lunes, 5 de abril de 2010

Relaciones afectivas disfuncionales y patológicas en un aula infantil

“En tu relación con cualquier persona, pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla”. Rob Goldston

En todo contexto donde haya personas hay reacciones emocionales y  se establecen relaciones de todo tipo. El aula de infantil no es más que otro de los rincones donde entran en juego las emociones y las relaciones. En este caso, todavía más importantes ya que inciden poderosamente en los niños. Recordemos que ya Winnicott dijo que el niño solo no existe sino que en él siempre está el otro.

En los inicios de su vida, los bebes y los niños, necesitan de una seguridad afectiva, de una figura a la cual apegarse… Y cuando llegan al aula, en esa aula, sólo tienen a sus cuidadores para satisfacer sus necesidades profundamente afectivas.

Cada niño/a  presenta distintas capacidades y estilos de apego. Y desde esta particular forma de ser y existir de los niños, resulta que los adultos en sinergia respondemos activando nuestros propios sistemas afectivos y defensas psicológicas.

Esto que es automático, y para muchos poco perceptible, alimenta las dinámicas personales y grupales que surgen espontáneamente y que son de lo más variopintas en cada centro escolar.

Si uno dispone de tiempo y puede mirar a lo largo del curso, intramuros; ve dinámicas positivas y negativas para el desarrollo de los niños.

Ya que me parece más importante como es la personalidad y la estructura afectiva de los adultos en relación con los niños voy a hablar incidiendo sobre los cuidadores. Puesto que el niño se desarrolla gracias a las vivencias que estos le permiten ir teniendo.

Todos tenemos nuestra propia historia de relación y construcción psíquica, y por consiguiente, nuestras deficiencias, vacíos, fallos y virtudes. Pero por ejemplo, imaginemos que una persona adulta que se ha desarrollado integrando determinadas formas de relación más o menos “normales”, el concepto de normalidad es difícil de establecer, y a las que ha sumado determinadas creencias por el mismo hecho de vivir experiencias propias y subjetivas.

Es probable entonces que desarrolle ciertas preferencias por determinados niños a su cargo. Lo que dispare su simpatía puede ser desde un rasgo físico o ver determinadas cualidades de inteligencia, valía, aptitud, fuerza, etc. hasta todo lo contrario y verse empujada o empujado a proteger una debilidad o fragilidad percibida y que le mueve profundamente.

Tanto si se acerca a ese ideal de niño o niña que figura en su mente como si se siente identificada con él por sus rasgos. Es posible que sin quererlo o queriendo despliegue comportamientos que favorezcan a ese niño respecto a sus compañeros. Preferencias que los otros niños percibirán y que otorgarán, ahora ya entre todos, un “status afectivo” más elevado.

Si por el contrario, el niño le provoca una afectividad negativa por diversos motivos: alta reactividad, lloros continuos del niño, falta de capacidades de atención o relación, timidez, hiperactividad, inestabilidad emocional, enfermedades o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Pues es probable que inconsciente o conscientemente se retire parte de la atención de ese niño a favor de otros.

Consecuentemente el valor afectivo de ese niño bajará para todos en el aula. Seguramente ese menor valor provocará que sea objeto de más agresiones y menos interrelaciones. Se convertirá en ese niño al que siempre pegan, le faltan las pinturas, le quitan los juguetes, no acaba las tareas y a todos los adultos les da lástima y no se explican el por qué.

El recurso afectivo es el motor de los seres humanos y cuando se establecen diferencias se establecen jerarquías. En poco tiempo veremos las alianzas entre los propios niños, y entre los niños favorecidos por la persona adulta y esta.

Dentro de estos procesos dinámicos se producen otros subprocesos interesantes como una especie de “enamoramiento” del niño más atendido hacia su profesora. Esta criatura se esfuerza por traer contenta al objeto de su amor, quiere agradecerle sus dedicaciones y atenciones y a su vez este comportamiento tan atento refuerza la creencia de la maestra de lo especial que es ese niño.

El círculo se cierra entre ellos creando un clima de aula que en nada beneficia a los niños. Al niño protagonista porque es investido de una afectividad que no le corresponde y a los otros porque son testigos sufrientes de esa relación privilegiada y asimétrica.

El grado patológico de esta situación aumentará en proporción al nivel de exclusividad, celos, agresividad y condiciones de la relación instaurada. Habrá niños que agredirán a otros por amor, por celos, por mandar, por parecerse al adulto y tener su cariño y respeto. Otros simplemente se defenderán o competirán por el cariño adulto.

Y gestionar esto cuando llega a este punto es difícil. Muchas veces, el adulto recrimina a su niño preferido las actitudes agresivas pero no lo hace desde cierta neutralidad o consistencia, por lo que la mente del pequeño queda confundida, escindida y perpleja. Sus actos son prohibidos y permitidos al mismo tiempo. Pues le manda un mensaje verbal claro pero su gestualidad refleja su preferencia hacia él, por lo que dice lo contrario.  Y el contexto no es el familiar, ya hablaremos en otra entrada sobre las familias disfuncionales y patológicas, sino el escolar con cantidad de niños observando la situación.

Además pasado el pequeño enfado y disgusto se restablece pronto la “luna de miel” entre los dos, con sus pequeños privilegios e indultos, hecho advertido por todos los chiquillos.

Es muy complicado, si no hay un observador externo y cuidadoso que pueda ver estas dinámicas que ocurren en las intimidades de una clase a puerta cerrada,  el poder hacer reflexionar al cuidador de esos niños sobre lo que está ocurriendo. Muchas veces todo esto ocurre de una forma muy sutil. Se materializa en detalles y circunstancias en una aparente normalidad.

Podríamos hablar de una especie de curriculum oculto psicológico, pero esta vez no en educación primaria o secundaria sino en la escuela infantil y en donde el código afectivo, el más presente en infantil, es el que provoca más desigualdades y desequilibrios expresivos. En este momento tan delicado e influenciable podemos establecer en los niños patrones de relación que pueden no ser adecuados.

Las consecuencias… impredecibles pues son dependientes de la intensidad y duración de las situaciones, de la capacidad de reparación de la maestra o maestro, de las atenciones que tienen luego los niños en sus casas, de la resilencia de los niños y del grado de desajuste al que se ha llegado. Lo que para mí está claro es que es posible acabar trastocando la importante seguridad y claridad afectiva sobre la que se funda la personalidad sana del individuo.

El problema es que normalmente el educador suele estar todo un curso escolar con ese grupo. Y cuando hay visitas al aula, el saberse observado cambia la forma de comportarse naturalmente de ese profesor o profesora. Es difícil detectar estás cosas en su gran complejidad por más que algunas maestras se dan cuenta de que sus compañeras o compañeros tienen su niño preferido.

Lamentablemente en la mayoría de los casos se queda en eso sin ir más allá. No hay luego una reflexión profunda sobre como reconducir la situación o incluso si fuese necesario por la gravedad de los hechos cambiar de aula al niño o a la profesora o profesor. Aquí ya entramos en las dificultades adultas, en cómo se le dice a esta persona sin herirla lo que puede estar ocurriendo. Es por ello que nos falta esa cultura de pensar sobre lo que nos dice el otro sin alzar nuestras defensas o atacar, y en estas profesiones es sumamente importante la reflexión continua sobre nosotros mismos.

Es por esto que pienso que queda un largo recorrido en la formación que brindan las universidades a los educadores para saber mirarse a uno mismo, aumentar la capacidad de observación y escucha, y aceptar la supervisión de personas entrenadas en lo relacional para así poder ver los puntos ciegos que cada uno tiene en el ejercicio de su profesión.

Esta formación especial de la que hablo es primordial en educación infantil. Pues en estos momentos evolutivos tan críticos afectivamente no se ha de trabajar todavía para enseñar lecto-escritura o “guardar” niños sino para salvaguardar el desarrollo saludable físico y mental de todos ellos. En definitiva, obrar para afianzar las bases seguras y el equilibrio emocional.

jueves, 1 de abril de 2010

El sentido de lo que hacemos

“Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que carece de sentido”. Henry Miller (1891-1980) Escritor estadounidense.

Todo empieza antes de empezar. Lo biológico se gesta entre el deseo de una, dos o más personas y desde  allí nacen y crecen los seres que acuden a nuestras escuelas, salas de psicomotricidad o gabinetes de psicología.

Pero cada ser nace desde el sentido que le quisieron dar aquellas mentes y cuerpos que los crearon. Los niños, nuestros niños, pueden entonces tener sentido o no. Ser deseados o no. Instrumentalizados o no. Y en el mejor de los casos, entre los deseados hay tantas formas de ser deseado…

¿Por qué tener un hijo? ¿Hay alguien que pueda responder sin intentar reparar el pasado en el presente? ¿Hay alguien que realmente sepa el sentido de lo que hace? Supongo que sí, en parte.

 Las relaciones humanas son tan complicadas, tan ocultas y profundas para la explicación, que muchas veces están cerradas a nuestra consciencia y razón. Lo vital empuja con fuerza, la piel pesa y pide con insistencia, los demás nos influyen digan o no digan y a veces basta con observar o estar en el entorno para ver que nos encamina hacia una dirección,…

Queremos ser como los otros, pues esto nos da un halo de normalidad, así que lo que tienen los otros a veces nos sirve de guía para establecer nuestras metas o nuestros errores.

Pero dentro de esta normalidad hay decisiones terribles dentro de una lógica perversa. Un lógica que para nosotros tiene sentido y que es una solución de compromiso entre todo lo que nos influye. De todo lo que nos pasa y tratamos de digerir con nuestros limitados recursos.

Por ejemplo, hay personas que no quieren tener hijos pero que los tienen. Quizás no se dan cuenta que el sentido de sus actos marcará el futuro de esos actos. En esta vida nos falta sentido y nos sobra biología.

¿Podemos explicarnos con sinceridad un sentimiento? Esto es importante ya que según como interpreten esa decisión tomada de tener un hijo, echarán las primeras cartas del desarrollo de su niño.

Algunas mentes piensan que lo hacen por amor a su pareja y entonces dialogan con su mente en vez de con la otra mente interesada, su pareja. Su voz interna dice: “Es lo que él desea y yo lo quiero a él. Me sacrificaré por amor”. Y viven de su realidad amorosa.

Otras personas no quieren niños pero tampoco quieren perder la posibilidad de ser madres o padres. Es por eso que esperan hasta el último momento y después los tienen o no… “¡Alá! ¡Venga me animo y adelante!”.

Tener un niño no es sólo gestarlo y criarlo. Es mucho más que eso, es una relación de por vida y que nos transforma. Ya nunca vuelve a ser igual que antes. Hay que tener la capacidad de contener y sostener al niño, de soportar sus estados de agitación, la angustia, la ansiedad cuando llora, cuando pide, cuando hay que calmarle. De interpretar en positivo sus demandas y ajustar el tono muscular para entrar en relación. Y esto asusta.

Me encuentro con muchas mujeres que llegan a los 34 años, y se hacen preguntas, se ven enfrentadas entre su estilo de vida, cómodo, consumista e independiente con lo que ellas llaman la última oportunidad de ser madres.  Hasta aquí bien, es algo que como sociedad hemos alentado en base a la libertad de llevar un tipo de vida u otro.

Pero las cosas no son tan sencillas, cuando uno llega a la encrucijada de caminos ha de elegir, tomar una decisión y aceptar las consecuencias. Y aquí es donde llega el problema. No sabemos aceptar el destino del camino. En una sociedad donde estamos acostumbrados a que casi todo lo podemos tener o comprar, más o menos según nuestras posibilidades, no se toleran bien las renuncias.

No sabemos perder oportunidades, lo confundimos con perder la libertad. Y la libertad no está en poder tener multitud de opciones para elegir sobre las cosas externas sino en el poder obrar o no obrar conforme a nuestra inteligencia y razón.

Tenemos coches, casas, estudios, vacaciones en el extranjero, miles de productos pero no podemos decir que hayamos adelantado mucho en lo básico. Albert Einstein decía que la palabra progreso no tenía ningún sentido mientras hubiese niños infelices.

Es una sociedad que infla tanto el Yo egoísta que resulta muy difícil ponerse en el lugar del otro. Los niños se incorporan a nuestra vida y nosotros no nos incorporamos a la suya. Es por ello que algunos nacen sin nacer.  Son una solución de compromiso entre las exigencias biológicas de la edad, de la pareja, de la familia de él o de ella, de la sociedad, de lo normal, de lo que toca, de probar a ver si lo quiero,…

Quererlo, pero bien quererlo. He aquí la gran diferencia. El sentido de nuestro deseo. Puesto que unos sentidos y unos deseos son mejores que otros.

Algunos intentan recrear las vivencias que vivieron en la infancia, otros todo lo contrario. El placer o displacer que vivenciaron de pequeños está mediando ahora en sus deseos. Fíjense entonces en la importancia futura de nuestros actos y como se repiten algunas historias de amor cortado, amputado o cercenado. En la necesidad de ser amados, en la falta nunca satisfecha, algunos pretenden atrapar a su pareja para que les quiera y el niño es sólo su instrumento. ¿Cuántos han tenido un hijo para ver si se salvaba la pareja?

¿Cuál es la fantasía que nutre nuestros deseos? ¿Somos capaces de dar nuestro esfuerzo y tiempo a la necesidad del pequeño? ¿Somos capaces de amar?

Difícil pregunta esta última. Algunos dirán que hay tantas formas de amar como personas hay en el mundo. Y es por esto que tenemos el mundo que tenemos.

No, con amar no basta, es muy genérico. Hay amores que matan, hay amores que odian, hay amores inconstantes: amores fugaces, amores ambivalentes, amores incomprensibles,…

…pero también hay amores tiernos, hay amores desinteresados, amores que son amores…

Bueno, juzguen ustedes si lo que hacen es por un deseo real compartido de amor y además hay una capacidad de sostener corporal y afectivamente a ese bebe que quieren traer a este mundo. No lo hagan sólo por ustedes, o sólo por los otros. Háganlo por todos nosotros (ustedes, los otros y el niño).