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domingo, 20 de septiembre de 2009

Subjetividad e integración


"Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto". (José Bergamín)
La subjetividad y la integración deben ser los elementos que ha de manejar un psicomotricista en sus sesiones. Por eso las actividades guiadas o los circuitos de obstáculos que vemos en las clases de psicomotricidad tradicionales de muchos colegios no nos interesan especialmente. Son entrenamientos robotizados y eficaces muscularmente, interesantes y necesarios en muchos casos, pero no especialmente integrativos.
¿Por qué digo esto? Pues porque la necesidad del niño o de la persona atendida (en psicomotricidad de ayuda) de ser el mismo se subraya y se apoya con la actividad libre que realizan dentro del espacio psicomotor.
El equilibrio psíquico y físico se desarrolla en nuestras aulas o gabinetes de psicomotricidad esencialmente porque la psicomotricidad relacional alienta a que las personas elaboren continuamente la historia de lo que les ha pasado o que les va pasando y articulando las sensaciones vinculadas para que lleguen con el tiempo a “in-corporarse” en su ser, formando un todo unificado y así conformar una personalidad más equilibrada y coherente.
Los mimbres de nuestra subjetividad se entrelazan con lo que nos sucede y en nuestras vivencias nos suelen ocurrir muchas cosas. ¿Se han preguntado cuántas cosas les suceden en un día a los niños?
Por ejemplo, que su madre o cuidador les hable con ternura o con dureza, que un amigo les trate con indiferencia o por el contrario les abrace con alegría. Quizás noten el desprecio en la mirada de alguien o su cordialidad,… ¡Cuanta gestualidad reciben! Y, ¿cómo digieren todo esto?
Sin quererlo al vivir todos estamos introyectando la expresividad del otro con y en nuestra subjetividad. La realidad es que nos transformamos los unos con los otros por eso es tan importante el contexto ecológico donde vive el niño o el adulto, o donde estudia o juega.
Para mí es curioso ver que en todos los colegios existan aulas de psicomotricidad pero insuficientemente utilizadas. Nos quedamos como mucho en un espacio para realizar ejercicios gimnásticos dirigidos o para que los niños jueguen a su aire.
Esto es una gran pérdida de recursos. El marco que engloba una clase de psicomotricidad Aucouturier o relacional no tiene nada que ver con hacer muchas de estas actividades propuestas por el profesor o de abandonarlos a su aire en el gimnasio para que no se pasen todo el día en la clase. Lo interesante de las aulas de psicomotricidad es que estén abiertas para las necesidades de los niños.
Esas aulas deberían estar abiertas en todo momento para acoger a niños grupal o individualmente a lo largo de todo el horario escolar porque la urgencia, las crisis y el poder de las situaciones no entienden de horarios. Que mejor lugar para tratar a niños con dificultades emocionales, conductuales o psicofísicas que las aulas de psicomotricidad debidamente preparadas y con psicomotricistas formados para ayudar a estos niños.
Por el contrario las universidades se afanan en enseñar a los futuros maestros a realizar unidades didácticas cuando lo que deberían hacer es enseñar a respetar los procesos madurativos y dejarles espacio a los niños para vivirse con placer. De que nos sirve después diagnosticar con test y pruebas estandarizadas, o paliar los déficit con múltiples clases de refuerzos y logopedas sino hemos creado anteriormente y para el futuro el ecosistema protector y terapéutico que ayude a la maduración de estos niños.
Hay que desterrar mitos y creencias erróneas: En guarderías y educación infantil el fin no es socializar o enseñar sino acompañar al niño en su desarrollo integral.

domingo, 1 de febrero de 2009

La terapia del terapeuta


"No se puede atravesar el mar simplemente mirando el agua". (Tagore)
 Cuando iniciamos una terapia iniciamos un nuevo camino hacia el conocimiento del niño y hacia nuestro propio conocimiento. Terapia para mí significa conocerse a uno mismo y conocer al otro, cuidar y cuidarse.
En las sesiones terapéuticas funcionamos en un estrecho margen en el que hemos de dejar impregnarnos de las emociones sin perder el control. Hemos de variar armoniosamente el tono corporal y el habla para  conseguir la emoción curativa y eso es una tarea difícil.
Para empezarla hemos de iniciar una travesía  que va un poco más allá de la empatía racional.
Voy  a explicarlo: Al ver los problemas de las personas podemos ponernos en su lugar desde nuestro pensamiento, imaginándolo o buscando en nuestra memoria.  Esto es a lo que me refiero con la empatía racional pero en la psicomotricidad  hay otro tipo de empatía que es más intensa y necesaria para nuestro trabajo y es esa que nos hace vivir y revivir hondamente las situaciones y sensaciones que anteriormente vivimos en nuestra niñez o a lo largo de la vida.
Por eso creo que hace falta tener presentes y muy a mano nuestras propias dificultades para poder sentir y sintonizarnos con el miedo y el sufrimiento de aquellos a los que asistimos.
En nuestras intervenciones hemos de lograr resonar en el cuerpo nuestras sensaciones de impotencia y potencia, de soledad y compañía, de temor y confianza,  de alivio y agobio, de tristeza y alegría infinita, de esperanza y desesperanza, de valentía y cobardía, de indiferencia y preferencia, de tranquilidad e intranquilidad, de constancia e inconstancia…
En definitiva hay que poder contagiarse y modular la angustia, el vacio, la impulsividad, las sensaciones que te ponen la piel de gallina, la dificultad de subir a una espaldera, de girar y marearse, de no encestar una pelota, de sobresalto, de acobardamiento, desagrado, ira, … y todo ello para dar un espejo de posibilidad de cambio a los niños.
Esta empatía terapéutica de la que hablo requiere acoger en nuestro cuerpo esas sensaciones y transformarlas dentro de nosotros para el otro. Ponernos a escuchar nuestro cuerpo y saber como está y que nos dice. Es entender sus dificultades y las nuestras. Es aceptarle y aceptarnos para que nos acepte y juntos evolucionemos.
Es por esta implicación emocional y profunda que en la sala de psicomotricidad se produce una terapia a dos vertientes. Una para el niño y otra para el terapeuta ya que en cada sesión ambos ponen a prueba sus seres y cambian un poquito de ellos para conocerse y entenderse.
Lo que quiero trasmitir es que junto al diálogo tónico-emocional-afectivo no hay personas ni niños perfectos y que hay que aprovechar las dificultades que uno tenga y formarse porque si uno no tiene algo de autista, algo de hiperactivo, algo de fóbico, algo de compulsivo,… algo de todas esas cosas con las que etiquetamos a los niños entonces nos será más difícil pasar la barrera de su mirada.
Gracias a todos por enseñarme tantas cosas cada día. Niños vosotros sois los terapeutas de los terapeutas.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Somos Cuerpo y Afectividad, Deseo y Fantasía


"Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar." (Giovanni Papini)
El cuerpo y sus manifestaciones son el soporte vital de la comunicación emocional. Pero de la mano de esa corporeidad está el deseo de ser aceptado, de ser querido, de ser amado.

Ser amado es sobre lo que gira la vida y es una eterna búsqueda que nunca termina.

Sobre lo corpóreo, lo físico de esa extensa piel llena de terminaciones nerviosas que nos recubre hay que añadir el funcionamiento de la vida imaginada.

Ese desear en soledad y en comunidad va esculpiendo una tupida red de millones de neuronas que escriben, reescriben, seleccionan, borran o cambian nuestra historia. Una historia que vemos que se va entretejiendo entre nuestros deseos y el de los otros.

Y en esta dialéctica a veces ni siquiera podemos elegir. Es el caso de cuando inconscientemente los deseos ocultos de nuestros padres, ya antes de nacer, al fantasear con el que fuésemos inteligentes o tontos, buenos o malos, difíciles o fáciles de calmar; crearon una dinámica velada, oculta, subterránea que nos llevo a ser lo que somos.

A partir de ahí, de esa dialéctica instaurada desde el primer día en este mundo, nuestras acciones fueron especiales. Nuestras peticiones, nuestras miradas recibieron significados únicos para ellos que mezclaban sin saberlo sus temores y sus anhelos, sus esperanzas y sus desesperanzas. Nosotros llorábamos o sonreíamos pero nuestro destino estaba en sus manos. 

De cómo interpretaban nuestros lloros o nuestras sonrisas: con preocupación o con comprensión, con desesperación o con optimismo, con impotencia o con capacidad, con agresividad o con ternura y mimo,… 
De ahí resulto el ajuste de nosotros a ellos y de ellos a nosotros. Y es que el placer o el malestar en la relación fue lo que marco los primeros impulsos hacia nuestro rumbo.
Más adelante algunas personas cercanas confirmaron esos temores (quizás solo sus propios temores): maestros, familiares y compañeros.
Desde el útero los deseos de todos ellos, más sus necesidades y las nuestras, sin darnos cuenta, empezaron a cincelar las vías neuronales que conforman y dan soporte a nuestro cerebro, y finalmente a nuestras conductas. Toda esa información social y corporal que nos bombardeaba una y otra vez: miles de señales no verbales y verbales, tonos, voces, gestos, actitudes fueron modelando la fisiología de nuestro cerebro construyendo nuestra forma de ser.
Por todo esto el síntoma, la desviación o las personalidades conflictivas en muchos casos creo que nacen principalmente de no ser queridos, de no ser deseados o aceptados desde lo más profundo de las personas que nos cuidan, que nos enseñan y que son realmente significativas para nosotros. 

Si esto es así y el sentirse amado tiene que ver con el placer de comunicarse con éxito afectivamente creo que deberíamos llenar las escuelas de salas de psicomotricidad y de expertos psicomotricistas relacionales.

domingo, 26 de octubre de 2008

El niño que fuimos y el niño que no fuimos

Los niños hacen y no hacen, juegan y no juegan, están y no están. Cada juego, cada sensación, cada emoción sentida o faltante va formándonos y todo eso a lo largo del tiempo se va sedimentando dando una tendencia a nuestra forma de ser.
Cuando uno se dirige a la vida o a la sala de psicomotricidad tiene que lidiar con aquellas ausencias o presencias que tuvo de niño. Al entrar en una sala psicomotriz toda esa maleta emocional que viene con nosotros puede estar compuesta de múltiples formas.
Los hay que la tienen repleta con ropas grises de abrigo para el invierno, otros de alegres colores para el verano,… algunos otros llevan un poquito de todo, hasta un arco iris multicolor capturado después de una tormenta.
¿Cómo es nuestra maleta? ¿Ordenada o desordenada? ¿Llena o con lo imprescindible? ¿Hay ropa elegante o unas zapatillas para andar por casa? ¡Hay tantas posibilidades!
En cada sesión que iniciamos este equipaje se abre y entonces si sabemos mirar hacia nuestro interior podemos ver aquello que nos acompaña. Quiero subrayar que también los vacios nos llenan.
Esas cosas que nos olvidamos en su día o que las circunstancias de la vida no permitieron vivirlas siguen con nosotros de una forma o de otra y ahora quizás no lo vemos porque están en forma de carencias, en el vacío de eso no vivido o de mal vivido, pero todo ello forma parte de nosotros y con ese ropaje particular investimos o permanecemos en la sala.
Cuando trabajamos sacamos nuestra mejor de las intenciones pero salimos a escena con las sensaciones que almacenamos en nuestro inconsciente y con nuestras defensas. Defensas que también acompañan a nuestro estado de ánimo. ¿Hoy que me pongo? : ¿Camiseta de tirantes o jersey de cuello alto? He sentido un poco de frío. ¿Quizás un plumífero impenetrable a cualquier mirada en el que estar calentito y muy a gusto?
Aquí está el peligro, hace falta sentir con cierta precisión el frío o el calor que vivimos y experimentamos para saber la temperatura de la sala y de nuestros niños. En la sala nuestra piel sentida es nuestra mejor prenda porque es importante tener una emoción y una vivencia compartida ya que ésta se convierte en un principio maravilloso para llegar a una comunicación plena:
Cuerpos que sienten, cuerpos que comparten, cuerpos que se ajustan para entenderse. La comunicación es tónica muscular incluso cuando hablamos o intelectualizamos. Y lo maravilloso de las maletas es que podemos aprender a hacerlas y deshacerlas.
De ahí la gran importancia del autoconocimiento, la aceptación y la supervisión cuando hace falta. Al unir las “pieles” aumentamos el área de nuestros sentimientos y de nuestros conocimientos.
Gracias Juan Cruz y gracias Miguel. Hoy he podido escucharos de piel a piel.

jueves, 14 de agosto de 2008

Vivimos en envolturas sensoriales distintas

"Será mi sangre una tinta como pocas y mi piel será el papel que guardara mi memoria." (Anónimo)

Estamos rodeados de envolturas, capas que nos ayudan a nutrirnos o que nos desgastan o dañan. La capa más visible es la piel, a la piel se acercan los abrazos, los besos, las caricias, los cachetes, los golpes, el frío, el calor, los sonidos… todo un inmenso mundo sensorial al que se le une poco a poco un significado emocional especial para hacernos felices o infelices.

Toda esa envoltura que nos envuelve, la más cercana la piel, se ve rodeada por otra capa superior en la que a veces no se piensa, que es la piel y las palabras de los demás, la de todas esas personas que nos rodean creando nuestra vida y nuestro universo. La piel y las palabras son por tanto los ladrillos con los que nos construimos.

Aquí con estos dos elementos se inicia la más radical diferenciación entre las personas. Hay quienes desde que se levantan por la mañana a su piel y a sus oídos llegan abrazos precisos, besos sinceros, palabras sentidas de amistad y cariño y hay quien desde que se levanta no siente más que vacío, distancia, frialdad o palabras ásperas y llenas de resentimiento.

Tampoco hace falta que a uno lo traten mal para vivir en un mundo distante, extraño o confuso. Todo se gesta desde la cuna, ahí uno se encuentra con la forma de mecernos de nuestros padres y madres, de la forma cuidadosa o nerviosa de atendernos, alimentarnos o asearnos. Y así de ésta forma tan sutil nos instalamos en nuestros mundos sintientes, únicos y verdaderos, intentando comprender lo que vemos a través de esta piel cuidada y abrazada o dañada por la fuerza o el vacío.

Para vivir y vivirse en la Educación y en la vida hace falta desarrollar una capacidad de AMAR (lo pongo con mayúsculas), que es una sensibilidad para poder ajustar nuestro cuerpo y nuestra comunicación a los sentimientos del otro. Esto es lo que nos enseñan nuestros padres si han tenido la suerte de poder aprenderlo de sus padres o de la vida.

Muchas veces sólo repetimos aquello que nuestros progenitores por sus circunstancias de vida pudieron transmitirnos: sus miedos, sus ideas, su confianza o desconfianza, su amor o su odio, en definitiva su forma de relación.

No es el dinero, ni la posición social, ni la educación en grandes colegios o los títulos universitarios lo mejor que pueden dejarnos para nuestro futuro sino esa capacidad de AMAR para sentir con mesura, con especial sensibilidad y ajuste y así poder transmitir, irradiar el cariño a nuestros seres queridos.

Si uno llevado por un sentimiento de amor abraza muy fuerte y no es capaz de darse cuenta que le está haciendo daño al niño o a la persona que está abrazando, su afectividad puede ser mal entendida. Se envía entonces un mensaje contradictorio y sobre todo un niño se encuentra ante este dilema: “¿Querer es que me hagan daño?” “¿He de esperar que la persona que me ama también me lastime porque me quiere?”

Si uno según su estado de ánimo da inesperadamente besos efusivos y después pasados unos minutos aparta con la mano desairada el acercamiento de un niño porque no le deja ver su programa de televisión favorito. ¿Qué puede esperar de la vida un niño así tratado? ¿Podrá confiar en las demás personas si no puede “fiarse” de sus padres?

El mundo sensorial del que rodeamos a nuestros hijos es lo que va conformando su mente y sus pensamientos. Las caricias, los cumplidos, los reconocimientos, papá, mamá, la abuela, el abuelo, el hermanito o hermanita, los niños con los que se relaciona, las canciones, la alfombra donde se sienta, los juguetes, la guardería a la que va, los columpios, el parque, ,… todo se va registrando en la memoria y va construyendo su historia. La única que él tiene y que dará el sentido o sinsentido a su vida.

Los ambientes y los estados anímicos de los que los rodeamos no son inocuos y son todos muy diferentes dejando huellas mnémicas de por vida (en la memoria consciente e inconsciente). No es lo mismo un ambiente tranquilo, estructurado que un ambiente lleno de ruidos excesivos, gente extraña para el crío entrando y saliendo, o donde debe permanecer atado en una sillita de niños durante mucho tiempo mientras una maraña de estímulos invade la mente en formación de este pequeño.

No es cuestión de aislarlos en burbujas ni de llevarlos a cualquier sitio sino de saber ajustar la cantidad de estímulos y el tiempo de exposición. Como siempre es una cuestión de sentido común y de sensibilidad para “darse cuenta” y sobre todo descentrarse de las necesidades adultas y pensar en la gran responsabilidad que tenemos hacia ellos.

lunes, 11 de agosto de 2008

Sobre la frustración de los niños y de los adultos

"En la vida hay dos caminos: Uno el que buscas y otro el que te encuentras. El que te encuentras son interrogantes, y el que buscas son respuestas." (Anónimo)

Me ha gustado esta cita porque refleja que el autor se ha reconciliado con la frustración de vivir y a la vez me ha hecho reflexionar: ¿No es la frustración de los niños la frustración de sus padres, de sus maestros, de la sociedad?

La frustración de educar buscando resultados rápidos e inmediatos se ha instalado en nuestras vidas, ese "que me obedezca, ya" porque tengo que ir a trabajar. No será que quizás queriendo huir de nuestra propia frustración cotidiana de la inmediatez actual hemos creado un mundo artificial y lejano de la realidad para nuestro hijo en el que todo le es concedido al menor requerimiento, rodeándolo de una burbuja impermeable donde no puede aprender que en la vida no siempre todo puede salir como planeamos.

Mi madre me solía decir que las cosas hay que hacerlas porque sí, y cuando insistía me respondía porque era mi madre y buscaba lo mejor para mí y que por burro que me pusiera no lograría ver la televisión o tener los cromos o el último juguete de moda.

Sí, eso decía mi madre pero hoy en día los que están de moda son los niños chantajistas, esos que han aprendido a manipular para satisfacer sus deseos. Son chantajistas porque los adultos los sobornamos con premios constantemente: para que vayan a la cama, para que desayunen, para que se vistan, para que nos dejen espacio,...

Sobornar significa según el diccionario corromper a alguien con dinero o regalos para conseguir de él una cosa. No es de extrañar que con este inicio se empieza a quebrar la enseñanza en valores, el respeto a los mayores y que luego como resultado veamos que no nos obedezcan.

También observo que abundan los sistemas de psicología que usan los refuerzos positivos que premian las conductas deseables, y cada vez tenemos a más niños como locos poniendo pegatinas en una cartulina a modo de puntos para conseguir jugar a la videoconsola. Este sistema no creo que sea la panacea porque el hecho sustancial y que creo que les puede hacer funcionar es sobre todo la relación que se establece con el niño. Esto es el hecho principal y significativo. Quizás muchos padres hasta no instaurar un sistema conductual de estos no se han parado a ver y a entablar una relación afectiva efectiva con sus hijos. Y si está relación no se da montaremos un sistema de recompensas sobre el vacío.

Es una cuestión complicada, queriendo hacerles felices (o hacernos a nosotros momentáneamente felices) hemos plantado la semilla de la infelicidad pues de lo que se trata por su bien es que aprendan a gestionar su frustración, no de suprimirla por completo.

Incluso se trataría de educarla, de cómo sentirla apropiadamente. Si cuando algo no sale o no se consigue esto se convierte en rabia, agresividad y malestar generalizado y no controlable entonces estaríamos ante una frustración dañina.

Por el contrario si junto a una maravillosa sustancia que puede ayudarnos con este mal, que se llama paciencia, se cultiva en casa y no la venden en farmacias; lográramos asociar el fracaso en conseguir lo que deseamos a una prueba, a un intento de aprendizaje, de superación de la adversidad y a un saber esperar el momento, entonces les daríamos a estos niños el mejor de los regalos.

La Educación que planteo debe tener por principal meta el procurar una gran riqueza, calidad y calidez emocional. Aprender a sentir, aprender a descentrarse, a conocerse a uno mismo, sin esto podemos abocar a muchos niños a futuros trastornos mentales y conductuales. En la vida ganar o perder no es lo importante sino saber por qué se lucha y por qué se vive. No perder de vista el objetivo a largo plazo de la Educación.

Recuerdo las palabras de un hombre que era maestro de artes marciales y que una vez me dijo: "Un buen luchador no es el que gana todos los combates, es el que aunque le tiren a la lona repetidamente se levanta una y otra vez para pelear de nuevo" y quien dice luchador, dice padre, madre, maestro o psicomotricista. El futuro son nuestros hijos y no podemos rendirnos.