Mostrando entradas con la etiqueta guardería. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta guardería. Mostrar todas las entradas

jueves, 11 de marzo de 2010

Ver, Escuchar y Sentir al Otro

"La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras". Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.

Desde que nacemos y nos vamos desarrollando se van formando grandes diferencias entre las personas. Los rasgos corporales  externos se ven con facilidad. Hay personas altas y bajas,  delgadas y obesas, con orejas grandes, pequeñas, con ojos azules, verdes, marrones, etc.

Son diferencias que enseguida vemos pero hay otro tipo de diferencias mucho más importantes y que no se ven a simple vista. Son las diferencias que marcan las capacidades psicológicas. 

En este campo vemos unas diferencias tremendas entre las personas. Las hay con grandes capacidades para escuchar y otras simplemente no pueden escuchar, las hay con gran empatía y simpatía y otras que en cambio no sienten nada o poco por los otros, los hay con capacidades enormes para aprender y otras que no entienden nada, los hay que son cariñosos con todo el mundo y otros crueles con personas y animales, los hay que parecen una cosa pero luego son otra,…

Entre tantas diferencias y tan importantes, uno que ya ha visto muchas cosas, se pregunta qué decisiones marcan nuestra vida para siempre.  Y algunas de ellas son el por qué elegimos a nuestras parejas o en que nos fijamos cuando llevamos a una guardería o escuela a nuestros hijos. 

El acto de elegir una guardería o colegio puede estar mediatizado por lo externo y aparente: nos preguntamos por las instalaciones, los métodos educativos, la facilidad de horarios, las comodidades del comedor, etc.

Pero nadie se pregunta si las personas que atienden en estos centros tienen los atributos necesarios para Ver, Escuchar y Sentir a los bebes y a los niños. 

No me cabe duda de que con formación específica sobre el reconocimiento de las emociones se puede mejorar muchísimo pero también es verdad que hay personas con grandes capacidades naturales para empatizar y leer los estados mentales de los otros. Cualidades todas ellas necesarias en los padres y en los maestros.

De lo que muchos teóricos de la enseñanza no se han dado cuenta, perdidos en ideales y estupendísimas metodologías  educativas es que hay algo más importante que “el saber” en sí mismo. 

Habrá muchos que gritarán al cielo por la baja calidad de la enseñanza y lo poco que aprenden los niños. Pero perdónenme ustedes, aunque a primera vista pudiera padecer que sí, la ignorancia no está reñida con la inteligencia o la educación y el saber estar. Hay personas tanto sin conocimientos como muy estudiadas que no saben relacionarse con los demás y sufren y hacen sufrir. 

Creo que hay que encuadrar el problema, no es saber o no saber contenidos sino la capacidad de Relacionarse, Escuchar y Ver al Otro como se crea una sociedad mejor. Creo que lo que esta sociedad necesita son personas capaces de descentrarse de sí mismos y de ser más humanos. Capacidad la humana “humana” que no viene dada, sino que se desarrolla con la relación empática y amorosa con los otros. Estos deben ser los modelos más importantes para nuestros hijos.

Desde mi perspectiva la formación de los cuidadores, maestros y profesorado, sobre todo a tempranas edades, va por unos derroteros muy específicos y que no son del todo apropiados actualmente. Se ha infravalorado su función en la sociedad y se les ha inquirido a adquirir muchos conocimientos pensando que así tendríamos a los mejores para la educación de nuestros hijos. 

Con los docentes, parece ser que con sólo ver un curriculum impresionante y dominar muchas lenguas nos tranquiliza el hecho de dejar a nuestros hijos en manos de ellos. Pero según lo pienso yo no es sólo cuestión de inteligencia o de estudios universitarios.

No dudo de la necesidad de saber pero lo que no se hace es ver qué tipo de arquitectura mental tiene esa persona involucrada en la atención de los niños. Qué capacidad para oír las emociones y para desconectar de las propias preocupaciones y así no invadir con emociones no adecuadas a los infantes. Con que capacidad y serenidad puede dirigirse a calmar a un niño asustado o que agrede, o que no es capaz todavía de guardar un turno de palabra, o que decide ponerle en un aprieto, etc. 

Si tenemos profesorado desbordado, estresado,... Pues a la vez de darles medios para que esto no suceda es interesante que esa persona sepa no trasladar por contagio emocional esas vivencias displacenteras a niños de tan corta edad. Aprendemos mucho por imitación, y nuestras actitudes y la forma sensible y serena de encarar los problemas y las situaciones, son vitales para educar.

Los niños con su gran capacidad para advertir las emociones expresadas en el cuerpo y en la cara se dan cuenta de todo y perciben hasta el más mínimo cambio de estado emocional en los adultos que les cuidan. Un adulto tiene que estar corporal y emocionalmente disponible y atento a las necesidades de los pequeños, si esto no es posible es como dejarlos huérfanos.

Me gustaría que imaginasen ustedes como padres, que en vez de uno o dos hijos tienen ustedes 8 de golpe. ¿Cómo estarían ustedes si tienen que cuidar de todos esos bebes a la vez? O en el caso de niños de 3, 4 o 5 años: ¿serían capaces de tener hasta 20 niños metidos en una habitación hora tras hora, día tras día aunque luego vayan un ratito al recreo? ¿Tienen las capacidades y recursos como para hacerlo? ¿Podemos pedirles a otras personas esto que no vemos viable en cuando nos paramos a pensarlo detenidamente?

El problema viene cuando una solución que en principio sirve para casos excepcionales, las guarderías y la etapa infantil, se generaliza en la sociedad y se normaliza tanto por los individuos como por las instituciones. Los políticos lo utilizan para rentabilizar votos, disfrazado de un servicio social para toda la ciudadanía global, mientras los mitos y creencias sobre sus beneficios educativos florecen aferrándose a modo de ideas tranquilizadoras en nuestras conciencias. Mientras, más y más centros nuevos infantiles se abren cada año, aumentando esa sensación de extrañeza en algunos por no llevar a su hijo, cuando todos lo hacen y acallando a los pocos que dudan de que bebes de seis meses tengan que acudir a estos centros.

Creo que es hora de cambiar cosas. De que en los institutos y las universidades, sean las carreras que sean preparen para las asignaturas de la vida. Todos absolutamente todos deberíamos aprender la formas respetuosas y adecuadas para ejercer mejor de padres o ciudadanos. 

martes, 17 de marzo de 2009

La desnaturalización de la infancia


"Carecer de algunas de las cosas que uno desea es condición indispensable de la felicidad" (Bertrand Russell)

Uno que tiene ya unos cuantos años aunque sea joven puede comparar la infancia vivida con la infancia contada por nuestros padres y la vista hoy en día. Antes había bastantes familias con tres, cuatro, cinco hijos y hasta algunos más. En la actualidad por el cambio cultural y la situación económica el tener descendencia se reduce a uno o dos vástagos como mucho. Esta situación ya de por si crea muchas expectativas y atenciones sobre el hijo que tenemos y no dudamos en rodearle con todas las comodidades de las que dispone hoy en día la sociedad.

Yo quiero hacer un llamamiento a la necesidad de tiempo para los más pequeños. En mi humilde opinión lo que ellos necesitan para vivir bien es tiempo en cantidad y en calidad. Necesitan que nos relacionemos con ellos: juego, risas, caricias, escucha,…

En los nuevos tiempos con el reparto del trabajo entre los integrantes de la pareja se ha producido un nuevo hecho social que se trata de solucionar y es el de cómo educar al niño y atenderle cuando dos tienen que trabajar para sostener la economía familiar y realizarse profesionalmente.

La solución buscada, quizás la única que nos ha dejado la sociedad consumista, ha sido externalizar también el cuidado infantil. Ya que ni el padre ni la madre están constantemente disponibles hay que buscar instituciones que nos ayuden en esta tarea.

La primera institución en la que nos apoyamos es la familia: abuelos, tíos, hermanos, primos, etc. Lo que pasa es que no todo el mundo dispone de este colchón de apoyo familiar o estos también tienen los mismos u otros problemas por lo que sobrecargamos nuestra red de amable colaboración.

Es por esto que nace otra solución que son las guarderías y cuidadores profesionales. En este momento creo que pasamos a otro nivel pues es ya una relación mercantilizada. Una especie de subcontrata para el cuidado infantil. Entonces unos profesionales con diversas titulaciones y estudios se encargan de cuidar a nuestros hijos por dinero. En prácticamente todos los casos con diligencia y entendiendo las etapas evolutivas y necesidades teóricas de los niños. ¿Pero es esto suficiente?

En edades muy tempranas el problema es que la educación y el estar con nuestros hijos se va diluyendo entre nuestra actuación y la de los profesionales. Recordemos que la mayoría de estos centros no cuidan en exclusividad de nuestro hijo como si fueran su madre o padre sino más bien tienen que repartir su atención entre todos los niños que tienen a su cuidado. Niños además con gran diversidad de necesidades. Algunos de ellos con apego inseguro o con diversos problemas médicos o conductuales. Problemas que cada vez aumentan más debido a que la medicina ahora es capaz de sacar adelante a niños muy prematuros y con ciertas patologías. Patologías que tristemente se harán patentes en los próximos años.

Otro de los cambios sociológicos que creo que se ha trasladado como problema a los maestros es que ante una situación de continua demanda de las empresas a los padres de profesionalidad, entrega y dedicación es posible que se vaya llevando esa conciencia profesional al trato con los hijos. Entonces buscamos esa eficiencia metódica en los resultados y el niño ha de cumplir objetivos, etapas y competencias: planificamos la guardería, los métodos de enseñanza, las actividades a realizar,...

Pero hay algo en todo ello que a mi entender falla. ¿Dónde está el niño? ¿Qué siente? ¿Dónde se sitúan los padres con respecto a él? Es posible que aparezca en algunos casos esa mentalidad en la que nos excusábamos antes los hombres de que al traer el dinero a casa ya pensábamos que nos estábamos ocupando de nuestros hijos y de nuestra familia.

Por eso ahora desde algunos padres la responsabilidad se traslada al profesional y a las instituciones públicas. Es un reproche duro porque los problemas del niño se viven como un fracaso y un ataque a sus esfuerzos por hacer lo mejor para sus hijos. Desde ese enfado nos dicen: "vosotros tenéis que ocuparos de mi hijo porque para eso estáis, yo no puedo hacer más". Es un yo trabajo duramente para pagar la educación de mi hijo y si algo falla no puede ser posible, la culpa es vuestra o de otros, porque está en manos de profesionales con conocimientos de psicología, magisterio, estimulación temprana, y de todo tipo de psicopedagogías.

Creo que en esta vorágine, por el camino se queda lo verdaderamente importante y que la economía actual nos ha robado que es compartir el tiempo con nuestros niños y que ellos además tengan los espacios para jugar, saltar, brincar, compartir, sentir y conocer. En esto poco nos ayudan los diseños de las ciudades, más pensados en una funcionalidad alejada de las necesidades infantiles. Por este motivo uno ve los centros comerciales abarrotados de familias y haciendo cola en esos espacios llenos de bolas, tubos y plataformas por donde entran y salen en una autentica maraña niños sin ton ni son.

¿Dónde quedan la tranquilidad o la algarabía en los espacios libres? ¿El sentir el tacto del césped, los árboles, la textura de la arena, la dureza de las piedras, el agua de los ríos? ¿Dónde están todas esas sensaciones necesarias para estimular la integración sensorial del niño?

Desde mi punto de vista los niños deberían crecer acompañándonos, viendo lo que hacemos y como lo hacemos, viviendo todo aquello que más adelante les hará introducirse óptimamente en nuestra cultura. Por el contrario pienso que estamos creando un mundo en el que los niños están en un mundo aparte. Un mundo creado para ellos pero sin tenerlos en cuenta en todas sus dimensiones. La mayor parte del tiempo están inmersos y encerrados en habitaciones y aulas, rodeados de artilugios electrónicos, sean videoconsolas, televisiones con dibujos animados o cedés de baby Einstein.

Por si fuera poco mientras crecen se les sustraen sus obligaciones y tan solo se piensa en que disfruten de la vida. Hemos sacralizado la infancia y al niño y con ello lo hemos puesto en un pedestal alejado de toda incomodidad y frustración. Detrás de todo esto está el miedo, el miedo de una sociedad a la vida y a la muerte. Miedo a que nuestros niños tengan problemas, miedo a que no sean tan listos, miedo a que sean atropellados, miedo a que los rapten, miedo a que enfermen, miedo a nosotros mismos, miedo...

Y en ese exceso de preocupación no hay una verdadera ocupación de sus vidas en nuestras vidas sino una desnaturalización de su infancia.

No quiero culpabilizar a los padres, el sistema nos empuja en este camino pero creo que estamos en una crisis no solo económica sino a su vez una crisis educativa enorme. Todo está relacionado y lo mismo que las hipotecas de alto riesgo destaparon la crisis mundial, la educación tecnificada y delegada en otros desde los cero años nos arroja a un nuevo desequilibrio.

Hemos de reflexionar que estamos haciendo con nuestra vida, con nuestros niños y con la educación de cero a seis años.