martes, 3 de enero de 2023

El mal de hacer el bien (ecologismo, cultura y política)

 “Los hombres que creen en el bien y el mal, y que creen que el bien debe ganar, deben estar atentos a esos momentos en los que es posible jugar a ser Dios”. John Irving

Cada día debemos elegir entre hacer el bien o el mal, pero no somos tan libres para elegir como pensamos. Somos animales sociales, y por lo tanto actuamos dentro de grupos que son vitales para nuestra supervivencia y que nos influyen sin darnos cuenta.

Todo son grupos: crecemos en el grupo familiar, creamos grupos en las aulas de las escuelas, nos divertimos con el grupo de amigos y cuando vamos a trabajar a las empresas trabajamos en equipos. Nuestras experiencias con todos estos grupos crean nuestros pensamientos entorno a la cultura y la política y nos limitan a pensar de una determinada manera creyendo que nuestros pensamientos son libres.

Nuestra sociabilidad, inclinación para cooperar y la necesidad de ser buenos está pre-cableada en nuestros cerebros desde que nacemos. Tenemos tal necesidad de formar parte de un grupo para la supervivencia que nos esforzamos en que los grupos nos reconozcan como valiosos y amigables.

Necesitamos que piensen que luchamos por nuestra comunidad o pueblo y muchas personas buscan o alientan la superioridad de un grupo al que pertenecen o quieren pertenecer para sentirse mejor a la vez que aplaudido por esa gente.

Una cualidad valorada por el grupo es que nos comportemos de una manera que creamos justa (indicamos fiabilidad a los demás), pero sesgada hacía los nuestros (así indicamos lealtad y compromiso, y por hacerlo, esperamos que nos defiendan si lo necesitamos).

Estamos tan influidos por los grupos que llega a un punto que sacrificamos la realidad de lo que ocurre por indicar lealtad y compromiso. Perder el apoyo de un grupo o que el grupo pierda poder, significa que la supervivencia individual y colectiva está en juego.

Como dice Richard Wrangham, la moral surgió del deseo de no convertirse en blanco de la justicia de la comunidad. Las personas se cuidan de perder prestigio en el grupo, no solo está en peligro el cuidado y aprecio del grupo. También tenemos miedo de que al dejar de creer en sus ideas nos llamen traidores y puedan pasar a dañarnos. 

 

Estar en un grupo es fatigoso, las personas no solo quieren caer bien, sino también castigar al que se desvía del grupo. Por este motivo las personas están muy interesadas en que se hable bien de ellas y evitan cualquier postura que suponga una crítica abierta de las ideas del grupo al que pertenecen.

Como especie hemos desarrollado una gran sensibilidad a compararnos con los demás y preferimos vivir al lado de los que piensan, se visten, hablan nuestro idioma y piensan políticamente como nosotros. Somos racistas y negamos serlo mientras vamos preferentemente a los bares y tiendas de los “nuestros”.

Desde la psicología evolutiva se ha visto que desde los tres meses los bebés ya empiezan a mostrar preferencias por los personajes pro-sociales frente a los antisociales. Por ejemplo, un bebé con 6 meses rechaza a quien se ha llevado una pelota que no es suya, y prefieren jugar con el que ven que devuelve el juguete a su dueño. Pero también, los bebés, disculpan malos comportamientos a aquellas personas que se parecen a ellos, porque intuyen que los parecidos pueden indicar formar parte de su grupo y lo diferente puede ser peligroso. Es una estrategia que se ha seleccionado por la naturaleza, desconfiar de lo distinto en un primer momento, hasta que pasado un tiempo puedas comprobar que lo diferente no era peligroso. Pero la primera regla de supervivencia y difícil de cambiar, es desconfiar ante lo diferente: en los seres humanos es el color de piel, la apariencia con los vestidos, tatuajes, símbolos, ideas políticas, la cultura, el idioma... 

  Los estudios científicos indican una moralidad muy precoz, que no es tan pura ni en la niñez ni en la etapa adulta. Se ha observado que desde muy pequeños somos sobornables, y hacemos cálculos de si hacer “negocios” con una persona que se comporta mal nos merece la pena o no según la ganancia. Adaptemos un ejemplo para explicarlo: si la ganancia es pequeña (recibes pocas galletas de chocolate) preferimos no hacer tratos con los “malos”, pero si la ganancia es elevada (consigo muchas galletas de chocolate y creemos que no nos van a coger) nos lo pensamos por si merece la pena correr el riesgo. Por eso la corrupción siempre estará presente en nuestras instituciones. Si el costo de que te pillen es pequeño, ten por seguro que habrá gente que se comportará deshonestamente. Tienen pocas posibilidades de perder y mucho que ganar.

El que esté interesado en los experimentos sobre moralidad y desarrollo infantil de este tipo puede echar un vistazo al Morality and Development Lab de Arber Tasimi y su equipo o puede leer el libro de Paul Bloom en el que cuenta como antes de que puedan hablar o caminar, los bebés juzgan la bondad y la maldad de las acciones de los demás.

El problema de hacer cosas horribles tratando de promover lo que es bueno sucede especialmente cuando apoyamos incondicionalmente las creencias que dan identidad a nuestro grupo de pertenencia y que se articulan en lo real con su inclusión en nuestra moralidad: castigando e imponiendo nuestra forma de pensar al que no piensa como nosotros.

En la vida cotidiana de los grupos construimos y exhibimos activamente roles e identidades PARA GUSTAR a nuestro grupo. Nuestro cerebro automáticamente se dedica diariamente a crear ideas, relatos e historias para agradar al ideario grupal. No importa si son reales y no importa si mientes o maquillas los hechos, muchas personas pensarán que si ayudan a que los miembros del grupo luchen por la causa común, a que nos sintamos cercanos los unos a los otros y emerja ese sentimiento tan placentero de estar arropados por el propio grupo, entonces aunque estemos haciendo el mal… ya está sirviendo de algo que lo justifica. No obstante, la mentira se negará una y otra vez y el grupo por lealtad te apoyará.

Cuando se moralizan nuestras creencias, no hay razones, hay sentimientos. Las emociones toman el control y estas guían nuestros razonamientos posteriores. Una persona que se cree atacada puede sentir no solo rabia, sino hasta asco y repugnancia por las ideas de los otros.

Lejos de ser un bien maravilloso e irreprochable una cultura va de eso, de crear ideas, relatos e historias para agradar a nuestro grupo. La cultura se exagera para crear diferencias, por ejemplo: no solamente uno tiene que ser español, vasco, catalán, gallego, árabe, africano, europeo, etc. sino que también tiene que parecerlo ante los demás de forma muy clara. Cuando más exageres tu interpretación de lo que es ser (bajo tu interpretación sesgada y compartida por un grupo) un español, un vasco, un gallego, un catalán, un árabe, un africano o un europeo, más beneficios ante el grupo y más distancia ante los que no son de tu grupo.

El problema es que si una persona se auto-categoriza como miembro de unos grupos y no de otros, eso crea las categorías: “nosotros” frente a “ellos”. Y desde aquí se desliza la palabra enemigo y la idea de lucha por la libertad y en contra de la opresión. Desde estos pensamientos es fácil caer en ideas del tipo: nosotros somos víctimas y ellos agresores, nosotros somos mejores y ellos son el mal, nosotros nunca haríamos eso pero vosotros sois capaces de todo, nosotros queremos ser libres e independientes pero vosotros nos lo impedís, etc.

No podemos escapar de esta forma de pensar en todas las facetas humanas: profesiones, organizaciones, comunidades, sociedades y culturas. Si uno es joven se identifica con los jóvenes, si uno es pensionista se identifica con los jubilados, si uno es activista se enfrenta contra lo establecido o contra el activista anterior porque cree que ya no hacen lo suficiente o son unos vendidos, si uno pertenece a los parlamentarios europeos hace lo que cree que tienen que hacer los parlamentarios europeos y si uno es ecologista todo aquel que no recicle o tenga un coche eléctrico es el demonio.

Tu identidad y tu cultura es tu jaula. Somos presos de nuestras identidades y tradiciones, y lo más grave es que tratamos de imponer a los demás nuestras identidades y tradiciones, sentimos felicidad en ello. Nuestra necesidad de buscar y pertenecer a un grupo “especial” es la necesidad más profunda de nuestra existencia y la mayor fuente de maldad, atrocidades, acoso, terrorismo y guerras. Todas esas guerras buscaban la justicia y luchaban contra los engaños de otro grupo rival y eran incapaces de ver más allá de sus propios intereses grupales.

A pesar de estar en el siglo XXI seguimos siendo tribus que guerrean entre sí ciegamente por el deseo de pertenecer a un grupo protector. Los temores de que se rompan nuestros vínculos con el grupo cambian nuestra conducta hacía cosas que nunca haríamos si no dependiesemos tanto de tener esa identidad grupal que nos desata la euforia y la felicidad colectiva.

 

La territorialidad va unida al sentimiento grupal. No es lo mismo el sentimiento de identidad de los habitantes de un pueblo encerrado en sus tradiciones que en una gran ciudad donde conviven por necesidad distintas culturas, idiomas, formas de sentir y donde la identidad fuerte se va diluyendo y no se ve ese sentido emocional de tener unas costumbres ancestrales.

Algunos autores piensan que podemos escapar de los enfrentamientos entre grupos creando un supra-grupo, que nos incluya a todos en unas metas comunes. La Unión Europea sería precisamente esto: un intento de metas comunes para que los estados europeos no entren en guerra entre sí.

Se piensa que si todo el mundo tiene un enemigo común nos aliaremos para vencerlo. La idea es buena, pero no acaba de funcionar como nos gustaría. Porque el ser humano se alía siempre con otro para atacar a un tercero. No puede vivir si no tiene algo por lo que luchar y el enemigo preferido es siempre otra persona u otro grupo. Necesita de enemigos malísimos y víctimas destrozadas, si no los tiene los crea simbólicamente: el comunismo, el capitalismo, las religiones, lo científico, el estado opresor, el país vecino, la inmigración, la oposición política, los de fuera que no aprenden nuestro idioma y nuestras costumbres, ...

El caso del ecologismo se presta muy bien para ejemplificar en el mundo actual el mal que se puede hacer para hacer el bien, porque nadie piensa que el ecologismo pueda traer ningún mal. Bien podría ser esa meta común a escala planetaria que nos uniese a todos. Pero no sucede así. El ser humano está condenado a enfrentarse a otros humanos, porque su medio ambiente son otros seres humanos. Exhibirse moralmente solamente funciona frente a otro humano, aunque nos invadiesen los extraterrestres y nos uniéramos para atacarlos, ese funcionamiento moral seguiría existiendo y aplicándose a otros humanos. Con el mero paso del tiempo nos dividiríamos en grupos distintos que abogarían unos por el dialogo, otros por exterminarlos, otros por rendirse, otros por aliarse, etc.

Si uno se detiene a pensar lo que está pasando hoy en día con el ecologismo, ve que se hace cada vez más patente la gran disparidad entre lo que la gente puede hacer y lo que se empieza a pedir desde las decisiones políticas. Los políticos tratan de atraer votos exhibiendo virtud y exagerando ideas con respecto a los otros grupos políticos. Los activistas por el clima, las multinacionales y los lobbies de presión hacen lo mismo.

Hay una exhibición de querer ser buenos con el planeta, con los animales, las plantas, … decimos que no lo hacemos por nosotros, sino por el futuro de las siguientes generaciones apelando a las emociones y a la empatía. Toda Europa está volcada a señalar con el dedo los comportamientos que no se ajustan al ideal del buen ecologista. ¿Quién quiere ser malo? Nadie. ¿Quién quiere ser bueno? Todos.

Pero se observa que esta carrera evolutiva sin frenos por ir de buenos, de ir siempre más allá señalando virtud y compromiso con lo humano, acaba entrañando grandes peligros de intolerancia, intransigencia, ansiedad, miedo y decisiones contra los más pobres y desfavorecidos e incluso puede llegar a las guerras económicas o militares por los recursos que permiten la transición energética.

Si uno se posiciona a favor del reciclado, otros salen diciendo que no es suficiente, queriendo hacer algo más por el planeta y piden prohibir el combustible para los coches y calefacciones. Al de poco tiempo surgen otros grupos que quieren metas más altas con nuevos señalamientos de mayor compromiso: ¡prohibamos los coches y los aviones!

Pero nunca es suficiente, cada grupo existente quiere parecer más comprometido por el medio ambiente que el otro, por eso pintan siempre el futuro como terrorífico y apocalíptico: estas personas piensan que si no hacemos algo radical y costoso entonces no estamos haciendo nada. Lo que dicen es: “Yo te señalo a ti, porque yo soy mejor persona”. Es una retórica perversa, aumentada por la política, los medios de comunicación y los fondos inversores que ven negocio en invertir en el cambio energético y pro-ecológico. Simplemente están siguiendo la tendencia de una corriente social y la potencian para mejorar sus beneficios.

Y las mejores mentiras se construyen con verdades. Desde la verdad de que hay que cuidar el medio ambiente y derrochamos petróleo y energía se pasa a conmover o persuadir en una carrera frenética de señalamiento de virtud, donde se empiezan a tomar decisiones que acaban perjudicando a los más pobres, aquellos que no pueden señalar su compromiso con el medio ambiente comprándose un coche eléctrico o instalando paneles solares en los tejados de sus casas.

Realmente esto no es más que una carrera de postureo ecológico sobre una realidad, porque sino las sociedades ya se hubieran puesto manos a la obra para que los pobres pudieran tener un coche eléctrico y placas solares o alternativas justas de decrecimiento. Si esto no tiene un coste asumible para los pobres es que realmente no ha llegado el momento para dar este paso tecnológico o de política verde, pero por el contrario sí sirve para el politiqueo y las luchas fratricidas en el terreno simbólico de indicar virtud.

La situación actual es que los pequeños gestos ecológicos que tienen poco costo no valen para señalar virtud y a la vez ganar estatus social. Si todo el mundo lo puede hacer en casa no te distingue como virtuoso y bueno, lo que haces en casa en privado no se ve, no le sacas rédito social. Por eso una señal costosa y que se vea en la calle, que requiera una gran inversión, indica que realmente se está comprometido por la causa y además te eleva moralmente sobre los demás.

Este sistema de exhibición a nivel de grupos pequeños de activistas se queda en pequeñas actuaciones escenificadas como pegarse a una obra de arte, pequeños sabotajes o acusaciones graves en las redes sociales, pero que resulta en grandes problemas cuando se plantea su traslado a los grupos políticos y a los que toman decisiones en el parlamento europeo, porque actuar solo desde lo simbólico niega la complejidad de lo real. Las decisiones europeas parecen tomar por buenas decisiones del activismo ecológico sin tener en cuenta a los pobres que viven en Europa o en otras partes del mundo.

Son tantas las noticias sobre el desastre climático intentando cambiar las conductas humanas que ya se habla de ecoansiedad. Los medios manipulan creando alarmismo y urgencia extrema intentando hacer un bien: concienciar o educar, y lo que han conseguido es que millones de jóvenes entren en estrés, angustia, depresión, y desesperanza por el futuro. Todo aquel que busca un compromiso entre el bien y el mal, debe saber que el mal suele beneficiarse. Se ha abusado de provocar un sentimiento de culpa y responsabilidad creyendo que es lo correcto o que el fin justifica los medios.

Pero en esta carrera por ser el más virtuoso, el que más hace por ser ecológico parece hacer trampa, y algunas personas ya se han dado cuenta. La clase media-alta y alta y los parlamentarios europeos, pueden sortear los inconvenientes e incomodidades del ecologismo mientras exhiben su compromiso. Ellos pueden entrar en las ciudades con caros coches, enormes y pesados, pero que lucen una pegatina ecológica. Mientras la gente pobre, expulsada de las caras ciudades, ve vetada su posibilidad de desplazarse a la ciudad para poder trabajar en horarios y lugares donde los transportes públicos no funcionan. ¿Cómo piensan los políticos enlazar con trasporte público a la España vaciada con las masificadas ciudades?

En Europa, si tienes dinero puedes exhibir estatus y virtud moral en grandes cantidades, porque puedes vivir en chalets con caras construcciones con certificaciones ecológicas, aunque detrás de todo esto vemos el mismo consumismo camuflado: casa con 4 televisores de gran pantalla con etiqueta eco, aire acondicionado en todas las habitaciones con etiqueta eco, casa domotizada llena de microchips y sensores con conexión a internet y Netflix ultra eco, dos coches en el garaje uno full eléctrico eco para la ciudad y otro híbrido eco para viajes largos, paneles eco solares en el tejado para recargar el coche a coste “cero”, etc.

La diferencia con el sistema anterior es que ahora eres virtuoso, cumplidor y “coherente”, porque estás comprometido con el medio ambiente. Así que ya puedes consumir sin remordimientos, siempre que lo que compres tenga la pegatina ECO. La extracción de minerales raros, metales y materiales nuevos para construir todos esos deseados objetos nuevos señaladores de estatus y virtud ECO ya no te hacen sentir mal, porque esa contaminación se hace en otro país y tú no lo ves. En lo único que piensas es que tú has contribuido a respirar aire limpio en tu ciudad y eres bueno con el planeta, además de un ejemplo moral contra los malvados contaminadores sin escrúpulos. La pobreza es cutre, maloliente y contaminadora. Y lo más importante tú perteneces al “GRUPO de los buenos”.

Bajo está línea argumental de cada vez más sacrificio ecológico, cruzamos el decrecimiento energético y llegamos al anti-natalismo. Realmente lo que no es ecológico es el número elevado de seres humanos que pueblan el planeta y que consumen muchos recursos. Existir contamina, produce sufrimiento a otros animales y ecosistemas. Por lo tanto, lo verdaderamente ecológico es reducir la población mundial. Desde aquí, desde ser buenos podemos saltar a distopías con políticas eugenésicas.

No hay coche eléctrico ecológico ni placas solares ecológicas que puedan compensar el tener hijos. Los hijos no son ecológicos. Cada niño que nace tiene una esperanza de vida de más de 80 años. Son 80 años generando basura y consumiendo recursos del planeta: luz, energía, agua potable, carne, contaminando a través de la ropa y generando desechos, plásticos, tóxicos, pis, caca, etc. aunque se mueva en bicicleta toda su vida.

Si utilizamos cálculos fríos, ¿una persona sin hijos puede permitirse viajar en avión mientras una persona con hijos no debería hacerlo por consumir antes su cuota de CO2? ¿Por qué se demoniza el coche en vez de otras conductas? Supongo que porque es más fácil imaginarse un coche echando humo y asociarla a lo contaminante. Pero acciones tan “inocentes” como encender el móvil o el ordenador para escuchar música, ver películas o fotos familiares, mandar WhatsApps, consultar páginas webs y utilizar las redes sociales también contamina. Mucho y cada vez más, de manera exponencial.

Todo esto que guardamos en la nube de Internet tiene un altísimo consumo energético y que contribuye a las emisiones aunque no se vean. La población humana se ha duplicado en los últimos 50 años, mientras el consumo global de dispositivos electrónicos se ha sextuplicado.

Algunos científicos creen que podría darse la paradoja de Jevons, que dice que cuando se consigue una mayor eficiencia energética, no disminuye el consumo energético sino que aumenta, porque más gente accede a esos productos.

Excluyendo los teléfonos inteligentes, (Pickavet et al., 2008a) calculaban el consumo de energía de computadoras, centros de datos, equipos de red y otros dispositivos TIC ascendiese al 14% del consumo mundial total en el 2020. Según los estudios que consultes hay variedad de cifras, aunque todos coinciden en el enorme y continuo aumento de gasto energético y contaminación por la necesidad de extracción de minerales raros que se utilizan para la fabricación de microprocesadores, porque actualmente todo tiende a estar conectado a Internet de manera masiva, desde los coches a los relojes, lavadoras y neveras, televisores y bombillas, etc. Formando una red de consumo energético y de contaminación no visible o que de momento no se quiere ver.

No se quiere ver, porque ser “ecológico” con el planeta con todas las consecuencias, como los activistas más extremos proclaman, significaría volver a las incomodidades de la vida de antes de la revolución industrial y además reducir la población. 

Tomado del diario El País

Cosas como reutilizar la bolsa de la compra, cambiar a bombillas LED de bajo consumo, reciclar la basura de casa, etc. son medidas que tienen muy poco impacto real respecto a dejar de tener hijos o dejar de tener perros y gatos. Fijaros que hay que romper en el gráfico la barra de tener un hijo menos para poder dibujarlo por el brutal impacto que supone esto con respecto a vivir sin coches o cualquier otra medida. 

Estas cifras varían según el país, no es lo mismo lo que se gasta en un niño en el primer mundo que en el tercer mundo. Estos datos están cogidos de Wynes, S., & Nicholas, K. A. (2017) y se refieren a estudios de Australia, Canadá, Unión Europea y Estados Unidos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de un individuo:

  • TENER UN HIJO MENOS: se reduce de 23.700 a 117.700 (kg) de CO2 por año.
  • Vivir sin coche: se reduce de 1.000 a 5.300 (kg) de CO2 por año.
  • Evitar un vuelo (dependiendo de la duración):se reduce 700 a 2800 (kg) de CO2 por año.
  • Comprar energía verde:  menos de 100 a 2500 (kg) de CO2 por año.
  • Reducir los efectos de la conducción. Comprar un coche más eficiente: se reduce 1190 (kg) de CO2 por año.
  • Eficiencia de calefacción/refrigeración del hogar. Aislamiento de paredes: se reduce 180 (kg) de CO2 por año.

Como véis tener coche o no tenerlo no es nada comparado con tener un hijo menos.

Hay estudios que indican que una familia de EEUU que elige tener un hijo menos proporciona el mismo nivel de reducción de emisiones que 684 adolescentes que deciden adoptar el reciclaje integral por el resto de sus vidas. Un ejemplo más claro, un niño supone más que las emisiones de toda la vida útil de muchísimos coches.

Aquellos que sustituyen hijos por mascotas deben saber que los animales de compañía también tienen un fuerte impacto ecológico: tener un perro es más contaminante que un coche híbrido. Y Leenstra y Vellinga (2011) ponen de ejemplo la tenencia de mascotas en los Países Bajos: su elevado número necesitaría aproximadamente el 40% de todas las tierras cultivables holandesas para darles de comer y atenderles debidamente.

Como veis el asunto es peliagudo, y nada es lo que parece. Los políticos parecen empeñados en distraer el problema con quitar los coches cuando el problema está en la sobreabundacia de personas y su consumo desaforado. Ningún político va a decir que hay que hacer leyes para que la gente no tenga hijos por ecologismo porque no le votarían. En cambio, puede crear un diablo que echa humo y decir en sus mítines que él nos librará de ese diablo.

Las verdades tienen un lado oscuro, porque al ser humano no le interesa la verdad, sino influir y convencer a los grupos, sentirse bien moralmente y sacar beneficio propio. Y cada vez que establecemos políticas o exhibimos virtud creamos nuevos problemas e injusticias queriendo ser justos o intentando parecer ser justos. Desvestimos un santo para vestir a otro. Y podemos ir al desastre porque nadie quiere decirle al Rey que va desnudo como en el cuento de Hans Christian Andersen.

No hay grupo sin cultura y las culturas no son inocentes ni neutras, son culturas de lo moral. Una cultura establece lo que es bueno o malo para la supervivencia del propio grupo social y lo hace ciegamente por oposición a otros grupos culturales, dentro o fuera de su territorio de influencia. Impone modos de comportarse, de pensar e idiomas que hablar. Exagera rasgos positivos de lo que le interesa y aumenta los rasgos negativos de las ideas o culturas de otros grupos. Una cultura determina las normas morales brutalmente, incluso si está permitido matar a inocentes (previamente llamados “daños colaterales” por una causa justa cuando no pueden ser demonizados) para lograr la supervivencia y supremacía de la propia cultura, idioma y costumbres. La guerra de Ucrania y el terrorismo es un buen ejemplo de esto.

No hace falta que la propia cultura esté en peligro real, los seguidores de una cultura elevan sus costumbres a lo sagrado, son indiscutibles, innegociables, portadores de la justicia histórica, y se introducen en el sistema educativo para reforzar su identidad a través de cambiar la memoria colectiva y mantener las tradiciones o el idioma ancestral. El mal se hace desde la necesidad de creer que se está haciendo un bien. Nuestras ideas se convierten en las únicas correctas y se imponen en el nombre de nuestro pueblo, nuestro territorio, nuestra cultura, nuestra raza, nuestra religión, nuestras costumbres, nuestros hijos o nuestro planeta.

Desde la psicología se sabe que no somos racionales, sino que tenemos un razonamiento motivado e influido por las emociones. Así que partiendo de esta base, seguir moviendo el foco de las ideas a los sentimientos e intensificarlos, impide todavía más discutir las ideas y dialogar para llegar a acuerdos. Quien hace esto lo hace para manipular, hackeando el sistema, añadiendo más carga emocional al conflicto para salirse con la suya. Con la emoción por bandera y exacerbándola, los humanos legitiman cualquier cosa: son capaces de morir matando por una bandera, tan sólo tienen que sentir que los ideales de su colmena está siendo atacada. Desconfiad de los políticos o grupos que apelan a la emoción y al sentimiento, a la identidad, a los derechos históricos y a las costumbres. Impiden que pensemos con mayor libertad y les es más fácil manipularnos para conseguir sus intereses.

¿Por qué nos comportamos así? Principalmente porque seguimos unos mandatos evolutivos: Debemos criar a nuestros hijos y ayudar a sus parientes. Además obtenemos ventajas de cooperar con individuos que no son nuestros parientes, por lo que nos asociamos en grupos, mientras no nos engañen. Pero una vez que nos asociamos en grupos inevitablemente los grupos compiten por los mismos recursos tratando de imponerse a otros.

Haidt en su libro la mente de los justos dice que los grupos enfatizan el altruismo y sacan lo mejor de la gente, pero la pega es que es para el propio grupo. Por amistad luchas, pero luchas contra alguien. Y hay algo más: los grupos no son estáticos, sino que están constantemente subdividiéndose y forman subgrupos y los subgrupos crean micro-grupos de influencia y lucha, … división y más división. El altruismo y la lealtad se queda en tu nivel de grupo y a medida que te vas diferenciando de otros grupos pasas del altruismo y la lealtad al combate y no perdonar ni una. Compartir moralidad une y ciega a la vez que te desune más de los otros.

Las luchas grupales son constantes e infinitas a lo largo de la Historia y también en la modernidad de Twitter, Facebook, foros de opinión, medios de comunicación, etc. Cualquier tema polariza en bandos dispuestos a batirse en duelo.

A nivel profesional a lo largo de los años he podido ver estos procesos grupales desde el ámbito de la psicología: el corporativismo y el asociacionismo según ante quién te tienes que defender. Hubo una época en que algunos psiquiatras no tenían buena impresión de los psicólogos, porque no eran médicos y no se veía con buenos ojos que algún día pudieran llegar a recetar psico-fármacos a pesar de tener la asignatura de psico-farmacología en la carrera. Algunos los veían como intrusos y gente no lo suficientemente preparada al no ser médicos. A su vez los psicólogos psicoterapeutas criticaban a los psiquiatras que no tenían formación en psicoterapia. Pero cuando se hablaba de defender la salud mental, entonces sí se veía unión de psiquiatras y psicólogos por algo que les atañía para conseguir cada vez más recursos para sus consultas.

Pero como decíamos antes, los grupos forman subgrupos, exactamente igual que las células se dividen para crear vida. Y dentro del propio grupo de psicólogos se producen divisiones y guerras entre ellos dependiendo de la manera de hacer psicoterapia: psicoanalistas contra conductistas, psicólogos clínicos PIR contra psicólogos generales sanitarios, humanistas contra los psicólogos más científicos como los cognitivo-conductuales, etc.

Es imposible que no existan los conflictos en los vínculos humanos, porque la creación espontánea de grupos por afinidades ya crea diferencias, metas comunes y no comunes, y el intento de hacer el bien para los nuestros a pesar de hacer el mal para los otros. Por lo tanto el bien y el mal se hacen al mismo tiempo en el mundo humano.

Quiero hacer hincapié en la biología y en la teoría de la evolución para explicar estos fenómenos. Selección natural y deriva genética no ocurren a menos que exista variabilidad genética en una población. Este mismo proceso es el que da vida a las culturas y a los grupos que las forman. En la Naturaleza los individuos tienen distintas formas, colores, tamaños, conductas, etc. y esta variabilidad es motor de evolución y resultado de lo que somos como individuos y como especie. No podemos olvidar que es la biología la que da soporte a los sistemas culturales. Genes y culturas buscan lo mismo: heredar comportamientos de generación en generación.

Del mismo modo que los seres pluricelulares reemplazan su dotación celular gracias a la división celular y la diferenciación celular, los grupos humanos se dividen y diferencian. Y nuestros grupos humanos atraviesan como las células por las etapas de nacimiento, crecimiento, reproducción, envejecimiento, cáncer y muerte.

Por ejemplo, si trasladamos el concepto cáncer a los grupos humanos: el grupo humano cancerígeno sería aquel cuyo crecimiento excede al de otros grupos moderados, invadiendo los organismos sociales, no limitándose ni coordinándose con estos y derivando los recursos de todos a su propio crecimiento sin control, engañando al sistema democrático para sobrevivir y pasando sus logros por herencia de padres a hijos.

¿Se imaginan un cuerpo en el que grupos de células del hígado, los pulmones o el corazón, al sentirse diferentes se proclamaran independientes y se negaran a colaborar con el resto del cuerpo?

Pues esto sucede con los grupos y con TODOS los seres humanos. Si el contexto es favorable a la colaboración somos altruistas, pero si ese contexto no lo es entonces nos dividimos y nos atacamos. Los chimpancés atacan de forma intencionada a grupos vecinos para matarlos. Y hemos evolucionado durante miles de años para negar la realidad en favor de un instinto para formar coaliciones de grupos frente a otros grupos y dominarlos o aniquilarlos, mientras usamos el lenguaje para ocultar lo que ocurre. Nuestra milenaria historia como seres humanos es la de unirse para hacer la guerra a otros grupos humanos. Todos descendemos de asesinos y violadores a los que llamamos héroes por estar en nuestro bando y muchos buscan el conflicto para hacer exhibición moral y de apoyo con los de su grupo.

Lamentablemente los humanos no sabemos cómo salir de estos funcionamientos inconscientes, y aunque generemos contextos favorables al altruismo seguimos dividiéndonos en nuevos grupos que compiten entre sí con ímpetu. Por eso hay una constante tensión entre la libertad y la vigilancia. Buscamos la libertad al mismo tiempo que el control social.

Aunque empezamos a descubrir cómo actúan estos funcionamientos psicológicos evolucionistas y evolutivos, no parece tener fácil solución ir contra los instintos seleccionados durante miles de años, a no ser que sometieramos a la población a otra presión evolutiva que cambiase los comportamientos, por ejemplo através de la edición y selección genética. La democracia, cada vez más asaltada por los intereses de los grupos, sería un equivalente en la edición y selección de conductas. 

La democracia sirvió para disminuir las agresiones entre grupos de humanos, el efecto secundario no deseado es que al no permitirse las agresiones físicas los grupos usan el victimismo para conseguir sus própositos. Con el victimismo se simula una agresión y se responsabiliza al grupo rival. Es otra forma de agresión. 

Si en una dictadura se utiliza la represión, en las democracias se utiliza la retórica demagógica con el fin de desprestigiar al rival. Si la dictadura tiene tanques, armas y el uso de la fuerza, en la democracia se apela a las emociones, los miedos, los prejuicios y las esperanzas de los ciudadanos para ganar apoyo popular con el que mantener el poder. El precio de no matar es la cultura de la queja, la manipulación, la demonización del rival, la posverdad, el populismo, la deformación de la realidad haciéndose la víctima y la redefinición del lenguaje para ocultar el asalto al poder.

Como veis resulta muy difícil no caer en distopias puesto que es un grupo el que consigue el poder y por lo tanto impone sus políticas sociales. Mientras averiguamos hacia dónde vamos en el control social, el ecologismo, la cultura y la política podrán convertirse en elementos de manipulación de los grupos para hacer el mal creyendo que se hace el bien y las injusticias realizadas se verán como males menores y sacrificios necesarios, donde la gente lo único que desea es que no le toque a él.


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viernes, 16 de abril de 2021

La tiranía de la cultura y las tradiciones

“La idea de lo sagrado es simplemente una de las ideas más conservadoras en cualquier cultura, ya que busca convertir las otras ideas: la incertidumbre, el progreso, el cambio; en crímenes”. Salman Rushdie
"La historia no se estudia para aprender del pasado, sino para liberarnos de él". Yuval Noah Harari

 

En Tailandia existen las mujeres jirafa (padaung)

Los genes y la cultura sirven de transmisores de conocimiento y provocan un aumento de la variabilidad de conductas que se enfrentan a la supervivencia. Por ser la cultura un producto de la evolución, a veces más útil a veces menos, para la supervivencia de un grupo, hay una tendencia en el ser humano a presentar siempre en clave muy positiva a la cultura y las tradiciones propias. Se suele pensar que la genética es determinista y la cultura no, y esto es un error pues el pertenecer a un determinado grupo o sociedad que practica una determinada cultura o tradiciones puede tener mayores consecuencias y mayores determinismos en el bienestar y esperanza de vida, que el tener unos genes con predisposición a algunas enfermedades o comportamientos.

Repetidamente en la Historia se observa una búsqueda romántica de la cultura popular, recuperar los idiomas que se hablaban antes o la sobre-valoración de la vida anterior en cuestión de valores morales y la ecología. Pero a lo largo del mundo podemos ver que junto a la llamada “sabiduría ancestral” hay ritos que ante nuevas miradas no corroboran la bondad universal de la expresión de las tradiciones culturales por antiguas que sean. Por ejemplo:

Según UNICEF, en la actualidad más de 200 millones de niñas y mujeres han sufrido la mutilación genital femenina, y esta práctica se lleva a cabo en 30 países.

En la India hasta que se prohibió en 2010 se lanzaban niños de entre 3 meses y 2 años desde una altura de 9 a 15 metros para recogerlos con una manta, se hacía porque creen que a esos niños les traerá suerte, salud y riqueza. También se quemaban vivas a las viudas junto al cadáver de su marido en rituales funerarios. A pesar de estar prohibidas se cree que estas practicas culturales todavía se realizan en pueblos aislados.

En la comunidad amazónica de los Ticuna se celebra el ritual de la Pelazón, se hace cuando las niñas tienen su primera menstruación. Se las deja recluidas y aisladas de uno a seis meses con una dieta y se prepara una fiesta durante días, el núcleo de la fiesta es cuando liberan a la niña y le arrancan el pelo de raíz hasta dejarlas calvas, era común que la emborracharan durante días para que no le doliera tanto ya que durante el proceso no estaba permitido llorar. Las presiones culturales actuales de otras culturas (la iglesia evangélica prohibe este rito y a los ojos y valores de los turistas occidentales todo esto les parece algo salvaje y maltrato infantil) provocan que el rito real con su dureza se vaya convirtiendo en algo menos violento y pase a ser una representación cultural dentro de un mercado turístico. Este cambio a lo teatralizado se produce porque les trae beneficios sociales y económicos.

En Tailandia existen las mujeres jirafa (padaung), las cuales son elegidas a los 5 años para ir colocando aros en su cuello con intención de que se estire y se vea más bello, pero con terribles consecuencias para la musculatura del cuello y las vertebras. Esta práctica se mantiene porque se ha convertido en una atracción para que los turistas saquen fotos y la tribu gane dinero; pero a las mujeres cuando se les pregunta dicen que si se quitan los aros se sienten feas o desnudas.

En China, existía la costumbre de vendar los pies para impedir su crecimiento provocando grandes sufrimientos y deformidades, lo hacían a partir de los 3 años de edad y no se sabe si para que trabajaran sin moverse o por ideal de belleza. Lo que en su época se hacía con el deseo de aumentar las probabilidades de encontrar marido pasó después a ser objeto de burla, y aunque se prohibió en varias épocas continuó en muchas zonas rurales hasta el siglo XX. Los testimonios de las últimas mujeres que tenían los pies deformados explicaban que incluso lo hacían ellas mismas porque querían ser como las otras niñas y lo aprendían de sus madres. La creencia de esa cultura era que hacían lo mejor para ellas porque les proporcionaría una vida mejor. Otro gran problema cultural lo supone la medicina china tradicional, con su fuerte demanda de plantas y animales (huesos de tigre, cuernos de rinoceronte, aletas de tiburón, etc.) que lleva al sufrimiento de muchos animales y la extinción de algunas especies.

Ahora bien, dejemos a un lado el sesgo etnocéntrico de: “ellos lo hacen mal pero nosotros lo hacemos bien”. Todos tenemos ese sentimiento de que nuestra cultura es superior o mejor o más avanzada, aunque los antropólogos, sociólogos y psicólogos sociales saben que “esas cosas que hacen otros”, no es algo que sucede solamente en países lejanos o en tribus antiguas. Sea en Oriente o en Occidente, en el Norte o en el Sur, todos los rituales propios de una cultura acaban siendo grandes condicionantes de nuestra vida dentro de la sociedad a la que pertenecemos. La gente que lucha por una cultura lucha también por tener un estatus especial para él o para los suyos frente a otros.

Las culturas occidentales no están libres de manipular e introducir en las prácticas culturales populares o neo-populares a sus miembros, lo hacen dentro y fuera de las escuelas, y occidente ha transformado durante siglos lo que consideraba admisible transmitir culturalmente; cualquiera que tenga los años suficientes puede ver como ha cambiado la sociedad desde que era joven hasta la actualidad:

Desde fragelaciones religiosas con látigos y penitencias (cofradías en Semana Santa), hasta pruebas de paso de la niñez a ser adultos (como irse de putas o el uso del alcohol en botellones, las drogas, los piercings, mutilaciones y tatuajes), la sumisión de las mujeres, el sacrificio de animales o su tortura hasta la muerte en las fiestas del pueblo (tirar una cabra por un campanario, el arrastre de piedras muy pesadas por dos bueyes, cortar la cabeza a un ganso vivo, etc.), la celebración de haber vencido a otro pueblo o incluso la incitación al odio hacia determinados grupos (quema de muñecos de algún personaje público en la plaza de pueblo, quema de banderas u objetos simbólicos, carteles amenazantes), etc.

Llama la atención lo rápido que se crítica la brutalidad de otras culturas o ritos y lo mucho que se defienden las tradiciones propias en nombre de la libertad. Los pueblos ven su cultura como algo a proteger contra quien quiere quitar “nuestra identidad o forma de ser”. Pero hoy en día la cultura va más allá y se ha convertido además en un negocio. Una industria donde la imitación de lo tradicional y “lo nuestro” produce más ingresos. Las etiquetas “bio”, “eco”, “bien cultural” y “receta tradicional” son reclamos turísticos y comerciales, un modo de ganarse la vida para muchos y por lo tanto sus devotos adoptan y exageran las virtudes de esas tradiciones, lugares y productos. La explosión de los reclamos culturales viene dada porque cada cultura creada o resucitada utiliza el ecosistema para construir un nuevo nicho ecológico donde habita con sus específicos modos de vida y costumbres, propiciando nuevas posibilidades de explotar recursos y capital humano en el cual una cultura predominante ya ha saturado las formas convencionales de ganarse la vida.

La búsqueda de fines y valores capaces de dar sentido a la existencia personal tapando las contradicciones es un engaño universal de la mente, la fantasía que permite las dinámicas rocambolescas que observamos en los funcionamientos de la cultura. Se buscan significantes, si no los hay se crean héroes que adorar y villanos a los que echar la culpa, simbolismos que rechazan al mundo actual que no nos gusta por otro en el que nos sentimos orgullosos de tener ese pasado y condicionamos la felicidad de nuestro futuro a lograr convencer a los demás y recuperarlos para nuestro movimiento reivindicativo sociocultural idealizado en el que todo será estupendo.

Una vez que esto se consigue, instaurar nuestras ideas, no acaba aquí, todo el proceso de cultura minoritaria contra cultura predominante vuelve a empezar, porque otros grupos empiezan a sentirse oprimidos por la cultura que recientemente ha conseguido extenderse y ser dominante, así que las nuevas minorías buscarán otros significantes contra esa cultura. Los gobiernos poco pueden hacer a largo plazo, aunque lo intentan legislando porque todas las culturas tienen caducidad a pesar de los empeños en mantenerlas, son las presiones evolutivas las que moldean y cambian constantemente una cultura aunque se legisle con leyes a favor de una y en contra de otra. Por mucho que luches por una cultura en la que crees, la cultura en la que vives inmerso actualmente dejará de existir; por eso muchas personas mayores sienten que el mundo ha cambiado y que pertenecen a otro mundo en el que eran jóvenes fuertes y combativos por la libertad de su cultura.

Es un hecho natural que las personas suelen sobrevalorar cualquier grupo del que formen parte y demonizan al grupo de fuera. Padecemos un sesgo que atribuye al grupo cultural nuestro motivaciones hacia el amor por los suyos y ve en las actuaciones de culturas rivales motivaciones por odio hacia nosotros. Es un “ellos” contra “nosotros” profundamente integrado en nuestros cerebros, porque somos una especie que ha evolucionado practicando la guerra tribal y cultural, a nivel real y a nivel simbólico con justificaciones post-hoc de sentimientos e intuiciones que permiten ponerse jerárquicamente por encima.

No se puede traer el pasado al presente o al futuro porque el tiempo y las condiciones y presiones que modelaron esa cultura antigua no existen ni volverán a existir. Todas las culturas nacen, se reproducen, se transforman y mueren. Recuperar tradiciones es crear recuerdos distorsionados, porque la memoria de las personas no refleja lo que realmente pasó sino que se reconstruye adulterándose a través de juntar: nuestras emociones, imágenes sensoriales, creencias, otras experiencias posteriores nuestras y las afirmaciones de otras personas (subjetivas) y toda clase de influencias externas con la que tratamos de refrendar la hipótesis de nuestra memoria. Así que la propia memoria es una historia reconstruida con las pruebas que nos contamos sobre lo que creemos que sucedió y actualizada con lo que creemos “nuevas pruebas” cada vez que lo recordamos. Luego la historia y la memoria colectiva es el consenso co-construido de creer en unas pruebas que nos encajan en unas trazas de memoria y no en otras por mucho que hayan sucedido realmente o no los hechos.

Y lamentablemente, procesamos la información no sólo examinando los hechos, sino también considerando las consecuencias sociales de lo que ocurre con nuestra reputación si creemos algo distinto a lo que cree nuestro grupo político o de amigos. No creer o cuestionar la cultura puede suponer que el grupo nos pueda atacar, echar o desprestigiar. Y por el contrario, creer lo que cree el grupo aporta mayores ventajas como mayor estatus y protagonismo dentro de ese grupo, así como un sentimiento de estar ayudando que nos hace sentir bien. Todo esto provoca que los seres humanos no tengan un funcionamiento mental para preservar los hechos reales tal como sucedieron sino los hechos que menos nos perjudican de cara a los demás y sobre todo de los que forman nuestro grupo cercano o de apoyo.

¿Por qué inventamos culturas? Es algo tan biológico e irremediable como un páncreas que produce insulina para mantener el nivel de azúcar en sangre, como unas hormigas construyen su hormiguero o como los virus se reproducen en las células inyectando instrucciones que secuestran su sistema metabólico. El ser humano crea e inyecta cultura (instrucciones auto-replicativas de información y auto-organización para la construcción de células de conocimiento con la función de nutrición, relación y reproducción de organismos socioculturales) constantemente para intentar sobrevivir y reproducirse mejor biológicamente

Si hay más variación cultural, hay más probabilidades de que algunas de esas conductas culturales nos permitan sobrevivir y reproducirnos bajo las cambiantes condiciones que la Naturaleza va creando con el paso del tiempo. La cultura se convierte en otro espacio natural, es un medio ambiente como un bosque lo es para un cazador. Como especie depredadora que somos transformamos y cazamos tanto en la naturaleza como en el ecosistema simbólico cultural en el que nos desarrollamos.

El humano agricultor-cazador siembra semillas, caza animales y se protege de otros humanos, el ser humano cultural siembra mitos, caza piezas simbólicas y se protege de las culturas de otros humanos.  

Las culturas hacen grandes esfuerzos para poderse reproducir y para ello hacen exhibiciones, guerras atacando a otras culturas o producen rasgos extremos por selección autorreforzante como la deformación extrema de los pies de las mujeres chinas para resultar más atractivas o la alteración músculo-esquelética de las mujeres jirafa.

Lo más característico de la interacción indisoluble de genes y cultura es la creación de una gran variabilidad conductual: desde hábitos que mejoran la higiene contra los patógenos (instrucciones de lavarse las manos antes de comer o manipular alimentos) hasta rituales para conseguir parejas sexuales o emparejamientos a través de bailes y fiestas. Esta diversidad de estrategias de aprendizaje y conducta dentro de un contexto provoca que algunos quieran imponer su cultura a otros grupos, porque con su crecimiento cultural van a lograr más derechos, mejorar sus recursos o su estatus y el poder frente a otros. De hecho, hay una relación biológica entre la cooperación y la violencia, que se observa a través de todo el mundo animal.

En los chimpancés, especie con la que estamos muy emparentados, existe una fuerte competencia grupal, son altamente territoriales y luchan organizadamente por el control del territorio. Un individuo solo no puede vigilar una frontera o atacar a un enemigo, necesita la cooperación de otros que le ayuden. Lo mismo sucede con la caza, es más efectiva si los chimpancés se coordinan. Si volvemos al hombre, el solitario está desvalido, pero aquel que se une a otros tiene poder para imponerse. El truco aquí está en convencer a otros para que te apoyen y porten señales que hagan visible la pertenencia a ese grupo como señal de advertencia y orgullo. Las señales culturales humanas son como las plumas coloridas de un ave o la piel de una serpiente: sirven para exhibirse, camuflarse, atraer parejas o advertir de lo peligrosos que somos. Así que para informar a las personas usamos banderas, emblemas, tatuajes, ideas y partidos políticos, valores, religiones, la moral y la ética, vestimentas, objetos, el arte, la música, el idioma, etc.

Sobre esta base, el convencer y reclutar personas para la causa, requiere de engaño y auto-engaño por lo que en el ser humano todo se vuelve más complejo y a veces más sutil puesto que la cooperación y la solidaridad sirve tanto para hacer la guerra como para las tareas de cuidado de los bebés o de los más débiles. Muchos de los que empuñan armas y comenten atentados por una cultura, creen que no tienen elección, que es un acto de extrema generosidad y sacrificio por dar una vida mejor a los suyos.

Si algo distingue al ser humano actual son las organizaciones que crea. Se coopera y se practica el altruismo y la solidaridad dentro de empresas, asociaciones, pueblos, colegios, familias, etc. Pero son miles de intereses que han de ser canalizados por los líderes para poder llegar a ser predominantes. Y en estas dinámicas de intentar conseguir cambiar conductas emerge la lucha, que puede llegar a ser despiadada contra otros grupos o incluso dentro del propio grupo, por la formación de subgrupos que luchan por el control. Y es que el mismo mecanismo que inicia la creación de grupos con su cultura propia motiva a la vez su división y subdivisión en competencia. En contra de lo que nos pareciera suceder la cultura no nos une, nos separa. Nos une en grupos para separarnos de otros. Y esto sucede de forma repetitiva y continua como un patrón matemático iterativo infinito...

La película “La vida de Brian” ejemplifica muy bien este problema en una escena cuando discuten sobre los diferentes partidos y a cuál pertenecen ellos: “Frente judaico popular”, “Frente popular de Judea”, “Frente del pueblo judaico”, “Frente popular del pueblo judaico” o la “Unión popular de Judea”. Obviamente todos son disidentes y cada uno reniega del otro y aspira a ser el movimiento auténtico libertador, pero todos ellos nacieron de la misma matriz y con algo en común que les unía y es el odio a los romanos, en todo lo demás no pueden estar de acuerdo si quieren existir como entes separados. Por lo tanto están obligados a inventarse y exagerar diferencias entre ellos o a desprestigiarlos.

 


Pensamos que es el odio, el rencor, la crueldad, etc. lo que motivan las decisiones de otros grupos sobre nosotros, pero las mismas bases biológicas y conductuales que posibilitan las características humanas de las que nos sentimos orgullosos: cooperación, empatía, solidaridad, altruismo, etc. son las que sirven para los comportamientos más agresivos y malvados. Lo bueno y lo malo en cada persona está perfectamente unido. Cada humano tiene la capacidad de cambiar entre la bondad y la maldad según el contexto y el contexto tiene un gran poder sobre la supuesta libertad de acción que imaginamos tener. La emoción tribal instintiva manipula a la razón, y la inteligencia como un mercenario a sueldo, hace el trabajo sucio intelectual para justificarlo. Si nuestro contexto es nuestro grupo cultural lo defendemos de los grupos exteriores sin crítica alguna. En los extremos, podemos agredir o matar a los que pensamos que quieren quitarnos nuestra cultura mientras a la vez nos mostramos generosos, magníficos padres o madres o hijos, compasivos y muy empáticos con todas las personas de nuestro entorno cultural.

El individuo lucha para ganar recursos y apoyos según sus rasgos de personalidad, a corto o largo plazo, directamente para él o para los que considera de los suyos; y los suyos son los que profesan la misma cultura y tradiciones. Pero es un acto egoísta siempre, porque darse a los demás eleva el estatus y da reconocimiento directamente para él o para sus descendientes y amigos culturales. Hay que tener en cuenta que la falta de conciencia de un individuo sobre la intencionalidad de sus actos no exime de las funciones egoístas de la evolución, porque la vivencia subjetiva-emocional y el relato siguen atadas a la inexorable evolución biológica y cultural. Lo más que puede hacer el relato es ocultar y disfrazar la realidad en beneficio de una persona o grupo determinado.

Los humanos y los pueblos tienen muchas maneras de reforzar la identidad de grupo. Una de ellas es hacerse la víctima cultural. Venderse como un pueblo o grupo oprimido pulsa una tecla instintiva que va polarizando la sociedad entre los que están a favor o en contra de sus peticiones. Pero los relatos son construidos para luchar contra otros o para sentirse mejor o más éticos frente a la hegemonía cultural, política y económica de otros. Las naciones son ficciones edulcoradas, comunidades imaginadas, para aumentar la autoestima y crear identidad de grupo; y hoy en día dan cobijo sustituyendo a las religiones como los hinchas incondicionales alrededor de un equipo de fútbol. Pero conseguir una historia común y una lengua compartida no protege contra los cambios ni da derechos para llamarse nación, porque la inmigración y las relaciones con otras culturas provoca su continua transformación. Las fronteras culturales son difusas, el comercio, la multiculturalidad y la fusión hacen cambiar las costumbres y las lenguas habladas. 

 

Son las personas con rasgos más extremistas las que más luchan por rescatar y mantener la cultura y las tradiciones

Son las personas con rasgos más extremistas las que más luchan por rescatar y mantener la cultura y las tradiciones. Suelen ser las personas con alto nivel educativo las que más elaboran los discursos para ser coherentes y a la vez más extremos. Se dedican a tejer y construir una telaraña cultural de logros simbólicos, de personajes ilustres legítimos, de hazañas gloriosas históricas, ... y esto proporciona estabilidad y seguridad a quienes se hallan insertos en la cultura que crean y la coartada perfecta para las personas ambiciosas que buscan prestigio y posición social dentro de las nuevas corrientes culturales mediante el exhibicionismo moral. Son guionistas de la historia que quieren vivir y obligan a vivir a otros, mientras sus creencias creadas se venden como una muestra de compromiso con el grupo. Estas personas con pensamientos extremos ven los cambios culturales o idiomáticos como amenazantes para la propia identidad, se hacen garantes de lo puro, de las expresiones lingüísticas más correctas y de la interpretación de los hechos históricos de una manera concreta, y ponen denuncias a diestro y siniestro porque creen que se vulneran sus derechos culturales o idiomáticos. Lo hacen cuando castigar a los otros les ayuda a conseguir mejorar su reputación frente al grupo, saben que el dañar a otro es admitido si sirve de señal virtuosa de lealtad y defensa del grupo cultural al que pertenecen.

Creyéndose estar en una realidad “como tiene que ser y legítima” y premiados por ser el faro que mejor ilumina al grupo (cuando más extremo e intolerante el mensaje este funciona como señal más fuerte y clara para el grupo y mejor señalan al enemigo provocando un efecto de aglutinamiento. La vivencia del grupo conseguida es la de estar uniéndose con sentimientos de fraternidad y solidaridad en la lucha contra “los malos”. La realidad es que el deseo de esa gente de ser bondadoso, de ayudar a sus hermanos y amigos ha sido manipulado para ponerlos a luchar contra los diferentes o contra los que no opinan igual), no ven que una cultura no evoluciona si no es a través del contacto con otras culturas e ideas.

No se puede crear y mantener durante mucho tiempo una cultura aislada a base de leyes, decretos, discriminaciones positivas y currículos educativos en un mundo abierto e hiperconectado. Solamente el aislamiento y el proteccionismo extremo hace perdurar con pocos cambios una cultura y con altos costes, pero esto hoy día no es posible, es un suicidio como sociedad en el mundo actual por homogeneidad ideológica y un conflicto eterno con los de fuera. La diversidad ideológica cultural genera contradicciones, conflictos y hace sentir incómoda a mucha gente, pero la homogeneidad cognitiva e ideológica provoca sectarismo, partidismos irracionales, debilita a la ciencia, dificulta la solución de problemas, empobrece y a través del tribalismo castiga a los disidentes por considerarlos enemigos y diferentes.

La Historia nos deja claro que nada permanece: los imperios, las naciones, los pueblos, las tribus, los idiomas ... cambian o desaparecen porque solo existen en las mentes simbólicas.

Resumiendo, debido a la deriva evolutiva azarosa y aleatoria, las culturas, las tradiciones y los idiomas siempre nos darán libertad y nos esclavizarán al mismo tiempo. No serán ni mejores ni peores, ni verdaderas ni auténticas, ni legítimas ni ilegítimas; simplemente reflejarán el flujo cultural (algoritmos de variables ambientales en relación con variables de estado de las personas que determinan el comportamiento tanto del entorno como de las personas y grupos) a lo largo de las generaciones donde unos individuos saldrán perdiendo y otros beneficiados injustamente según el momento histórico y el azar que les toque vivir ante las luchas culturales ciegas e imperantes en la que todos modifican relatos y crean culturas imaginadas y simbólicas: tanto los vencedores como los vencidos.


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