viernes, 7 de mayo de 2010

Los espacios de construcción personal y las personas de relación y contención

“¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad”. Simone de Beauvoir (1908-1986). Novelista e intelectual francesa.

Muchas personas están rodeadas de gente en la mayor soledad. Otras muchas más están rodeadas de personas, entre su calor y su frío, pero internamente abandonadas en sus necesidades más básicas de relación. Todos continúan con sus deberes y obligaciones: sus trabajos, los niños, el colegio, la familia, los amigos, etc. 

Otras personas no disponen de esas cosas pero están internadas en instituciones por problemas de salud, de ancianidad o porque nadie las quiere o no pueden ocuparse de ellas.

Y junto a la necesidad de que alguien se ocupe, muchas personas a su lado vienen y van, entran y salen, entre el ajetreo y lo que hay que hacer para cuidarles.

Personas entre personas,  pero hay algo que no termina de funcionar. Ellos lo intuyen o lo saben pero siguen con la inercia cansina donde nadie les escucha. Es curioso que cuanto más grandes son las ciudades y más habitantes tienen, o cuando más grandes son las instituciones, más anónimas y olvidadas son nuestras vidas.

En la sociedad garantista de los cuidados socio-sanitarios y educativos el acompañamiento afectivo es precario, no hay tiempo, no hay presupuesto, hay cosas más importantes y urgentes, no hay…

Lo que no hay es compañía y el acompañamiento debería ser la intervención con mayor peso en cualquier institución de ayuda o educativa. Para humanizar tiene que darse un verdadero diálogo entre acompañante y acompañado, se necesita un yo y un otro a quien uno le importe. 

Una persona en definitiva que haga de espejo del placer. Pues para aceptarse a uno mismo en su desdicha o situación tiene que haber una persona que primero te acepte. Que se detenga sin prisas a hablar o no hablar, pero sí a estar con un buen diálogo tónico que te llene con su presencia.

Hay personas que acompañan mejor que nadie sin abrir la boca y otras en cambio sólo hablan desde el vacío sin un acercamiento sentido. Menos mal que nos solemos encontrar con seres en que cada palabra o silencio es una caricia que insuflan las ganas de vivir y luchar.

Sigamos con el trabajo. Si lo que prima es sacar el trabajo adelante. Si la carga de trabajo de los cuidadores o asistentes es alta, lo que ocurre es que se deshumaniza a las personas. Y es porque las tareas se priorizan por delante de las necesarias relaciones interpersonales.

Hay preguntas que no tienen que ver con objetivos ni metas ni terapias, pero que son mucho más importantes, por ejemplo: ¿Quién mira lo que yo miro? ¿Quién se para para esperarme? ¿Quién me acompaña? ¿Quién me contiene cuando yo no puedo? ¿Quién me mira reposadamente a los ojos y lo dice todo? ¿Quién tiene el tiempo para decirme lo que le importa, lo que le frustra, lo que le gusta, sus planes, lo que nos une o desune?

Se nos olvida que somos una especie social, que hay algo en todos nosotros que busca el acogimiento, la aceptación, un sentimiento profundo de compartir el bienestar y la vida que nos sucede,…

Son sensaciones, emociones propias de holding (sostener emocionalmente de forma adecuada), halding (manipulación corporal) y creación de un espacio intersujetos que suelen estar en la infancia, pero que no dejan de ser necesarios cuando somos adultos o ancianos.

Se hace muy patente en la formación personal de los psicomotricistas que cada uno responde desde lo que fue de niño. La adultez no es más que una capa de pintura que pinta sobre el niño que somos, al niño que vivió y sintió construyendo un sentido a la vida.

Se nos olvida que la calidad humana no está en los discursos, sino que nace de la calidad de la relación.  Si no hay relación ajustada y escuchada, se enferma y hasta se puede caer en la enfermedad mental. ¿Cuántas personas van del trabajo a casa sin ilusión ni ilusiones? ¿Sin un lugar donde decirse? ¿Cuántas personas viven en la ausencia de un espacio con el otro para reflejarse? Para existir con el placer de ser reconocido y tenido en cuenta. En lo grande y en lo pequeño. ¡Qué pena que muchos no hacen hincapié en los maravillosos detalles que hacen la diferencia al tratar a las personas! 

Viven en soledad, pero no en la soledad necesaria para construirse en la reflexión sino en la soledad no habitada, no querida ni entendida que destruye la confianza en la sociedad, en los demás y en sí mismos.

La pérdida y la falta se instauran desde que nacemos y se convierten en la razón de una búsqueda hacia esa especial relación fusional que de pequeños teníamos con nuestras figuras de apego. Ellos nos entendían y nos daban todo lo que necesitábamos. Por eso, como  Simone de Beauvoir, pienso que los adultos no somos más que niños hinchados y que seguimos necesitando de los otros para encontrar sentido a la vida. Pero no nos sirve cualquier tipo de relación, sino que necesitamos relaciones privilegiadas. Incluso figuras de autoridad que nos contengan. Cuando veremos que somos seres sociales y que los otros también nos construyen o nos destruyen. 

En tu lugar de trabajo, en tu casa, en tu función de padre o madre, en tu función de hijo, hermano o ciudadano. Si llegas a ser consciente de tu cualidad humana, tú eliges: ser humanizante o deshumanizante.

Y me dirán: ¿Y qué tiene que ver esto con la psicomotricidad? Pues que un psicomotricista  es especialista en ver este tipo de carencias humanas, y en dar soporte a estas necesidades básicas. Los psicomotricistas  saben  establecer la función materna y paterna, pero sin ser padre ni madre, pero es que creo que existe una crisis en la que pocos ejercen estas funciones tan solidarias y humanas con los más debiles.

No es cuestión de ser padre ni madre de nadie, sino de cuidar las relaciones humanas. Todos los individuos nos influimos los unos a los otros, por eso es necesario tener una actitud y presencia educada y atenta,  sobre todo en las instituciones socio-sanitarias y educativas que son las que más necesitan de estas funciones y formas de actuar.

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