"No es tan dañoso oír lo superficial como dejar de oír lo necesario”. Marcus Fabis Quintiliano
En esta entrada hablaré de situaciones que se dan entre niños y niñas que comparten los mismos espacios de escuela, barrio o calle. Estos niños y niñas son vistos por sus maestros y a veces por sus madres y padres como que tienen un pequeño problema de comportamiento.
Podríamos decir que a simple vista quizás estos chicos no se relacionan con otros niños y se apartan de los juegos, o tal vez se muestran temerosos ante las situaciones de recreo en el patio o hablando claro, no les hace mucha gracia ir a la escuela, y se ven “obligados” a permanecer en un aula, día tras día, sin que ellos puedan entender por qué tienen que estar allí.
Lo que yo me pregunto es que les pasa a estos niños. ¿No se relacionan porque son tímidos y apocados o son tímidos y se retraen porque no pueden defenderse de lo que les sucede? ¿Se les escucha realmente o solo se les relativiza el problema para que deje de ser problema para nosotros?
Creo que a veces sólo nos fijamos en el déficit porque solamente pensamos en buscar donde está el fallo y como subsanarlo desde un punto de vista muy material y cognitivo y olvidamos que detrás de toda conducta observable y cuantificable hay una vivencia de ese niño.
Una vivencia que para él es radical, que llena su vida, de la que no puede escapar y que trata de afrontar como puede. ¿Alguno se ha preguntado qué es lo que siente y cuáles son los comportamientos y sentimientos de aquellos con quienes comparte lugar y relación?
Cuál, con quiénes y cómo es la relación que origina esa vivencia es lo que nos debemos preguntar.
Imagínense que ustedes tienen un problema en su lugar de trabajo. Un compañero que se burla de ustedes o que les acosa. O por poner otro ejemplo, quizás tiene miedo de ser abandonado por su pareja. Pero nadie lo sabe porque es algo íntimo y personal.
Es más que probable que su jefe o compañeros noten su conducta. “Está raro”. “No habla con nadie”. Si lleva poco tiempo incluso piensen de usted que es antipático y poco sociable. Y un día su jefe incluso le comente a solas sobre su bajo rendimiento laboral.
¿Cambia algo si yo infiero de usted que es una persona tímida o que simplemente es usted así? ¿Le paso un test para que me refleje sus rasgos de personalidad e inteligencia o inicio un programa en habilidades sociales para enseñarle a relacionarse? ¿Le escribo notitas con cumplidos en la mesa para aumentar su autoestima?
La cosa no queda ahí. Luego viene el psicólogo de la empresa y por las preguntas que nos hace resulta que acabamos pensando que el problema es nuestro porque realmente no sabemos relacionarnos.
Termina la jornada, nos vamos a casa pensativos y aquí ya es cuando uno explota y piensa:” ¡qué coño sabrá toda esta gente de lo que yo estoy pasando y de lo que pasa por mi cabeza!”. “Además, ¡para que quiero relacionarme con Luis si es un idiota que me está vacilando todos los días!”…
Bien, pues lo que pasa es que estos adultos que ven nuestra conducta no entienden nada de lo que pasa. Y esto mismo ocurre con muchos niños. La vivencia es de uno, es vivida y sentida y lo que nos ayuda es la forma en que nos respetan, nos escuchan y ponen soluciones concretas a aquello que nos preocupa.
Pero enfatizo: ¡hay que ocuparse de aquello que preocupa al niño como individuo especial que lo está viviendo, no encerrarse en la torre cognitiva e intelectual de aquellas personas que desde las gafas de su historia y profesión creen ver algo y no descienden a la vivencia!
Debemos observar más allá de lo que sucede en la superficie e ir a lo necesario. Puede ser que el problema oculto o no detectado por los adultos sea que un niño atemoriza o desprecia a otro, o que en su casa sus padres discuten y se van a separar, las causas pueden ser infinitas como para enumerarlas.
En todos estos casos el problema no está en el niño, está en la situación. Intenten arreglar la situación y sepan acompañar y respetar los sentimientos del niño y ese niño afrontará la vida de otra manera.
Y como diría Saint-Exupèry miren atentos con el corazón porque lo esencial es invisible a los ojos.
En esta entrada hablaré de situaciones que se dan entre niños y niñas que comparten los mismos espacios de escuela, barrio o calle. Estos niños y niñas son vistos por sus maestros y a veces por sus madres y padres como que tienen un pequeño problema de comportamiento.
Podríamos decir que a simple vista quizás estos chicos no se relacionan con otros niños y se apartan de los juegos, o tal vez se muestran temerosos ante las situaciones de recreo en el patio o hablando claro, no les hace mucha gracia ir a la escuela, y se ven “obligados” a permanecer en un aula, día tras día, sin que ellos puedan entender por qué tienen que estar allí.
Lo que yo me pregunto es que les pasa a estos niños. ¿No se relacionan porque son tímidos y apocados o son tímidos y se retraen porque no pueden defenderse de lo que les sucede? ¿Se les escucha realmente o solo se les relativiza el problema para que deje de ser problema para nosotros?
Creo que a veces sólo nos fijamos en el déficit porque solamente pensamos en buscar donde está el fallo y como subsanarlo desde un punto de vista muy material y cognitivo y olvidamos que detrás de toda conducta observable y cuantificable hay una vivencia de ese niño.
Una vivencia que para él es radical, que llena su vida, de la que no puede escapar y que trata de afrontar como puede. ¿Alguno se ha preguntado qué es lo que siente y cuáles son los comportamientos y sentimientos de aquellos con quienes comparte lugar y relación?
Cuál, con quiénes y cómo es la relación que origina esa vivencia es lo que nos debemos preguntar.
Imagínense que ustedes tienen un problema en su lugar de trabajo. Un compañero que se burla de ustedes o que les acosa. O por poner otro ejemplo, quizás tiene miedo de ser abandonado por su pareja. Pero nadie lo sabe porque es algo íntimo y personal.
Es más que probable que su jefe o compañeros noten su conducta. “Está raro”. “No habla con nadie”. Si lleva poco tiempo incluso piensen de usted que es antipático y poco sociable. Y un día su jefe incluso le comente a solas sobre su bajo rendimiento laboral.
¿Cambia algo si yo infiero de usted que es una persona tímida o que simplemente es usted así? ¿Le paso un test para que me refleje sus rasgos de personalidad e inteligencia o inicio un programa en habilidades sociales para enseñarle a relacionarse? ¿Le escribo notitas con cumplidos en la mesa para aumentar su autoestima?
La cosa no queda ahí. Luego viene el psicólogo de la empresa y por las preguntas que nos hace resulta que acabamos pensando que el problema es nuestro porque realmente no sabemos relacionarnos.
Termina la jornada, nos vamos a casa pensativos y aquí ya es cuando uno explota y piensa:” ¡qué coño sabrá toda esta gente de lo que yo estoy pasando y de lo que pasa por mi cabeza!”. “Además, ¡para que quiero relacionarme con Luis si es un idiota que me está vacilando todos los días!”…
Bien, pues lo que pasa es que estos adultos que ven nuestra conducta no entienden nada de lo que pasa. Y esto mismo ocurre con muchos niños. La vivencia es de uno, es vivida y sentida y lo que nos ayuda es la forma en que nos respetan, nos escuchan y ponen soluciones concretas a aquello que nos preocupa.
Pero enfatizo: ¡hay que ocuparse de aquello que preocupa al niño como individuo especial que lo está viviendo, no encerrarse en la torre cognitiva e intelectual de aquellas personas que desde las gafas de su historia y profesión creen ver algo y no descienden a la vivencia!
Debemos observar más allá de lo que sucede en la superficie e ir a lo necesario. Puede ser que el problema oculto o no detectado por los adultos sea que un niño atemoriza o desprecia a otro, o que en su casa sus padres discuten y se van a separar, las causas pueden ser infinitas como para enumerarlas.
En todos estos casos el problema no está en el niño, está en la situación. Intenten arreglar la situación y sepan acompañar y respetar los sentimientos del niño y ese niño afrontará la vida de otra manera.
Y como diría Saint-Exupèry miren atentos con el corazón porque lo esencial es invisible a los ojos.
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