si la ganancia es pequeña (recibes pocas galletas de chocolate) preferimos no hacer tratos con los “malos”, pero si la ganancia es elevada (consigo muchas galletas de chocolate y creemos que no nos van a coger) nos lo pensamos por si merece la pena correr el riesgo. Por eso la corrupción siempre estará presente en nuestras instituciones. Si el costo de que te pillen es pequeño, ten por seguro que habrá gente que se comportará deshonestamente. Tienen pocas posibilidades de perder y mucho que ganar.

El que esté interesado en los experimentos sobre moralidad y desarrollo infantil de este tipo puede echar un vistazo al Morality and Development Lab de Arber Tasimi y su equipo o puede leer el libro de Paul Bloom en el que cuenta como antes de que puedan hablar o caminar, los bebés juzgan la bondad y la maldad de las acciones de los demás.

El problema de hacer cosas horribles tratando de promover lo que es bueno sucede especialmente cuando apoyamos incondicionalmente las creencias que dan identidad a nuestro grupo de pertenencia y que se articulan en lo real con su inclusión en nuestra moralidad: castigando e imponiendo nuestra forma de pensar al que no piensa como nosotros.

En la vida cotidiana de los grupos construimos y exhibimos activamente roles e identidades PARA GUSTAR a nuestro grupo. Nuestro cerebro automáticamente se dedica diariamente a crear ideas, relatos e historias para agradar al ideario grupal. No importa si son reales y no importa si mientes o maquillas los hechos, muchas personas pensarán que si ayudan a que los miembros del grupo luchen por la causa común, a que nos sintamos cercanos los unos a los otros y emerja ese sentimiento tan placentero de estar arropados por el propio grupo, entonces aunque estemos haciendo el mal… ya está sirviendo de algo que lo justifica. No obstante, la mentira se negará una y otra vez y el grupo por lealtad te apoyará.

Cuando se moralizan nuestras creencias, no hay razones, hay sentimientos. Las emociones toman el control y estas guían nuestros razonamientos posteriores. Una persona que se cree atacada puede sentir no solo rabia, sino hasta asco y repugnancia por las ideas de los otros.

Lejos de ser un bien maravilloso e irreprochable una cultura va de eso, de crear ideas, relatos e historias para agradar a nuestro grupo. La cultura se exagera para crear diferencias, por ejemplo: no solamente uno tiene que ser español, vasco, catalán, gallego, árabe, africano, europeo, etc. sino que también tiene que parecerlo ante los demás de forma muy clara. Cuando más exageres tu interpretación de lo que es ser (bajo tu interpretación sesgada y compartida por un grupo) un español, un vasco, un gallego, un catalán, un árabe, un africano o un europeo, más beneficios ante el grupo y más distancia ante los que no son de tu grupo.

El problema es que si una persona se auto-categoriza como miembro de unos grupos y no de otros, eso crea las categorías: “nosotros” frente a “ellos”. Y desde aquí se desliza la palabra enemigo y la idea de lucha por la libertad y en contra de la opresión. Desde estos pensamientos es fácil caer en ideas del tipo: nosotros somos víctimas y ellos agresores, nosotros somos mejores y ellos son el mal, nosotros nunca haríamos eso pero vosotros sois capaces de todo, nosotros queremos ser libres e independientes pero vosotros nos lo impedís, etc.

No podemos escapar de esta forma de pensar en todas las facetas humanas: profesiones, organizaciones, comunidades, sociedades y culturas. Si uno es joven se identifica con los jóvenes, si uno es pensionista se identifica con los jubilados, si uno es activista se enfrenta contra lo establecido o contra el activista anterior porque cree que ya no hacen lo suficiente o son unos vendidos, si uno pertenece a los parlamentarios europeos hace lo que cree que tienen que hacer los parlamentarios europeos y si uno es ecologista todo aquel que no recicle o tenga un coche eléctrico es el demonio.

Tu identidad y tu cultura es tu jaula. Somos presos de nuestras identidades y tradiciones, y lo más grave es que tratamos de imponer a los demás nuestras identidades y tradiciones, sentimos felicidad en ello. Nuestra necesidad de buscar y pertenecer a un grupo “especial” es la necesidad más profunda de nuestra existencia y la mayor fuente de maldad, atrocidades, acoso, terrorismo y guerras. Todas esas guerras buscaban la justicia y luchaban contra los engaños de otro grupo rival y eran incapaces de ver más allá de sus propios intereses grupales.

A pesar de estar en el siglo XXI seguimos siendo tribus que guerrean entre sí ciegamente por el deseo de pertenecer a un grupo protector. Los temores de que se rompan nuestros vínculos con el grupo cambian nuestra conducta hacía cosas que nunca haríamos si no dependiesemos tanto de tener esa identidad grupal que nos desata la euforia y la felicidad colectiva.

 

La territorialidad va unida al sentimiento grupal. No es lo mismo el sentimiento de identidad de los habitantes de un pueblo encerrado en sus tradiciones que en una gran ciudad donde conviven por necesidad distintas culturas, idiomas, formas de sentir y donde la identidad fuerte se va diluyendo y no se ve ese sentido emocional de tener unas costumbres ancestrales.

Algunos autores piensan que podemos escapar de los enfrentamientos entre grupos creando un supra-grupo, que nos incluya a todos en unas metas comunes. La Unión Europea sería precisamente esto: un intento de metas comunes para que los estados europeos no entren en guerra entre sí.

Se piensa que si todo el mundo tiene un enemigo común nos aliaremos para vencerlo. La idea es buena, pero no acaba de funcionar como nos gustaría. Porque el ser humano se alía siempre con otro para atacar a un tercero. No puede vivir si no tiene algo por lo que luchar y el enemigo preferido es siempre otra persona u otro grupo. Necesita de enemigos malísimos y víctimas destrozadas, si no los tiene los crea simbólicamente: el comunismo, el capitalismo, las religiones, lo científico, el estado opresor, el país vecino, la inmigración, la oposición política, los de fuera que no aprenden nuestro idioma y nuestras costumbres, ...

El caso del ecologismo se presta muy bien para ejemplificar en el mundo actual el mal que se puede hacer para hacer el bien, porque nadie piensa que el ecologismo pueda traer ningún mal. Bien podría ser esa meta común a escala planetaria que nos uniese a todos. Pero no sucede así. El ser humano está condenado a enfrentarse a otros humanos, porque su medio ambiente son otros seres humanos. Exhibirse moralmente solamente funciona frente a otro humano, aunque nos invadiesen los extraterrestres y nos uniéramos para atacarlos, ese funcionamiento moral seguiría existiendo y aplicándose a otros humanos. Con el mero paso del tiempo nos dividiríamos en grupos distintos que abogarían unos por el dialogo, otros por exterminarlos, otros por rendirse, otros por aliarse, etc.

Si uno se detiene a pensar lo que está pasando hoy en día con el ecologismo, ve que se hace cada vez más patente la gran disparidad entre lo que la gente puede hacer y lo que se empieza a pedir desde las decisiones políticas. Los políticos tratan de atraer votos exhibiendo virtud y exagerando ideas con respecto a los otros grupos políticos. Los activistas por el clima, las multinacionales y los lobbies de presión hacen lo mismo.

Hay una exhibición de querer ser buenos con el planeta, con los animales, las plantas, … decimos que no lo hacemos por nosotros, sino por el futuro de las siguientes generaciones apelando a las emociones y a la empatía. Toda Europa está volcada a señalar con el dedo los comportamientos que no se ajustan al ideal del buen ecologista. ¿Quién quiere ser malo? Nadie. ¿Quién quiere ser bueno? Todos.

Pero se observa que esta carrera evolutiva sin frenos por ir de buenos, de ir siempre más allá señalando virtud y compromiso con lo humano, acaba entrañando grandes peligros de intolerancia, intransigencia, ansiedad, miedo y decisiones contra los más pobres y desfavorecidos e incluso puede llegar a las guerras económicas o militares por los recursos que permiten la transición energética.

Si uno se posiciona a favor del reciclado, otros salen diciendo que no es suficiente, queriendo hacer algo más por el planeta y piden prohibir el combustible para los coches y calefacciones. Al de poco tiempo surgen otros grupos que quieren metas más altas con nuevos señalamientos de mayor compromiso: ¡prohibamos los coches y los aviones!

Pero nunca es suficiente, cada grupo existente quiere parecer más comprometido por el medio ambiente que el otro, por eso pintan siempre el futuro como terrorífico y apocalíptico: estas personas piensan que si no hacemos algo radical y costoso entonces no estamos haciendo nada. Lo que dicen es: “Yo te señalo a ti, porque yo soy mejor persona”. Es una retórica perversa, aumentada por la política, los medios de comunicación y los fondos inversores que ven negocio en invertir en el cambio energético y pro-ecológico. Simplemente están siguiendo la tendencia de una corriente social y la potencian para mejorar sus beneficios.

Y las mejores mentiras se construyen con verdades. Desde la verdad de que hay que cuidar el medio ambiente y derrochamos petróleo y energía se pasa a conmover o persuadir en una carrera frenética de señalamiento de virtud, donde se empiezan a tomar decisiones que acaban perjudicando a los más pobres, aquellos que no pueden señalar su compromiso con el medio ambiente comprándose un coche eléctrico o instalando paneles solares en los tejados de sus casas.

Realmente esto no es más que una carrera de postureo ecológico sobre una realidad, porque sino las sociedades ya se hubieran puesto manos a la obra para que los pobres pudieran tener un coche eléctrico y placas solares o alternativas justas de decrecimiento. Si esto no tiene un coste asumible para los pobres es que realmente no ha llegado el momento para dar este paso tecnológico o de política verde, pero por el contrario sí sirve para el politiqueo y las luchas fratricidas en el terreno simbólico de indicar virtud.

La situación actual es que los pequeños gestos ecológicos que tienen poco costo no valen para señalar virtud y a la vez ganar estatus social. Si todo el mundo lo puede hacer en casa no te distingue como virtuoso y bueno, lo que haces en casa en privado no se ve, no le sacas rédito social. Por eso una señal costosa y que se vea en la calle, que requiera una gran inversión, indica que realmente se está comprometido por la causa y además te eleva moralmente sobre los demás.

Este sistema de exhibición a nivel de grupos pequeños de activistas se queda en pequeñas actuaciones escenificadas como pegarse a una obra de arte, pequeños sabotajes o acusaciones graves en las redes sociales, pero que resulta en grandes problemas cuando se plantea su traslado a los grupos políticos y a los que toman decisiones en el parlamento europeo, porque actuar solo desde lo simbólico niega la complejidad de lo real. Las decisiones europeas parecen tomar por buenas decisiones del activismo ecológico sin tener en cuenta a los pobres que viven en Europa o en otras partes del mundo.

Son tantas las noticias sobre el desastre climático intentando cambiar las conductas humanas que ya se habla de ecoansiedad. Los medios manipulan creando alarmismo y urgencia extrema intentando hacer un bien: concienciar o educar, y lo que han conseguido es que millones de jóvenes entren en estrés, angustia, depresión, y desesperanza por el futuro. Todo aquel que busca un compromiso entre el bien y el mal, debe saber que el mal suele beneficiarse. Se ha abusado de provocar un sentimiento de culpa y responsabilidad creyendo que es lo correcto o que el fin justifica los medios.

Pero en esta carrera por ser el más virtuoso, el que más hace por ser ecológico parece hacer trampa, y algunas personas ya se han dado cuenta. La clase media-alta y alta y los parlamentarios europeos, pueden sortear los inconvenientes e incomodidades del ecologismo mientras exhiben su compromiso. Ellos pueden entrar en las ciudades con caros coches, enormes y pesados, pero que lucen una pegatina ecológica. Mientras la gente pobre, expulsada de las caras ciudades, ve vetada su posibilidad de desplazarse a la ciudad para poder trabajar en horarios y lugares donde los transportes públicos no funcionan. ¿Cómo piensan los políticos enlazar con trasporte público a la España vaciada con las masificadas ciudades?

En Europa, si tienes dinero puedes exhibir estatus y virtud moral en grandes cantidades, porque puedes vivir en chalets con caras construcciones con certificaciones ecológicas, aunque detrás de todo esto vemos el mismo consumismo camuflado: casa con 4 televisores de gran pantalla con etiqueta eco, aire acondicionado en todas las habitaciones con etiqueta eco, casa domotizada llena de microchips y sensores con conexión a internet y Netflix ultra eco, dos coches en el garaje uno full eléctrico eco para la ciudad y otro híbrido eco para viajes largos, paneles eco solares en el tejado para recargar el coche a coste “cero”, etc.

La diferencia con el sistema anterior es que ahora eres virtuoso, cumplidor y “coherente”, porque estás comprometido con el medio ambiente. Así que ya puedes consumir sin remordimientos, siempre que lo que compres tenga la pegatina ECO. La extracción de minerales raros, metales y materiales nuevos para construir todos esos deseados objetos nuevos señaladores de estatus y virtud ECO ya no te hacen sentir mal, porque esa contaminación se hace en otro país y tú no lo ves. En lo único que piensas es que tú has contribuido a respirar aire limpio en tu ciudad y eres bueno con el planeta, además de un ejemplo moral contra los malvados contaminadores sin escrúpulos. La pobreza es cutre, maloliente y contaminadora. Y lo más importante tú perteneces al “GRUPO de los buenos”.

Bajo está línea argumental de cada vez más sacrificio ecológico, cruzamos el decrecimiento energético y llegamos al anti-natalismo. Realmente lo que no es ecológico es el número elevado de seres humanos que pueblan el planeta y que consumen muchos recursos. Existir contamina, produce sufrimiento a otros animales y ecosistemas. Por lo tanto, lo verdaderamente ecológico es reducir la población mundial. Desde aquí, desde ser buenos podemos saltar a distopías con políticas eugenésicas.

No hay coche eléctrico ecológico ni placas solares ecológicas que puedan compensar el tener hijos. Los hijos no son ecológicos. Cada niño que nace tiene una esperanza de vida de más de 80 años. Son 80 años generando basura y consumiendo recursos del planeta: luz, energía, agua potable, carne, contaminando a través de la ropa y generando desechos, plásticos, tóxicos, pis, caca, etc. aunque se mueva en bicicleta toda su vida.

Si utilizamos cálculos fríos, ¿una persona sin hijos puede permitirse viajar en avión mientras una persona con hijos no debería hacerlo por consumir antes su cuota de CO2? ¿Por qué se demoniza el coche en vez de otras conductas? Supongo que porque es más fácil imaginarse un coche echando humo y asociarla a lo contaminante. Pero acciones tan “inocentes” como encender el móvil o el ordenador para escuchar música, ver películas o fotos familiares, mandar WhatsApps, consultar páginas webs y utilizar las redes sociales también contamina. Mucho y cada vez más, de manera exponencial.

Todo esto que guardamos en la nube de Internet tiene un altísimo consumo energético y que contribuye a las emisiones aunque no se vean. La población humana se ha duplicado en los últimos 50 años, mientras el consumo global de dispositivos electrónicos se ha sextuplicado.

Algunos científicos creen que podría darse la paradoja de Jevons, que dice que cuando se consigue una mayor eficiencia energética, no disminuye el consumo energético sino que aumenta, porque más gente accede a esos productos.

Excluyendo los teléfonos inteligentes, (Pickavet et al., 2008a) calculaban el consumo de energía de computadoras, centros de datos, equipos de red y otros dispositivos TIC ascendiese al 14% del consumo mundial total en el 2020. Según los estudios que consultes hay variedad de cifras, aunque todos coinciden en el enorme y continuo aumento de gasto energético y contaminación por la necesidad de extracción de minerales raros que se utilizan para la fabricación de microprocesadores, porque actualmente todo tiende a estar conectado a Internet de manera masiva, desde los coches a los relojes, lavadoras y neveras, televisores y bombillas, etc. Formando una red de consumo energético y de contaminación no visible o que de momento no se quiere ver.

No se quiere ver, porque ser “ecológico” con el planeta con todas las consecuencias, como los activistas más extremos proclaman, significaría volver a las incomodidades de la vida de antes de la revolución industrial y además reducir la población. 

Tomado del diario El País

Cosas como reutilizar la bolsa de la compra, cambiar a bombillas LED de bajo consumo, reciclar la basura de casa, etc. son medidas que tienen muy poco impacto real respecto a dejar de tener hijos o dejar de tener perros y gatos. Fijaros que hay que romper en el gráfico la barra de tener un hijo menos para poder dibujarlo por el brutal impacto que supone esto con respecto a vivir sin coches o cualquier otra medida. 

Estas cifras varían según el país, no es lo mismo lo que se gasta en un niño en el primer mundo que en el tercer mundo. Estos datos están cogidos de Wynes, S., & Nicholas, K. A. (2017) y se refieren a estudios de Australia, Canadá, Unión Europea y Estados Unidos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de un individuo:

  • TENER UN HIJO MENOS: se reduce de 23.700 a 117.700 (kg) de CO2 por año.
  • Vivir sin coche: se reduce de 1.000 a 5.300 (kg) de CO2 por año.
  • Evitar un vuelo (dependiendo de la duración):se reduce 700 a 2800 (kg) de CO2 por año.
  • Comprar energía verde:  menos de 100 a 2500 (kg) de CO2 por año.
  • Reducir los efectos de la conducción. Comprar un coche más eficiente: se reduce 1190 (kg) de CO2 por año.
  • Eficiencia de calefacción/refrigeración del hogar. Aislamiento de paredes: se reduce 180 (kg) de CO2 por año.

Como véis tener coche o no tenerlo no es nada comparado con tener un hijo menos.

Hay estudios que indican que una familia de EEUU que elige tener un hijo menos proporciona el mismo nivel de reducción de emisiones que 684 adolescentes que deciden adoptar el reciclaje integral por el resto de sus vidas. Un ejemplo más claro, un niño supone más que las emisiones de toda la vida útil de muchísimos coches.

Aquellos que sustituyen hijos por mascotas deben saber que los animales de compañía también tienen un fuerte impacto ecológico: tener un perro es más contaminante que un coche híbrido. Y Leenstra y Vellinga (2011) ponen de ejemplo la tenencia de mascotas en los Países Bajos: su elevado número necesitaría aproximadamente el 40% de todas las tierras cultivables holandesas para darles de comer y atenderles debidamente.

Como veis el asunto es peliagudo, y nada es lo que parece. Los políticos parecen empeñados en distraer el problema con quitar los coches cuando el problema está en la sobreabundacia de personas y su consumo desaforado. Ningún político va a decir que hay que hacer leyes para que la gente no tenga hijos por ecologismo porque no le votarían. En cambio, puede crear un diablo que echa humo y decir en sus mítines que él nos librará de ese diablo.

Las verdades tienen un lado oscuro, porque al ser humano no le interesa la verdad, sino influir y convencer a los grupos, sentirse bien moralmente y sacar beneficio propio. Y cada vez que establecemos políticas o exhibimos virtud creamos nuevos problemas e injusticias queriendo ser justos o intentando parecer ser justos. Desvestimos un santo para vestir a otro. Y podemos ir al desastre porque nadie quiere decirle al Rey que va desnudo como en el cuento de Hans Christian Andersen.

No hay grupo sin cultura y las culturas no son inocentes ni neutras, son culturas de lo moral. Una cultura establece lo que es bueno o malo para la supervivencia del propio grupo social y lo hace ciegamente por oposición a otros grupos culturales, dentro o fuera de su territorio de influencia. Impone modos de comportarse, de pensar e idiomas que hablar. Exagera rasgos positivos de lo que le interesa y aumenta los rasgos negativos de las ideas o culturas de otros grupos. Una cultura determina las normas morales brutalmente, incluso si está permitido matar a inocentes (previamente llamados “daños colaterales” por una causa justa cuando no pueden ser demonizados) para lograr la supervivencia y supremacía de la propia cultura, idioma y costumbres. La guerra de Ucrania y el terrorismo es un buen ejemplo de esto.

No hace falta que la propia cultura esté en peligro real, los seguidores de una cultura elevan sus costumbres a lo sagrado, son indiscutibles, innegociables, portadores de la justicia histórica, y se introducen en el sistema educativo para reforzar su identidad a través de cambiar la memoria colectiva y mantener las tradiciones o el idioma ancestral. El mal se hace desde la necesidad de creer que se está haciendo un bien. Nuestras ideas se convierten en las únicas correctas y se imponen en el nombre de nuestro pueblo, nuestro territorio, nuestra cultura, nuestra raza, nuestra religión, nuestras costumbres, nuestros hijos o nuestro planeta.

Desde la psicología se sabe que no somos racionales, sino que tenemos un razonamiento motivado e influido por las emociones. Así que partiendo de esta base, seguir moviendo el foco de las ideas a los sentimientos e intensificarlos, impide todavía más discutir las ideas y dialogar para llegar a acuerdos. Quien hace esto lo hace para manipular, hackeando el sistema, añadiendo más carga emocional al conflicto para salirse con la suya. Con la emoción por bandera y exacerbándola, los humanos legitiman cualquier cosa: son capaces de morir matando por una bandera, tan sólo tienen que sentir que los ideales de su colmena está siendo atacada. Desconfiad de los políticos o grupos que apelan a la emoción y al sentimiento, a la identidad, a los derechos históricos y a las costumbres. Impiden que pensemos con mayor libertad y les es más fácil manipularnos para conseguir sus intereses.

¿Por qué nos comportamos así? Principalmente porque seguimos unos mandatos evolutivos: Debemos criar a nuestros hijos y ayudar a sus parientes. Además obtenemos ventajas de cooperar con individuos que no son nuestros parientes, por lo que nos asociamos en grupos, mientras no nos engañen. Pero una vez que nos asociamos en grupos inevitablemente los grupos compiten por los mismos recursos tratando de imponerse a otros.

Haidt en su libro la mente de los justos dice que los grupos enfatizan el altruismo y sacan lo mejor de la gente, pero la pega es que es para el propio grupo. Por amistad luchas, pero luchas contra alguien. Y hay algo más: los grupos no son estáticos, sino que están constantemente subdividiéndose y forman subgrupos y los subgrupos crean micro-grupos de influencia y lucha, … división y más división. El altruismo y la lealtad se queda en tu nivel de grupo y a medida que te vas diferenciando de otros grupos pasas del altruismo y la lealtad al combate y no perdonar ni una. Compartir moralidad une y ciega a la vez que te desune más de los otros.

Las luchas grupales son constantes e infinitas a lo largo de la Historia y también en la modernidad de Twitter, Facebook, foros de opinión, medios de comunicación, etc. Cualquier tema polariza en bandos dispuestos a batirse en duelo.

A nivel profesional a lo largo de los años he podido ver estos procesos grupales desde el ámbito de la psicología: el corporativismo y el asociacionismo según ante quién te tienes que defender. Hubo una época en que algunos psiquiatras no tenían buena impresión de los psicólogos, porque no eran médicos y no se veía con buenos ojos que algún día pudieran llegar a recetar psico-fármacos a pesar de tener la asignatura de psico-farmacología en la carrera. Algunos los veían como intrusos y gente no lo suficientemente preparada al no ser médicos. A su vez los psicólogos psicoterapeutas criticaban a los psiquiatras que no tenían formación en psicoterapia. Pero cuando se hablaba de defender la salud mental, entonces sí se veía unión de psiquiatras y psicólogos por algo que les atañía para conseguir cada vez más recursos para sus consultas.

Pero como decíamos antes, los grupos forman subgrupos, exactamente igual que las células se dividen para crear vida. Y dentro del propio grupo de psicólogos se producen divisiones y guerras entre ellos dependiendo de la manera de hacer psicoterapia: psicoanalistas contra conductistas, psicólogos clínicos PIR contra psicólogos generales sanitarios, humanistas contra los psicólogos más científicos como los cognitivo-conductuales, etc.

Es imposible que no existan los conflictos en los vínculos humanos, porque la creación espontánea de grupos por afinidades ya crea diferencias, metas comunes y no comunes, y el intento de hacer el bien para los nuestros a pesar de hacer el mal para los otros. Por lo tanto el bien y el mal se hacen al mismo tiempo en el mundo humano.

Quiero hacer hincapié en la biología y en la teoría de la evolución para explicar estos fenómenos. Selección natural y deriva genética no ocurren a menos que exista variabilidad genética en una población. Este mismo proceso es el que da vida a las culturas y a los grupos que las forman. En la Naturaleza los individuos tienen distintas formas, colores, tamaños, conductas, etc. y esta variabilidad es motor de evolución y resultado de lo que somos como individuos y como especie. No podemos olvidar que es la biología la que da soporte a los sistemas culturales. Genes y culturas buscan lo mismo: heredar comportamientos de generación en generación.

Del mismo modo que los seres pluricelulares reemplazan su dotación celular gracias a la división celular y la diferenciación celular, los grupos humanos se dividen y diferencian. Y nuestros grupos humanos atraviesan como las células por las etapas de nacimiento, crecimiento, reproducción, envejecimiento, cáncer y muerte.

Por ejemplo, si trasladamos el concepto cáncer a los grupos humanos: el grupo humano cancerígeno sería aquel cuyo crecimiento excede al de otros grupos moderados, invadiendo los organismos sociales, no limitándose ni coordinándose con estos y derivando los recursos de todos a su propio crecimiento sin control, engañando al sistema democrático para sobrevivir y pasando sus logros por herencia de padres a hijos.

¿Se imaginan un cuerpo en el que grupos de células del hígado, los pulmones o el corazón, al sentirse diferentes se proclamaran independientes y se negaran a colaborar con el resto del cuerpo?

Pues esto sucede con los grupos y con TODOS los seres humanos. Si el contexto es favorable a la colaboración somos altruistas, pero si ese contexto no lo es entonces nos dividimos y nos atacamos. Los chimpancés atacan de forma intencionada a grupos vecinos para matarlos. Y hemos evolucionado durante miles de años para negar la realidad en favor de un instinto para formar coaliciones de grupos frente a otros grupos y dominarlos o aniquilarlos, mientras usamos el lenguaje para ocultar lo que ocurre. Nuestra milenaria historia como seres humanos es la de unirse para hacer la guerra a otros grupos humanos. Todos descendemos de asesinos y violadores a los que llamamos héroes por estar en nuestro bando y muchos buscan el conflicto para hacer exhibición moral y de apoyo con los de su grupo.

Lamentablemente los humanos no sabemos cómo salir de estos funcionamientos inconscientes, y aunque generemos contextos favorables al altruismo seguimos dividiéndonos en nuevos grupos que compiten entre sí con ímpetu. Por eso hay una constante tensión entre la libertad y la vigilancia. Buscamos la libertad al mismo tiempo que el control social.

Aunque empezamos a descubrir cómo actúan estos funcionamientos psicológicos evolucionistas y evolutivos, no parece tener fácil solución ir contra los instintos seleccionados durante miles de años, a no ser que sometieramos a la población a otra presión evolutiva que cambiase los comportamientos, por ejemplo através de la edición y selección genética. La democracia, cada vez más asaltada por los intereses de los grupos, sería un equivalente en la edición y selección de conductas. 

La democracia sirvió para disminuir las agresiones entre grupos de humanos, el efecto secundario no deseado es que al no permitirse las agresiones físicas los grupos usan el victimismo para conseguir sus própositos. Con el victimismo se simula una agresión y se responsabiliza al grupo rival. Es otra forma de agresión. 

Si en una dictadura se utiliza la represión, en las democracias se utiliza la retórica demagógica con el fin de desprestigiar al rival. Si la dictadura tiene tanques, armas y el uso de la fuerza, en la democracia se apela a las emociones, los miedos, los prejuicios y las esperanzas de los ciudadanos para ganar apoyo popular con el que mantener el poder. El precio de no matar es la cultura de la queja, la manipulación, la demonización del rival, la posverdad, el populismo, la deformación de la realidad haciéndose la víctima y la redefinición del lenguaje para ocultar el asalto al poder.

Como veis resulta muy difícil no caer en distopias puesto que es un grupo el que consigue el poder y por lo tanto impone sus políticas sociales. Mientras averiguamos hacia dónde vamos en el control social, el ecologismo, la cultura y la política podrán convertirse en elementos de manipulación de los grupos para hacer el mal creyendo que se hace el bien y las injusticias realizadas se verán como males menores y sacrificios necesarios, donde la gente lo único que desea es que no le toque a él.


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viernes, 6 de diciembre de 2019

Sentir empatía no es la solución es parte del problema


    "Los actos extremos de crueldad requieren un alto nivel de empatía". Fritz Breithaupt

    “Si aumentásemos la empatía no mejoraría el mundo, sino que cada grupo empatizaría más con su grupo y menos con el otro”. Paul Bloom

    “...debemos aspirar a un mundo en el que un político que apela a la empatía de alguien se vea de la misma manera que uno que apela al sesgo racista de las personas.” Paul Bloom, profesor de psicología y ciencia cognitiva de la Universidad de Yale.

Vivimos una época que exalta las emociones y en la que las personas ven la empatía como algo deseable y bueno, casi como una solución mágica para todos los problemas y conflictos. Pero la empatía es mucho más que las identificaciones empáticas con los otros, la meta comprensión mutua, el altruismo, el consuelo, la compasión ínter-subjetiva, el cuidado o la cohesión social. Y no siempre es positiva en las relaciones interpersonales. La empatía también tiene una dimensión táctica necesaria para la seducción, el engaño, la manipulación y la intención violenta.

La empatía no necesariamente conduce al altruismo porque la empatía y la violencia, la socialidad y el engaño están vinculados y no son opuestos, sino que los individuos pueden participar en actos de violencia colectiva, tortura y genocidio utilizando los mismos mecanismos que son utilizados para la comprensión del otro, la bondad, la generosidad, la ternura, la tolerancia y el respeto.

En cantidad de reuniones se escucha la necesidad de aumentar la empatía, desde las reuniones de los profesores y las escuelas de padres hasta en los cursos de marketing y ventas. Posiblemente, si alguien te quiere vender algo: desde una intervención educativa, hasta un coche o una idea política y te pide que hagas lo que sientas o que empatices es que trata de manipularte. Algunos pensarán que es por tu bien, otros simplemente por salirse con la suya. Las posibles intenciones son infinitas, otra cosa es que esa manipulación tenga detrás una intención aceptable o no, esté revestida de moral o no, o haya que denunciarla porque el fin no justifica los medios. A casi nadie le gusta ser manipulado.

La empatía es un estado psicológico complejo con diversos niveles y los problemas sociales y de las personas pocas veces se deben a la falta de empatía como lo entendemos popularmente. En realidad, bastantes problemas se deben a una excesiva implicación empática que impide tomar cierta distancia para que de una forma serena y meditada se tome una mejor decisión para todos. Una vez que alguien ha movilizado inicialmente la empatía en ti, te hace insensible a los datos estadísticos y al análisis racional de los costos y beneficios de las medidas que se toman. Si solo empatizas emocionalmente tomarás una decisión a corto plazo y seguramente será una mala decisión, porque no valorará adecuadamente las consecuencias.

Aunque nos pueda sonar raro, filtrar o bloquear la empatía es tan importante como tener empatía. Ya que los extremos sintiendo empatía no son buenos, una persona con empatía desregulada o hiper-empática iría a la deriva emocional, la explotarían si se apiadara de todo el mundo y sería muy manipulable por compasión. Algunos dirían incluso que "es tonto o tonta de tan bueno o buena que es". Hay que tener en cuenta que la empatía conlleva el riesgo de una pérdida personal como un efecto secundario de tomar la perspectiva del otro que conduce a un debilitamiento de los propios intereses, sentimientos, auto-percepción, identidad, autoestima o conciencia de sí mismo.

Cuando se elogian conceptos psicológicos y educativos como soluciones mágicas solemos pasar por alto los efectos secundarios de estas medidas. Durante unos años estuvo muy de moda los cursos de mejorar las habilidades sociales, pero lo que los psicólogos no se dieron cuenta al principio es que no mejoraban exclusivamente la forma en que nos relacionamos con los otros, sino que las personas utilizaban tácticamente las nuevas habilidades sociales aprendidas y la empatía. La astucia social inherente al ser humano hace que sea interesante ponerse mentalmente en los zapatos del otro para saber cómo lograr que el otro se ponga los zapatos emocionales que queremos para salirnos con la nuestra.

Todo engaño requiere como mínimo una forma básica de empatía o habilidad para imaginar cómo otros ven y experimentan el mundo. Hay un nexo entre la empatía, la socialidad y el engaño. En el mundo social, el engaño empático es omnipresente y se utiliza en forma de mentiras e hipocresías piadosas o como medio para conseguir alianzas y objetivos; puede tener una motivación egoísta pura o altruista a su manera. Las personas mienten a menudo con un corto y rápido análisis de costos y beneficios, acertados o no, en el que se ponen en el lugar del otro e intuyen si pueden hacerle sentir mal o que éste le declare su enemistad o amistad. A pesar de esa capacidad de imaginarnos lo que siente o piensa el otro no siempre se consigue porque hemos desarrollado defensas contra esa intromisión en las mentes de los demás y es la capacidad cada vez más sutil de engañar y auto-engañarse para no ser descubiertos y manipulados. Esta guerra entre engañar y descubrir al tramposo, ha llevado a que el engaño evolucione hacia el auto-engaño, porque la mejor manera de no ser pillados en una mentira es creerse la propia mentira. El auto-engaño dispara la empatía mucho mejor porque se salta las capacidades del cerebro de detectar la puesta en escena del fingimiento. Esto significa que la mente para sobrevivir en un mundo social con grandes presiones ambientales continuas nos oculta muchas de las cosas que hacemos.

A la hora de hackear el cerebro de una persona, apelar a la empatía y a las emociones es una técnica muy eficaz, porque estas son un producto de la evolución, han evolucionado a través del proceso de selección natural por lo que estamos fuertemente cableados para transportar esas señales de forma prioritaria por el cerebro. Solamente se necesita encontrar un disparador.

Un tema de estudio actual es dotar a las Inteligencias Artificiales y a los robots de empatía para favorecer la comunicación emocional con los humanos y se ha visto que podríamos ser fácilmente manipulados emocionalmente por parte de un robot. Si un robot se programa funcionalmente para que te diga que no le desconectes, muchas personas se niegan a apagarlo y dicen que sienten pena por él. Imagínense el poder que tendría una Inteligencia Artificial diseñada con el propósito de manipular emocionalmente a las personas.

Para la psicología evolucionista la empatía emocional es un mecanismo muy antiguo, procedente de los beneficios que tenía para los animales adivinar las necesidades de cuidado de sus cachorros, y que evolucionó en los humanos en el contexto del propio grupo (tribu, amigos y familia), y no se dirigía a empatizar con los extraños ya que los del propio grupo de pertenencia son los que más involucrados están en la supervivencia y crianza de sus niños. Esto es así porque para los mamíferos vivir en grupo requiere algún tipo de vinculación emocional que posibilite que la alarma o angustia de un individuo ante un peligro sea reconocida y constituya un aviso de peligro inmediato, y también un motivo de actuación rápida para los que están contigo.

Es sencillo imaginar que en un mundo ancestral una cría que llora es más fácil que sea detectada y atacada por un depredador, además de revelar la posición del grupo a posibles atacantes, así que una madre que sea capaz de anticiparse a las necesidades de las crías y comunicarse con su hijo y otros miembros del grupo con atención conjunta, los protega de más peligros y logre que aumente la tasa de supervivencia tanto de sus hijos como del grupo. Esta es una hipótesis de la función empática inicial muy posible: dar apoyo a la relación madre-hijo, conseguir la colaboración del niño y de los demás adultos cercanos y protegerlos como grupo de los extraños y de lo que viene de fuera. Con el tiempo, el desarrollo del vínculo emocional a través de saber leer y comprender las emociones de los demás e interpretar las necesidades e intenciones de cada individuo (la empatía en sus múltiples formas) posibilitó el avance de la capacidad para cooperar y coordinarse a gran escala por objetivos comunes propio de las sociedades humanas.

Este escenario de miles de años de superviviencia es el que ahora tiene que acomodarse a los cambios vertiginosos de las realidades sociales modernas para las que no estaba pensada la empatía ancestral. El ecosistema social que desarrolló la empatía ha cambiado, ya no vivimos en pequeños grupos en ambientes llenos de riesgos y con animales u otras tribus peligrosas que pueden atacarnos en cualquier momento, sino en grandes ciudades con cientos de miles o incluso millones de personas desconocidas que tienen que cooperar entre sí y respetar unas normas de no agresión y convivencia quieran o no quieran.

Sospecho que cuanto mayores son las ciudades más importantes son las relaciones entre la empatía, el engaño y el auto-engaño. Más personas desconocidas significa que hay más oportunidades y también más competencia. Es más fácil aprovecharte de un desconocido que no vas a volver a ver y por lo tanto es más difícil pagar las consecuecias de tus actos. Pero la evolución no es estática y cada cambio produce otros cambios. Por ejemplo, pertenecer a un grupo con poder ayuda a salvar parte de esta desventaja del individuo entre la multitud, por eso las ciudades permiten una enorme proliferación y diversificación de los grupos: pandillas, bandas, tribus urbanas, corporaciones, agrupaciones, asociaciones y fundaciones empatizando con sus integrantes y defendiendo sus identidades. Pertenecer a un grupo hace que el individuo diluya su responsabilidad y su saliencia entre todos, posibilita mayor fuerza a la hora de defenderse, atacar o cooperar.

Y llegamos a la identidad, ¿qué relación hay entre identidad y empatía? A una leona, una mona o una humana le va a ser difícil empatizar con quien quiere dañar o matar a sus crías, por eso es fundamental distinguir sin equivocarse quién es una amenaza de quién es un aliado que te ayuda. Por lo tanto, empatizar necesita discriminar estímulos, así que la empatía está intimamente relacionada con la identidad. La identidad es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad junto a la conciencia que se tiene respecto de uno mismo y que te permite convirtirte en alguien distinto a los demás, sería como un "documento de identidad social o código de barras", permite ser identificado y etiquetado, ante la más mínima sospecha, para lo bueno y lo malo. El ser humano lucha por tener una identidad, porque estos estímulos señaladores permiten ser reconocido por el grupo como un valioso miembro que aporta recursos o por el contrario como no perteneciente o incluso peligroso. La identidad nos ordena en cajones grupales para saber dónde encontrar apoyo o dónde no. Si no consigues una identidad adecuada en un ecosistema social determinado, te juegas el ser rechazado, el que las personas no empaticen contigo. Es tan fuerte la necesidad de sentir la empatía de los demás que muchos individuos son capaces de aceptar las mentiras y la ideología del grupo. La empatía se compra con demostraciones de lealtad al grupo, y se tiene más lealtad percibida cuando más extrema es la empatía hacia el propio grupo y más lucha se hace por diferenciarse de otros grupos, el mensaje que se quiere mandar es el de "yo me preocupo y me sacrifico más que nadie por vosotros"; así se cierra el círculo de retro-alimentación entre la empatía, la identidad y el auto-engaño.

Para ser funcional la empatía tiene que saber discriminar quien es la persona merecedora de dar nuestra atención y cuidados. Y lo hace a través de la identidad, la evolución ha pasado de los animales que distinguen e identifican a los suyos a través del olor, el pelaje, los sonidos o los rituales a estímulos como la ropa que se viste, el lenguaje y acento que te distingue de otros, los rasgos étnicos, las marcas que se exhiben, las banderas, las camisetas con mensaje, el uso de las redes sociales, la historia re-interpretada a favor de los tuyos, las ideas políticas, el territorio que se defiende, etc.

La mente humana es capaz de la paz y de la guerra, y en ambas la empatía juega su baza:  puede servir como uno de los factores de la movilización para la paz o por el contrario para lanzarse a luchar contra los demás en las guerras, y se racionaliza de la misma forma, en la que se cree que uno lucha por el futuro de nuestro grupo y nuestros hijos. Es un error pensar que en la Segunda Guerra Mundial millones de personas no tenían empatía fuesen del bando que fuesen. La empatía puede poner la imagen imaginada de nuestros hijos o amigos como acicate de nuestras ideas y así no pensamos en el sufrimiento de miles de personas que también tienen familias como las nuestras, es el: “Yo no quiero hacer daño, pero lo hago por mis hijos, por mi pueblo, por mi país, por los míos”. Así la empatía sesgada crea la peligrosa división artificial entre "ellos" y "nosotros".

La Historia nos serviría de aprendizaje si logramos entender que para no entrar en guerras y enfrentamientos se tiene que dejar de pensar en empatizar por grupos y regiones y aspirar a pensar de forma unida a nivel del planeta. Lograr empatizar a nivel del conjunto del planeta permitiría tener en mente, de manera más justa, las necesidades de todas las personas, animales y seres vivos que viven en él. Mientras las personas pongan por delante a su grupo y solamente empaticen con los suyos seguirá siendo cierto que lo que más une a dos personas es la alianza contra un tercero.

Por eso, porque la empatía todavía se mueve dentro del propio grupo y de los propios genes, la empatía no sirve de guía moral o ética ya que es nepotista y una fábrica de prejuicios: mueve los hilos para enchufar, hace favores y da privilegios a los amigos, a los que piensan como nosotros, a familiares y a los hijos. Su origen evolutivo es servir al cuidado y la defensa de nuestros genes, pero nos deja muchas veces ciegos al sufrimiento de aquellos con quienes no podemos o no queremos empatizar y sumidos en el auto-engaño.

La política es sabedora de la fuerza de hacer empatizar a los votantes y se sirve de buscar víctimas percibidas para apelar a la emoción y a la empatía y manipular a los electores a su favor. Los políticos suelen utilizar la empatía para crear miedo, repulsión, incluso asco y pánico, porque señalar una amenaza real o inventada hace que automáticamente formemos grupos para defendernos. De esta manera somos capaces de percibir como malos y como una amenaza a los que no piensan como nosotros. Si quieres aglutinar a la gente en torno a una idea solo tienes que crear un enemigo imaginado a tu medida causante de una injusticia, y ponerlo frente a una identidad exaltada de grupo. Es un hackeo de la mente porque es automático y muy difícil de combatir con argumentos racionales.

No es que en ese caso las personas deshumanicen a los rivales políticos, es que los personalizan como los causantes de todos sus males, en su ciega opinión emocional serían malas personas y por lo tanto merecedores de castigo, piensan: "Si atacan lo tuyo, tus raíces, lo que sientes, tienes que defenderte y luchar por los tuyos". Este es el mensaje instintivo de la empatía, una señal de nuestros ancestros que se codificó para ayudar a los allegados, darles todo nuestro apoyo o luchar de forma emocional, rápida y sin reflexión. Por eso un mismo mecanismo es capaz de sacar todo lo bueno y todo lo malo del ser humano.

Un reciente estudio señalaba a la empatía como la culpable de la polarización política e indica que esta polarización no sería una consecuencia de la falta de empatía de las personas, sino un producto de las formas sesgadas en las que experimentamos la empatía. Se observa que las personas que puntuan alto en empatía también puntúan alto en polarización afectiva. Puntuan mucho mejor a su grupo político y mucho peor al contrario de lo esperable. Esta visión en blanco y negro es terrible, porque la empatía puede llevar a percibir el mundo social en términos de amigo o enemigo, y el grupo colectivamente unido a través de la empatía mutua te obliga a elegir: “o estás conmigo o contra mí”. No hay reflexión, la mente-cerebro moraliza para justificar una toma de decisiones rápida y empática. En este caso, la emoción actúa primero y luego llega el torrente de justificaciones para ser tolerante con las propias contradicciones. La empatía sentida es usada para dar una justificación moral y de justicia al castigo que se otorga al no perteneciente al grupo.

En el ser humano se ha documentado un "efecto martirio" y es que desde los estudios antropológicos se observa que los rituales extremos promueven la excitación empática entre los observadores y que el dolor percibido aumenta la prosocialidad (Olivola y Shafir, 2013). La voluntad de contribuir a una causa caritativa o colectiva aumenta cuando se espera que el proceso de contribución sea doloroso y difícil. El sentimiento de dolor y adversidad en contra induce a atribuir un mayor significado especial a la experiencia y fomenta las contribuciones a la causa de las personas. Por eso una vez que se desatan los sentimientos empáticos y la gente se moviliza es difícil cambiar las ideas aunque todo indique que va a ser un desastre. La gente se une en solidaridad ante la adversidad aunque esa adversidad la generen ellos. Por eso, en la sociedad actual de estrategas políticos con asesores con profundos conocimientos en el funcionamiento social y psicológico, buscar un "efecto martirio" constituye otra forma de hackear a la mente y a los grupos para conseguir votos sin saber las repercusiones reales. El mundo actual se ha convertido en una serie de cotinuos experimentos de registrar y manipular las conductas de los ciudadanos y los consumidores para los especialistas con los medios y conocimientos necesarios para hacerlo.

Gracias a los experimentos académicos cada vez descubrimos más puntos ciegos del cerebro. La naturaleza no ha hecho un diseño para primar la transparencia de sus sistemas emocionales a la consciencia, simplemente ha evolucionado configurándose como pudo ante las presiones ambientales. El resultado es que la forma en como está construída la mente, hace que nos veamos siendo empáticos, justos y bondadosos, pero oculta las veces que no estamos siendo empáticos. Probablemente la ocultación y el camuflaje tiene menos costes energéticos que un cerebro ultraconsciente constantemente analizando una moral que solamente existe en la mente humana. Esta miopía por necesidad de energía y recursos concordaría con que la empatía muchas veces es dirigida sólo a los que nosotros queremos: empatizo con mi hijo pero no con su profesor que "le ha suspendido", empatizo con el lugar donde nací pero los de fuera "son diferentes y no tan leales como los nuestros", empatizo con los que hablan mi idioma pero no con los que no lo hablan, empatizo con los de mi clase social pero "ya sabes como son los de esa clase social", "son de izquierdas", "son de derechas", "son de centro", ...

Casi toda etiqueta es válida para sesgar la empatía a favor o en contra, la mente busca de forma activa señales discriminantes para encontrar posibles aliados o enemigos. Por eso otro hackeo mental utilizado por los políticos, los estafadores y embaucadores es utilizar eslóganes generalistas sobre la libertad, la justicia y la igualdad, en el que la mayoría de las personas pueden encontrar identificación. Estas cosas abstractas que generan nuestra empatía, se deshacen como un azucarillo cuando luego se concretan sus posibilidades reales en un complicado mundo de enfrentamientos grupales, y aquí entra de nuevo la empatía, pero para romper la unidad ficticia del grupo, porque las personas se van posicionando a favor o en contra con los nuevos significados que emergen de las matizaciones, por eso la trampa está en prometer sin implicarse el mayor tiempo posible. Si antes los enemigos venían principalmente del medio natural en forma de depredadores animales u otras tribus guerreras, ahora al no tenerlos en las populosas ciudades, la mente busca peligros o ventajas entre los miles de otros humanos que nos rodean y sus ideas. La enorme complejidad que ha ido cobrando la capacidad de teorizar sobre las mentes de los otros ha dado como resultado que el cuidado empático se haya aliado con la viralización de las ideas, la mente humana se ha vuelto cazadora de mentes: "si quieres mi cuidado y mi empatía, acepta mis ideas, acepta la identidad que te impongo libremente". Todos los grupos humanos sin excepción hacen esto porque su fuerza está en su cohesión y en la capacidad de crecimiento. Su funcionamiento es tan orgánico y tan similar como las infecciones víricas o la extensión de las colonias de bacterias por un ecosistema. Los grupos e ideas humanas nacen, crecen, se reproducen o escinden en subgrupos, luchan (dentro o fuera del grupo), se defienden, envejecen y mueren.

El amor, la compasión y la empatía son desplegados selectivamente, tácticamente dentro de un mundo social con alianzas y conflictos, donde declarar públicamente la amistad a un grupo, vestir de una determinada manera o hablar un idioma determinado puede provocar la enemistad de otro grupo y esto derivar en odio y violencia.

Antes se pensaba que la empatía era lo que nos distinguía de los animales, pero se ha descubierto que no es una cualidad exclusiva del ser humano y en los experimentos científicos hasta las ratas muestran empatía y son solidarias. Ya no se duda de que todos los mamíferos son capaces de sentir empatía y se empieza a investigar en las aves como gallinas y cuervos.

Durante estos años, los múltiples estudios sobre la empatía nos han revelado la verdadera doble cara de la empatía. Mientras esto ocurría la sociedad totalmente ajena a estos descubrimientos se afana en recetar más y más empatía. La empatía que se proclama desde el sentimiento es una empatía idealizada, perfecta, sesgada, irreal, ignorando la otra cara de la moneda. Así que desde la prudencia quizás no sea buena idea potenciar la empatía indiscriminadamente, porque está llena de prejuicios y problemas. Por ejemplo:

  • Los circuitos neuronales de la empatía convergen en parte con los de la violencia. Así que estos circuitos controlan la capacidad de ponerse en el lugar del otro o de agredirlo. Las personas tenemos una predisposición biológica para ser empáticos, violentos o ambas cosas a la vez, pudiendo moderarlo o exacerbarlo el ambiente.
  • Existe un estrecho vínculo evolutivo entre la empatía y el engaño en los primates. Como seres sociales, no solamente se coopera sino que también se compite por los recursos, por lo que las personas adoptan los puntos de vista de los demás para engañarlos.
  •  Las personas con más empatía son peores a la hora de detectar mentiras (Zloteanu, 2019). Sopesan menos las informaciones o las interpretan de forma diferente. Se puede engañar mejor provocando la empatía porque la empatía se relaciona más con la velocidad del procesamiento facial, que con la clasificación precisa de las emociones (Kosonogov, Titova y Vorobyeva, 2015) lo que resulta en que son menos críticos con la información emocional, llevándoles a una mala interpretación de las señales emocionales (Stel y Vonk, 2009). También los que más puntuan en empatía cuentan con más frecuencia mentiras.
  • La gente de alta empatía ve al grupo externo más desfavorablemente (en relación con su propio grupo) que la gente de baja empatía. La empatía y la xenofobia están relacionadas: se siente más empatía por quienes son semejantes en costumbres o ideas con nosotros que con quienes no se parecen a nosotros. La empatía y la comprensión se queda más para los de nuestro grupo: político, de trabajo, grupo étnico, religión, club de fútbol, región, país, etc.
  • La empatía se utiliza de forma táctica para demonizar a un enemigo a través de jugar con las identificaciones y la alteridad.
  • Las personas propensas a la empatía son propensas a la schadenfreude (alegría creada por el sufrimiento o la infelicidad del otro).
  • La capacidad de empatizar con los demás también es un requisito previo para actos deliberados de humillación y crueldad. El placer sádico, el vampirismo emocional y el acecho funcionan a través de la empatía.
  • Las personas suelen experimentar la empatía como algo costoso y cognitivo, lo que los lleva a intentar evitarlo por el desgaste y cansancio que produce. Muchos intentan no empatizar o bloquearlo para no pagar los costes cognitivos o emocionales.
  • La empatía no es igualitaria, se siente más empatía por la gente guapa que por los feos.
  • Se siente menos empatía por las especies animales que son más diferentes de nosotros. Las que tienden a evocar un afecto más positivo son las que presentan similitudes físicas, conductuales o cognitivas con los humanos, despertando proyecciones antropomórficas como: atribución de rasgos, emociones o intenciones como las humanas aunque no las tengan. Posiblemente la empatía por los mamíferos ayudó a cazarlos para alimentarse o a domesticarlos, al utilizar la empatía para anticiparse a sus reacciones emocionales: ¿Qué le pasa a este animal? ¿Está enfermo? ¿Tiene miedo? ¿Está confiado? ¿Está furioso? ¿Es peligroso? La empatía puede utilizarse como arma para cazar, como detectora de peligros o para adiestrar a un animal salvaje.
  • Es difícil sentir empatía por los “llorones”; y es habitual ver como gente muy empática con sus hijos se cambia de acera para no encontrarse con un mendigo. Sobre todo cuando subjetivamente se pre-juzga que los problemas de las personas se deben a su propia culpa.
  • Se puede sentir empatía por un asesino, un terrorista, un ladrón, un agresor y ayudarle a escapar sin pensar que puede provocar más daño y sufrimiento.
  • Las personas que puntúan alto en rasgos autistas no tienen problemas con la empatía afectiva, pero sí con la cognitiva. Según la investigadora Uta Frith sentir la empatía no se puede aprender, pero se puede compensar algo mediante el aprendizaje de atribuir estados mentales (opiniones, intenciones, deseos y emociones) a otras personas.  
  • Las personas con esquizofrenia son más propensas a informar mayor angustia personal y contagio emocional y se les ve déficits en la empatía cognitiva.
  • La meditación mindfulness parece reducir la empatía cognitiva en individuos con rasgos narcisistas porque al liberarse de pensamientos de auto-crítica pueden reflexionar más sobre los estados mentales de otros y como consecuencia no deseada aumentan sus pensamientos de auto-grandeza.
  • La capacidad de empatizar no es igual a lo largo de los años. Forma un gráfico de "U" invertida, alcanzando su máximo en torno a los cincuenta años de edad.
  • La evidencia sugiere que la empatía es en parte biológica y moderadamente hereditaria. Se observa una diferencia de empatía y de compasión entre sexos y desde bebés, las niñas parecen tener estas capacidades más desarrolladas. Las mujeres son más empáticas para el dolor ajeno porque suelen ser más reactivas que los hombres a la observación de estímulos dolorosos. Cuando se administra testosterona a las mujeres se produce una reducción de la empatía cognitiva, afectando a la capacidad de interpretación de la mente del otro.
  • La empatía no entiende de números. Le da igual 3 que 13. Nadie hace nada por los miles de niños que mueren en una guerra, pero sí se siente conmocionado a actuar cuando es una persona cercana. Los medios de comunicación, los partidos políticos y las ONG saben que se siente más empatía por la imagen de un niño sirio ahogado que por los 200.000 muertos en una guerra civil. Y resulta una perversa característica de la empatía que el sufrimiento de una persona pueda ser más importante que el sufrimiento de miles de personas desconocidas.
  • La empatía puede ser enfermiza: lo mismo que hay psicópatas a los que no les afectan los sentimientos de los demás, también hay individuos cuyo nivel de empatía les hace vivir en una angustia permanente, sufren de estrés empático. Los pensamientos de culpa por no ayudar tras empatizar se vuelven obsesivos e intrusivos.
  • Hay sustancias que influyen en la empatía. Por ejemplo, tomar Paracetamol reduce la empatía (Mischkowski et al. 2016) o los medicamentos contra la ansiedad como el Midazolam.
  • Se sabe que el dolor social y la empatía social activa circuitos cerebrales relacionados con el dolor físico, por lo que una pregunta para hacernos es si el aumento del uso de analgésicos en el mundo tiene relación con el sufrimiento social, si la gente toma analgésicos para reducir el dolor social y la empatía sin saberlo.
  • Hay estudios que consideran que detrás de muchas depresiones hay una empatía desbocada que la persona no puede controlar. Hay muchas personas con necesidad de ayuda que vemos todos los días y una sola persona no puede ayudar a todas. Los suicidas tienden a caracterizarse por niveles muy altos de empatía.
  • En la psicología clínica existe la hipótesis de la hiper-empatía en el trastorno de personalidad limite (borderline): estas personas “te adivinan” porque demuestran una enorme capacidad de leer las emociones ajenas. Pero esa intuición, lejos de ser una ventaja es una maldición, porque esto lo lograrían por una mayor atención a los estímulos sociales y un procesamiento disfuncional de esa información que les hace vivir inmersos en las emociones de los otros no pudiendo distinguir lo que sienten ellos de lo que sienten los otros al estar constantemente invadidos por las emociones de los demás.
  • También hay gente que no puede establecer relaciones, porque su altísima empatía les vuelve incapaces de defender sus propios intereses frente al dolor de la pareja o incluso que lo dejan todo para dedicarse a los demás de manera compulsiva.

Un exceso de empatía puede hacer que te veas sobrepasado por lo que ves y ser incapaz de tratar a los pacientes o a los alumnos o a las personas con las que empatizas en exceso. Y esto es un grave problema en algunas profesiones como las de psicoterapeuta, maestro, trabajador social, enfermero o médico; o en roles como padre, madre, amigo, etc. Realmente son las personas con razonamientos serenos y racionales los que más hacen para ayudar a las personas, aunque se las perciba más frías, ya que las personas que empatizan y se ven obligadas por su emoción en ayudar lo más rápido posible sin poder reflexionar y recabar más datos sobre la situación acaban empeorando las cosas por muy buena intención que tengan.

La idea que tiene la sociedad sobre la exhibición de la empatía es errónea, porque tener una gran empatía no te convierte en una buena persona, y ser pobre en empatía tampoco te hace una mala persona o un psicópata.

Cada organización benéfica, cada movimiento político, cada causa social intenta utilizar la empatía para motivar la acción. ¿Es lícito manipular aunque sea por lo que creemos es una buena causa? ¿Quién decide lo que es una buena o mala causa? ¿No es mejor juntar los recursos y esfuerzos en salvar a 100.000 niños que empatizar con el más cercano y destinar todos los recursos a uno solo? Si empatizas con una familia en la que una vacuna ha tenido una reacción adversa y firmas un manifiesto en contra de las vacunas: ¿No estarías empatizando con una familia, pero perjudicando a miles de familias que no vacunarán a los niños y no tendrán ninguna reacción secundaria?

Actualmente, los padres hiper-empáticos también son un problema, más que intentar ser empáticos por deseabilidad social, necesitamos reflexionar sobre lo que sentimos: ¿Es adecuado empatizar con los niños siempre? ¿Qué pasa si empatizo constantemente con mi hijo y no le obligo a hacer algo que a largo plazo es bueno para él? ¿Cómo educar si me da pena mandarle hacer deberes, restringirle los videojuegos, obligarle a comer verduras, no dejarle comer chocolates a su antojo, si le evito cualquier molestia o pequeño sufrimiento, etc.?

La empatía es muy compleja y en origen pre-lingüística y sensoriomotora, los estudiosos de la empatía distinguen entre "empatía cognitiva", "empatía emocional" y "perspectiva emocional". La empatía emocional sería pasiva, te contagias de la emoción expresada de los otros creando un afecto emocional positivo hacia el otro o negativo porque nos hace sentir mal, mientras que la empatía cognitiva es activa y supone una comprensión intelectual del significado de las emociones del otro. Por último, la perspectiva emocional se logra cuando es posible integrar todo y estar en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo. Estos procesos cognitivos y afectivos se pueden dar juntos, de forma separada o incompleta, lo que da lugar a una gran variabilidad y a muchos matices a la hora de experimentar la empatía de un individuo a otro:

  • Contagio emocional: es el primer nivel de respuesta empática. Produce resonancia emocional que puede subir o bajar el estado de ánimo a través de la comunicación no verbal y verbal. Se crea una emoción compartida entre el observador y el observado.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional negativo: estrés empático. Puede ser saludable o no.
  • Empatía cognitiva-afectiva de signo emocional positivo: alegría empática.
  • Empatía cognitiva: no existe resonancia emocional, pero te pone en el lugar del otro con el pensamiento, simulando cómo puede sentirse la otra persona. Te puedes diferenciar de la otra persona.
  • Perspectiva emocional: se integran la emoción sentida con la simulación del pensamiento para poder entender al otro sin estar afectado por la emoción o muy alejado en los propios pensamientos. Se da gracias a una flexibilidad cognitiva y la auto-regulación de las emociones.

En el deseado equilibrio entre estos procesos es donde se sitúan las charlas teóricas sobre las resonancias tónico-emocionales recíprocas que utilizan los psicomotricistas o los terapeutas. Otra cosa es que se consiga por mucha formación personal o psicoanálisis o supervisión psicológica que se haga, al ser la empatía emocional un mecanismo orientado al contagio pasivo y susceptible entonces de contagiar al terapeuta como a cualquier otra persona.

Para ayudar a alguien, el psicomotricista o cualquier persona, no puede perder su identidad y su distancia afectiva adecuada, tiene que regular sus emociones (algo realmente complejo porque las emociones tienen un planteamiento biológico de contagio y acción rápida). Y para ello, según la teoría, se necesita sentir cómo nos transformamos tónica y emocionalmente con las personas y no dejarse llevar por la emoción perdiendo el rol de terapeuta o de persona serena con el objetivo de ayudar recabando todos los datos de todas las partes implicadas. Pero esta habilidad regulando la empatía no solo es necesaria en los psico-terapeutas y en los padres suficientemente buenos, sino que es la misma que utilizan los estafadores, los políticos, los jugadores de póker, los estrategas militares, los seductores y los torturadores, pero esta vez a favor de sus objetivos. Todos intentan asumir la perspectiva y la actitud afectiva de un paciente, un niño, un oponente o una víctima; y basan sus futuras acciones en mimetismos que les permitan ganar el juego, obtener una ventaja estratégica, engañar, tratar, educar o seducir.

Al contrario de lo que el cine y las series de TV nos decían sobre la falta de empatía de los psicópatas, hay poca evidencia de una relación entre la baja empatía y ser agresivo o cruel con los demás. Todo parece indicar que es más bien una falta de auto-control y una naturaleza maliciosa. Hay personas que en los test sacan puntuaciones muy bajas de empatía y no hacen el mal ya que evalúan moralmente y tienen autocontrol.

La mayoría de las personas tienen una cierta capacidad para empatizar o no con ciertas personas, pero los psicópatas son especialmente hábiles. Los psicópatas que comenten delitos sin remordimiento tienen una ventaja y es que pueden apagar y encender la empatía de mejor forma que las personas no psicopáticas. Empatizan para seducir y apagan la empatía emocional para no sentir nada hacia sus víctimas, lo que los pierde es su falta de autocontrol para hacer el mal.

Por este motivo, hay gente que opina que un buen terapeuta o médico que tiene que lidiar continuamente con personas deprimidas, ansiosas, con estrés postraumático y sufrimiento emocional severo debería tener cualidades de psicópata, pero sin dañar a sus pacientes. Un psicoterapeuta con mucha empatía, tal y como lo idealizan muchos, orientado al cuidado de los demás y con gran receptividad al sufrimiento acabaría sufriendo angustia empática y emocionalmente exhausto por estar expuesto constantemente al sufrimiento de los demás, resultando perjudicial a largo plazo para su salud mental. Pudiendo llegar a sufrir entre otros problemas, Fatiga por Compasión o Desgaste por Empatía que se relaciona con el trastorno de estrés postraumático. Recordemos que la empatía emocional es pasiva, automática e inconsciente y uno puede acabar contagiándose de ella aunque no quiera, sobre todo en aquellas personas que puntúan alto en empatía emocional.

Dada la naturaleza de los sentimientos de empatía, que puede ser utilizado tanto para el bien como para el mal, y sus grandes diferencias entre individuos, los cursos de formación personal para terapeutas, pacientes o padres que intentan aumentar la empatía de forma general podrían ser contraproducentes y perjudiciales para algunas personas si no se evalúa y se mide la empatía de las personas que quieren hacer estos cursos para aceptarlos o no o realizar una formación a medida de sus características personales de empatizar sin exponerlos a un perjuicio.

Sin saber que tipo de persona tenemos delante podríamos agudizar sentimientos de malestar o hacerlos más vulnerables puesto que las personas que puntúan más alto en dimensiones como la preocupación empática tienden a desarrollar el síndrome de burnout o “síndrome del quemado” en su profesión con mayor facilidad. Muchas veces detrás de un psicoterapeuta, un maestro, un educador o trabajador social, un cuidador, una enfermera o un médico “quemado” están personas muy comprometidas con su trabajo y muy empáticas. Dejarse llevar por la moda de los cursos para aumentar la empatía lejos de ser una buena idea puede ser un foco de problemas si no se hace bien.


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