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viernes, 16 de abril de 2021

La tiranía de la cultura y las tradiciones

“La idea de lo sagrado es simplemente una de las ideas más conservadoras en cualquier cultura, ya que busca convertir las otras ideas: la incertidumbre, el progreso, el cambio; en crímenes”. Salman Rushdie
"La historia no se estudia para aprender del pasado, sino para liberarnos de él". Yuval Noah Harari

 

En Tailandia existen las mujeres jirafa (padaung)

Los genes y la cultura sirven de transmisores de conocimiento y provocan un aumento de la variabilidad de conductas que se enfrentan a la supervivencia. Por ser la cultura un producto de la evolución, a veces más útil a veces menos, para la supervivencia de un grupo, hay una tendencia en el ser humano a presentar siempre en clave muy positiva a la cultura y las tradiciones propias. Se suele pensar que la genética es determinista y la cultura no, y esto es un error pues el pertenecer a un determinado grupo o sociedad que practica una determinada cultura o tradiciones puede tener mayores consecuencias y mayores determinismos en el bienestar y esperanza de vida, que el tener unos genes con predisposición a algunas enfermedades o comportamientos.

Repetidamente en la Historia se observa una búsqueda romántica de la cultura popular, recuperar los idiomas que se hablaban antes o la sobre-valoración de la vida anterior en cuestión de valores morales y la ecología. Pero a lo largo del mundo podemos ver que junto a la llamada “sabiduría ancestral” hay ritos que ante nuevas miradas no corroboran la bondad universal de la expresión de las tradiciones culturales por antiguas que sean. Por ejemplo:

Según UNICEF, en la actualidad más de 200 millones de niñas y mujeres han sufrido la mutilación genital femenina, y esta práctica se lleva a cabo en 30 países.

En la India hasta que se prohibió en 2010 se lanzaban niños de entre 3 meses y 2 años desde una altura de 9 a 15 metros para recogerlos con una manta, se hacía porque creen que a esos niños les traerá suerte, salud y riqueza. También se quemaban vivas a las viudas junto al cadáver de su marido en rituales funerarios. A pesar de estar prohibidas se cree que estas practicas culturales todavía se realizan en pueblos aislados.

En la comunidad amazónica de los Ticuna se celebra el ritual de la Pelazón, se hace cuando las niñas tienen su primera menstruación. Se las deja recluidas y aisladas de uno a seis meses con una dieta y se prepara una fiesta durante días, el núcleo de la fiesta es cuando liberan a la niña y le arrancan el pelo de raíz hasta dejarlas calvas, era común que la emborracharan durante días para que no le doliera tanto ya que durante el proceso no estaba permitido llorar. Las presiones culturales actuales de otras culturas (la iglesia evangélica prohibe este rito y a los ojos y valores de los turistas occidentales todo esto les parece algo salvaje y maltrato infantil) provocan que el rito real con su dureza se vaya convirtiendo en algo menos violento y pase a ser una representación cultural dentro de un mercado turístico. Este cambio a lo teatralizado se produce porque les trae beneficios sociales y económicos.

En Tailandia existen las mujeres jirafa (padaung), las cuales son elegidas a los 5 años para ir colocando aros en su cuello con intención de que se estire y se vea más bello, pero con terribles consecuencias para la musculatura del cuello y las vertebras. Esta práctica se mantiene porque se ha convertido en una atracción para que los turistas saquen fotos y la tribu gane dinero; pero a las mujeres cuando se les pregunta dicen que si se quitan los aros se sienten feas o desnudas.

En China, existía la costumbre de vendar los pies para impedir su crecimiento provocando grandes sufrimientos y deformidades, lo hacían a partir de los 3 años de edad y no se sabe si para que trabajaran sin moverse o por ideal de belleza. Lo que en su época se hacía con el deseo de aumentar las probabilidades de encontrar marido pasó después a ser objeto de burla, y aunque se prohibió en varias épocas continuó en muchas zonas rurales hasta el siglo XX. Los testimonios de las últimas mujeres que tenían los pies deformados explicaban que incluso lo hacían ellas mismas porque querían ser como las otras niñas y lo aprendían de sus madres. La creencia de esa cultura era que hacían lo mejor para ellas porque les proporcionaría una vida mejor. Otro gran problema cultural lo supone la medicina china tradicional, con su fuerte demanda de plantas y animales (huesos de tigre, cuernos de rinoceronte, aletas de tiburón, etc.) que lleva al sufrimiento de muchos animales y la extinción de algunas especies.

Ahora bien, dejemos a un lado el sesgo etnocéntrico de: “ellos lo hacen mal pero nosotros lo hacemos bien”. Todos tenemos ese sentimiento de que nuestra cultura es superior o mejor o más avanzada, aunque los antropólogos, sociólogos y psicólogos sociales saben que “esas cosas que hacen otros”, no es algo que sucede solamente en países lejanos o en tribus antiguas. Sea en Oriente o en Occidente, en el Norte o en el Sur, todos los rituales propios de una cultura acaban siendo grandes condicionantes de nuestra vida dentro de la sociedad a la que pertenecemos. La gente que lucha por una cultura lucha también por tener un estatus especial para él o para los suyos frente a otros.

Las culturas occidentales no están libres de manipular e introducir en las prácticas culturales populares o neo-populares a sus miembros, lo hacen dentro y fuera de las escuelas, y occidente ha transformado durante siglos lo que consideraba admisible transmitir culturalmente; cualquiera que tenga los años suficientes puede ver como ha cambiado la sociedad desde que era joven hasta la actualidad:

Desde fragelaciones religiosas con látigos y penitencias (cofradías en Semana Santa), hasta pruebas de paso de la niñez a ser adultos (como irse de putas o el uso del alcohol en botellones, las drogas, los piercings, mutilaciones y tatuajes), la sumisión de las mujeres, el sacrificio de animales o su tortura hasta la muerte en las fiestas del pueblo (tirar una cabra por un campanario, el arrastre de piedras muy pesadas por dos bueyes, cortar la cabeza a un ganso vivo, etc.), la celebración de haber vencido a otro pueblo o incluso la incitación al odio hacia determinados grupos (quema de muñecos de algún personaje público en la plaza de pueblo, quema de banderas u objetos simbólicos, carteles amenazantes), etc.

Llama la atención lo rápido que se crítica la brutalidad de otras culturas o ritos y lo mucho que se defienden las tradiciones propias en nombre de la libertad. Los pueblos ven su cultura como algo a proteger contra quien quiere quitar “nuestra identidad o forma de ser”. Pero hoy en día la cultura va más allá y se ha convertido además en un negocio. Una industria donde la imitación de lo tradicional y “lo nuestro” produce más ingresos. Las etiquetas “bio”, “eco”, “bien cultural” y “receta tradicional” son reclamos turísticos y comerciales, un modo de ganarse la vida para muchos y por lo tanto sus devotos adoptan y exageran las virtudes de esas tradiciones, lugares y productos. La explosión de los reclamos culturales viene dada porque cada cultura creada o resucitada utiliza el ecosistema para construir un nuevo nicho ecológico donde habita con sus específicos modos de vida y costumbres, propiciando nuevas posibilidades de explotar recursos y capital humano en el cual una cultura predominante ya ha saturado las formas convencionales de ganarse la vida.

La búsqueda de fines y valores capaces de dar sentido a la existencia personal tapando las contradicciones es un engaño universal de la mente, la fantasía que permite las dinámicas rocambolescas que observamos en los funcionamientos de la cultura. Se buscan significantes, si no los hay se crean héroes que adorar y villanos a los que echar la culpa, simbolismos que rechazan al mundo actual que no nos gusta por otro en el que nos sentimos orgullosos de tener ese pasado y condicionamos la felicidad de nuestro futuro a lograr convencer a los demás y recuperarlos para nuestro movimiento reivindicativo sociocultural idealizado en el que todo será estupendo.

Una vez que esto se consigue, instaurar nuestras ideas, no acaba aquí, todo el proceso de cultura minoritaria contra cultura predominante vuelve a empezar, porque otros grupos empiezan a sentirse oprimidos por la cultura que recientemente ha conseguido extenderse y ser dominante, así que las nuevas minorías buscarán otros significantes contra esa cultura. Los gobiernos poco pueden hacer a largo plazo, aunque lo intentan legislando porque todas las culturas tienen caducidad a pesar de los empeños en mantenerlas, son las presiones evolutivas las que moldean y cambian constantemente una cultura aunque se legisle con leyes a favor de una y en contra de otra. Por mucho que luches por una cultura en la que crees, la cultura en la que vives inmerso actualmente dejará de existir; por eso muchas personas mayores sienten que el mundo ha cambiado y que pertenecen a otro mundo en el que eran jóvenes fuertes y combativos por la libertad de su cultura.

Es un hecho natural que las personas suelen sobrevalorar cualquier grupo del que formen parte y demonizan al grupo de fuera. Padecemos un sesgo que atribuye al grupo cultural nuestro motivaciones hacia el amor por los suyos y ve en las actuaciones de culturas rivales motivaciones por odio hacia nosotros. Es un “ellos” contra “nosotros” profundamente integrado en nuestros cerebros, porque somos una especie que ha evolucionado practicando la guerra tribal y cultural, a nivel real y a nivel simbólico con justificaciones post-hoc de sentimientos e intuiciones que permiten ponerse jerárquicamente por encima.

No se puede traer el pasado al presente o al futuro porque el tiempo y las condiciones y presiones que modelaron esa cultura antigua no existen ni volverán a existir. Todas las culturas nacen, se reproducen, se transforman y mueren. Recuperar tradiciones es crear recuerdos distorsionados, porque la memoria de las personas no refleja lo que realmente pasó sino que se reconstruye adulterándose a través de juntar: nuestras emociones, imágenes sensoriales, creencias, otras experiencias posteriores nuestras y las afirmaciones de otras personas (subjetivas) y toda clase de influencias externas con la que tratamos de refrendar la hipótesis de nuestra memoria. Así que la propia memoria es una historia reconstruida con las pruebas que nos contamos sobre lo que creemos que sucedió y actualizada con lo que creemos “nuevas pruebas” cada vez que lo recordamos. Luego la historia y la memoria colectiva es el consenso co-construido de creer en unas pruebas que nos encajan en unas trazas de memoria y no en otras por mucho que hayan sucedido realmente o no los hechos.

Y lamentablemente, procesamos la información no sólo examinando los hechos, sino también considerando las consecuencias sociales de lo que ocurre con nuestra reputación si creemos algo distinto a lo que cree nuestro grupo político o de amigos. No creer o cuestionar la cultura puede suponer que el grupo nos pueda atacar, echar o desprestigiar. Y por el contrario, creer lo que cree el grupo aporta mayores ventajas como mayor estatus y protagonismo dentro de ese grupo, así como un sentimiento de estar ayudando que nos hace sentir bien. Todo esto provoca que los seres humanos no tengan un funcionamiento mental para preservar los hechos reales tal como sucedieron sino los hechos que menos nos perjudican de cara a los demás y sobre todo de los que forman nuestro grupo cercano o de apoyo.

¿Por qué inventamos culturas? Es algo tan biológico e irremediable como un páncreas que produce insulina para mantener el nivel de azúcar en sangre, como unas hormigas construyen su hormiguero o como los virus se reproducen en las células inyectando instrucciones que secuestran su sistema metabólico. El ser humano crea e inyecta cultura (instrucciones auto-replicativas de información y auto-organización para la construcción de células de conocimiento con la función de nutrición, relación y reproducción de organismos socioculturales) constantemente para intentar sobrevivir y reproducirse mejor biológicamente

Si hay más variación cultural, hay más probabilidades de que algunas de esas conductas culturales nos permitan sobrevivir y reproducirnos bajo las cambiantes condiciones que la Naturaleza va creando con el paso del tiempo. La cultura se convierte en otro espacio natural, es un medio ambiente como un bosque lo es para un cazador. Como especie depredadora que somos transformamos y cazamos tanto en la naturaleza como en el ecosistema simbólico cultural en el que nos desarrollamos.

El humano agricultor-cazador siembra semillas, caza animales y se protege de otros humanos, el ser humano cultural siembra mitos, caza piezas simbólicas y se protege de las culturas de otros humanos.  

Las culturas hacen grandes esfuerzos para poderse reproducir y para ello hacen exhibiciones, guerras atacando a otras culturas o producen rasgos extremos por selección autorreforzante como la deformación extrema de los pies de las mujeres chinas para resultar más atractivas o la alteración músculo-esquelética de las mujeres jirafa.

Lo más característico de la interacción indisoluble de genes y cultura es la creación de una gran variabilidad conductual: desde hábitos que mejoran la higiene contra los patógenos (instrucciones de lavarse las manos antes de comer o manipular alimentos) hasta rituales para conseguir parejas sexuales o emparejamientos a través de bailes y fiestas. Esta diversidad de estrategias de aprendizaje y conducta dentro de un contexto provoca que algunos quieran imponer su cultura a otros grupos, porque con su crecimiento cultural van a lograr más derechos, mejorar sus recursos o su estatus y el poder frente a otros. De hecho, hay una relación biológica entre la cooperación y la violencia, que se observa a través de todo el mundo animal.

En los chimpancés, especie con la que estamos muy emparentados, existe una fuerte competencia grupal, son altamente territoriales y luchan organizadamente por el control del territorio. Un individuo solo no puede vigilar una frontera o atacar a un enemigo, necesita la cooperación de otros que le ayuden. Lo mismo sucede con la caza, es más efectiva si los chimpancés se coordinan. Si volvemos al hombre, el solitario está desvalido, pero aquel que se une a otros tiene poder para imponerse. El truco aquí está en convencer a otros para que te apoyen y porten señales que hagan visible la pertenencia a ese grupo como señal de advertencia y orgullo. Las señales culturales humanas son como las plumas coloridas de un ave o la piel de una serpiente: sirven para exhibirse, camuflarse, atraer parejas o advertir de lo peligrosos que somos. Así que para informar a las personas usamos banderas, emblemas, tatuajes, ideas y partidos políticos, valores, religiones, la moral y la ética, vestimentas, objetos, el arte, la música, el idioma, etc.

Sobre esta base, el convencer y reclutar personas para la causa, requiere de engaño y auto-engaño por lo que en el ser humano todo se vuelve más complejo y a veces más sutil puesto que la cooperación y la solidaridad sirve tanto para hacer la guerra como para las tareas de cuidado de los bebés o de los más débiles. Muchos de los que empuñan armas y comenten atentados por una cultura, creen que no tienen elección, que es un acto de extrema generosidad y sacrificio por dar una vida mejor a los suyos.

Si algo distingue al ser humano actual son las organizaciones que crea. Se coopera y se practica el altruismo y la solidaridad dentro de empresas, asociaciones, pueblos, colegios, familias, etc. Pero son miles de intereses que han de ser canalizados por los líderes para poder llegar a ser predominantes. Y en estas dinámicas de intentar conseguir cambiar conductas emerge la lucha, que puede llegar a ser despiadada contra otros grupos o incluso dentro del propio grupo, por la formación de subgrupos que luchan por el control. Y es que el mismo mecanismo que inicia la creación de grupos con su cultura propia motiva a la vez su división y subdivisión en competencia. En contra de lo que nos pareciera suceder la cultura no nos une, nos separa. Nos une en grupos para separarnos de otros. Y esto sucede de forma repetitiva y continua como un patrón matemático iterativo infinito...

La película “La vida de Brian” ejemplifica muy bien este problema en una escena cuando discuten sobre los diferentes partidos y a cuál pertenecen ellos: “Frente judaico popular”, “Frente popular de Judea”, “Frente del pueblo judaico”, “Frente popular del pueblo judaico” o la “Unión popular de Judea”. Obviamente todos son disidentes y cada uno reniega del otro y aspira a ser el movimiento auténtico libertador, pero todos ellos nacieron de la misma matriz y con algo en común que les unía y es el odio a los romanos, en todo lo demás no pueden estar de acuerdo si quieren existir como entes separados. Por lo tanto están obligados a inventarse y exagerar diferencias entre ellos o a desprestigiarlos.

 


Pensamos que es el odio, el rencor, la crueldad, etc. lo que motivan las decisiones de otros grupos sobre nosotros, pero las mismas bases biológicas y conductuales que posibilitan las características humanas de las que nos sentimos orgullosos: cooperación, empatía, solidaridad, altruismo, etc. son las que sirven para los comportamientos más agresivos y malvados. Lo bueno y lo malo en cada persona está perfectamente unido. Cada humano tiene la capacidad de cambiar entre la bondad y la maldad según el contexto y el contexto tiene un gran poder sobre la supuesta libertad de acción que imaginamos tener. La emoción tribal instintiva manipula a la razón, y la inteligencia como un mercenario a sueldo, hace el trabajo sucio intelectual para justificarlo. Si nuestro contexto es nuestro grupo cultural lo defendemos de los grupos exteriores sin crítica alguna. En los extremos, podemos agredir o matar a los que pensamos que quieren quitarnos nuestra cultura mientras a la vez nos mostramos generosos, magníficos padres o madres o hijos, compasivos y muy empáticos con todas las personas de nuestro entorno cultural.

El individuo lucha para ganar recursos y apoyos según sus rasgos de personalidad, a corto o largo plazo, directamente para él o para los que considera de los suyos; y los suyos son los que profesan la misma cultura y tradiciones. Pero es un acto egoísta siempre, porque darse a los demás eleva el estatus y da reconocimiento directamente para él o para sus descendientes y amigos culturales. Hay que tener en cuenta que la falta de conciencia de un individuo sobre la intencionalidad de sus actos no exime de las funciones egoístas de la evolución, porque la vivencia subjetiva-emocional y el relato siguen atadas a la inexorable evolución biológica y cultural. Lo más que puede hacer el relato es ocultar y disfrazar la realidad en beneficio de una persona o grupo determinado.

Los humanos y los pueblos tienen muchas maneras de reforzar la identidad de grupo. Una de ellas es hacerse la víctima cultural. Venderse como un pueblo o grupo oprimido pulsa una tecla instintiva que va polarizando la sociedad entre los que están a favor o en contra de sus peticiones. Pero los relatos son construidos para luchar contra otros o para sentirse mejor o más éticos frente a la hegemonía cultural, política y económica de otros. Las naciones son ficciones edulcoradas, comunidades imaginadas, para aumentar la autoestima y crear identidad de grupo; y hoy en día dan cobijo sustituyendo a las religiones como los hinchas incondicionales alrededor de un equipo de fútbol. Pero conseguir una historia común y una lengua compartida no protege contra los cambios ni da derechos para llamarse nación, porque la inmigración y las relaciones con otras culturas provoca su continua transformación. Las fronteras culturales son difusas, el comercio, la multiculturalidad y la fusión hacen cambiar las costumbres y las lenguas habladas. 

 

Son las personas con rasgos más extremistas las que más luchan por rescatar y mantener la cultura y las tradiciones

Son las personas con rasgos más extremistas las que más luchan por rescatar y mantener la cultura y las tradiciones. Suelen ser las personas con alto nivel educativo las que más elaboran los discursos para ser coherentes y a la vez más extremos. Se dedican a tejer y construir una telaraña cultural de logros simbólicos, de personajes ilustres legítimos, de hazañas gloriosas históricas, ... y esto proporciona estabilidad y seguridad a quienes se hallan insertos en la cultura que crean y la coartada perfecta para las personas ambiciosas que buscan prestigio y posición social dentro de las nuevas corrientes culturales mediante el exhibicionismo moral. Son guionistas de la historia que quieren vivir y obligan a vivir a otros, mientras sus creencias creadas se venden como una muestra de compromiso con el grupo. Estas personas con pensamientos extremos ven los cambios culturales o idiomáticos como amenazantes para la propia identidad, se hacen garantes de lo puro, de las expresiones lingüísticas más correctas y de la interpretación de los hechos históricos de una manera concreta, y ponen denuncias a diestro y siniestro porque creen que se vulneran sus derechos culturales o idiomáticos. Lo hacen cuando castigar a los otros les ayuda a conseguir mejorar su reputación frente al grupo, saben que el dañar a otro es admitido si sirve de señal virtuosa de lealtad y defensa del grupo cultural al que pertenecen.

Creyéndose estar en una realidad “como tiene que ser y legítima” y premiados por ser el faro que mejor ilumina al grupo (cuando más extremo e intolerante el mensaje este funciona como señal más fuerte y clara para el grupo y mejor señalan al enemigo provocando un efecto de aglutinamiento. La vivencia del grupo conseguida es la de estar uniéndose con sentimientos de fraternidad y solidaridad en la lucha contra “los malos”. La realidad es que el deseo de esa gente de ser bondadoso, de ayudar a sus hermanos y amigos ha sido manipulado para ponerlos a luchar contra los diferentes o contra los que no opinan igual), no ven que una cultura no evoluciona si no es a través del contacto con otras culturas e ideas.

No se puede crear y mantener durante mucho tiempo una cultura aislada a base de leyes, decretos, discriminaciones positivas y currículos educativos en un mundo abierto e hiperconectado. Solamente el aislamiento y el proteccionismo extremo hace perdurar con pocos cambios una cultura y con altos costes, pero esto hoy día no es posible, es un suicidio como sociedad en el mundo actual por homogeneidad ideológica y un conflicto eterno con los de fuera. La diversidad ideológica cultural genera contradicciones, conflictos y hace sentir incómoda a mucha gente, pero la homogeneidad cognitiva e ideológica provoca sectarismo, partidismos irracionales, debilita a la ciencia, dificulta la solución de problemas, empobrece y a través del tribalismo castiga a los disidentes por considerarlos enemigos y diferentes.

La Historia nos deja claro que nada permanece: los imperios, las naciones, los pueblos, las tribus, los idiomas ... cambian o desaparecen porque solo existen en las mentes simbólicas.

Resumiendo, debido a la deriva evolutiva azarosa y aleatoria, las culturas, las tradiciones y los idiomas siempre nos darán libertad y nos esclavizarán al mismo tiempo. No serán ni mejores ni peores, ni verdaderas ni auténticas, ni legítimas ni ilegítimas; simplemente reflejarán el flujo cultural (algoritmos de variables ambientales en relación con variables de estado de las personas que determinan el comportamiento tanto del entorno como de las personas y grupos) a lo largo de las generaciones donde unos individuos saldrán perdiendo y otros beneficiados injustamente según el momento histórico y el azar que les toque vivir ante las luchas culturales ciegas e imperantes en la que todos modifican relatos y crean culturas imaginadas y simbólicas: tanto los vencedores como los vencidos.


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