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viernes, 19 de marzo de 2010

Cuando la violencia y la agresividad nos abraza con barniz de cariño

“Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia”. Mahatma Gandhi (1869-1948) Político y pensador indio.

La violencia anida en nuestras vidas y se inicia muy pronto. Primero en la relación de pareja con sus luchas de poder, después en la concepción en la que se inicia la relación fusional entre madre-hijo y la lucha por la supervivencia, y finalmente en las escuelas donde desde hace años se habla constantemente del acoso y del bullying.

Todos sabemos que los niños ejercen la violencia sobre otros niños y que también dirigen la agresividad hacia los adultos en la confrontación de los deseos entre unos y otros. En mi opinión la lucha por la vida es una lucha de deseos. Entonces la violencia es una relación que camina entre dos vías: una violencia es no integrar el deseo aceptable del otro (negarlo) y otra, por el contrario, aceptar un deseo inaceptable o dañino del otro (que sería ejercer la violencia contra nosotros).

La relación gira entre tu deseo y el mío, que sólo se resuelve parcialmente cuando se negocia en un acuerdo responsable, respetuoso y válido para las dos partes.

Pero hoy no quiero hablar de esas violencias, de lo que voy a hablar es de la violencia ejercida por los adultos a los niños. Adultos con una particularidad y es que son los referentes de seguridad afectiva, aquellos de los que nos decimos hinchados de orgullo que somos sus padres o sus maestros o cuidadores.

El primer error es pensar en el término violencia desde la óptica del adulto. Lo que para un adulto no es violencia o es algo trivial para un niño puede ser una agresión insoportable. En la sociedad hay tantas formas solapadas o explicitas de infligir la violencia a los más pequeños que se puede hacer un tratado de ellas.

El problema es cuando están socialmente admitidas y recurrimos a nuestro bagaje emocional y decimos eso de “a mí de pequeño mis padres me gritaban y no pasaba nada”. Tu experiencia no es extrapolable a la de otra persona. Es tuya y ha conformado una forma de ser. Has de intentar hacerlo mejor para tus hijos. Pero hagamos un breve paseo sobre violencias y agresiones:

Las más corrientes son las voces con tono amenazador, los gritos evacuados por derrame emocional, los calificativos descalificadores o por contra los insultos “cariñosos“, los zarandeos por adultos entre asustados y enfadados, las frases avisando de retirada de aprecio o chantaje afectivo para moralizar y presionar, las miradas amenazantes sostenidas y toda la actitud no verbal con la que coaccionamos a los niños para que acaten las normas sociales, nos hagan caso y no perturben el orden de la clase o de la familia,…

…bueno muchas veces no pensamos en los demás y sólo intentamos que no nos alteren a nosotros. A algunos adultos con eso ya les vale. Necesitamos paz y la movilidad natural de un niño puede alterar bastante.

Hay otras cosas más difíciles de advertir pero muy destructivas como hablar temas delante de los niños pensando que ellos no entienden o están jugando. El desalentar las iniciativas de los pequeños, el utilizar un lenguaje de doble vínculo (a un nivel se da un mensaje y, simultáneamente, pero a otro nivel, se da un mensaje que contradice al primero), el utilizar al niño para llenar nuestro vacío afectivo, etc.

Todos estos sistemas relacionales hacen mella en los aparatos psíquicos de los niños. Cuando creamos un contexto de aprendizaje que se basa principalmente en evitar el castigo para no perder el cariño de quien te cuida y lo es todo para ti, creamos una fractura, una grieta que se hunde en lo más profundo de la persona condicionando las relaciones futuras. Es la utilización del miedo como medio de control y poder…

¿Quién no ha oído a unos abuelos o a unos padres acercarse a un niño y decir eso de “los niños buenos no hacen eso” o “si haces eso no te voy a querer”?

Inquietante, ¿no? ¿Cómo construir seguridad y confianza en las relaciones cuando no puedes saber por dónde van a salir tus padres o si eres bueno o malo?

Postulo que una mente clara es producto de un afecto claro por parte de los padres y educadores. Y esto es porque unos padres y educadores lo suficientemente buenos delimitan muy bien lo apropiado de lo que no lo es.

Estas personas, padres o educadores, tienen una emocionalidad adecuada y autorregulada y que a la vez induce al reconocimiento de lo que están sintiendo ellos y sus hijos, y avanzan con naturalidad y paso firme hacia la posterior autorregulación emocional de sus hijos.

Por descontado que aquellos que ejercen la laxitud desmedida hacen un flaco favor a los pequeños. Los límites son necesarios pero sobre todo las formas, los espacios y el tiempo de poner los limites. Quizás no es un asunto de poner limites y es más de sostener las necesidades profundas de los niños. Habrá que reflexionar sobre esto.

No hace falta decir que lo importante es como se hacen las cosas y el sentido que tienen, ¿o tal vez sí? Pero sigamos con lo que sucede puertas a dentro de un colegio o una casa:

Esas palabras en matiz cariñoso de “¡ven aquí tonto!”, “¡Ay, pero que tonta eres!”, “¡gordo!”, “¡si ya decía yo que…!”

Son palabras amortiguadas en un juego relacional pero que no dejan de contener una carga latente de significados. Y que en niños más frágiles pueden tener un mayor eco. Las palabras pueden activar emociones que nos unen con experiencias y luego resuenan mediante los recuerdos estableciendo cierto estado emocional. Palabras y experiencias nos trasladan hacia nuestra subjetividad. ¿Por qué no utilizar entonces las palabras más amables y bellas junto a las experiencias más respetuosas?

Pensemos en la forma de dirigirse a un niño al que se le intenta explicar una ficha de matemáticas pero no nos atiende: “¡Haces el favor de atender, te lo he dicho mil veces! ¡Siempre estás en la luna!”. “¡Harta me tienes!”.

O cuando los niños nos hablan de todo lo que descubren de forma ilusionada y nos preguntan curiosos y entonces les hablamos de una forma como si no fuera importante y casi como que es una tontería junto a una actitud corporal de como si me dijera una obviedad y una insignificancia. Esto en mi opinión es preocupante. Hay que saber acompañar esa emoción y participar de ella.

Hay otras violencias no escuchadas, no tocadas con la mano y es la de negar la mirada, la cercanía, la contemplación de la producción del otro. Y por favor, piensen sobre esto: no es para un niño lo más duro de todo el desprecio y la indiferencia. ¿De qué sirve ese “para que aprenda” vengador?

Desviar la mirada cuando el otro la busca puede ser demoledor, sin hablarse todo está dicho, no me acepta, no soy digno de ti, no soy bueno,… no me quiere es el mensaje que le puede llegar al niño. La culpabilidad y la falta de maternaje se instalan en ese cuerpo y es un pesado lastre que se lleva en el alma.

Podemos hilar más fino e irnos a delicados detalles de los que no nos damos cuenta. Seguramente seguimos los patrones de conducta que nos fijaron nuestros padres y que ahora se han convertido en automatismos inconscientes. O no es una forma de violentar el desarrollo de un bebé limitar su movilidad, con excesiva ropa o dejándolos en sitios muy acotados para su nivel, o forzar su alimentación hasta que se coma la última cuchara. Y que me dicen de sentarlos delante de una pantalla de televisión para que “se entretenga” y aprenda con un “video educativo” o los dibujos animados.

Hay buenas maneras y malas formas de hacer esto, pero a veces no se trata tampoco de las formas que son excelentes sino de qué es lo que se interpone entre nosotros, nuestra vida y el niño. ¿Es un niño objeto o un niño sujeto? ¿Según mi disponibilidad y horario pasa de objeto a sujeto a contentar?

Ya sé que la tranquilidad y el tiempo son cosas que hoy en día todo el mundo persigue pero que pocos encuentran. Y siento decirles que para educar un niño hay que tener tiempo y transmitir tranquilidad. Hay que tener presentes que el estilo de vida que llevamos puede ser incompatible con la infancia. De hecho opino que los colegios que tenemos son incompatibles con los niños. Es toda una maquinaria de uniformar y almacenar a niños que no pueden ser tenidos por sus padres.

Lo curioso es que hay sistemas familiares amables, educados y dulces, por lo menos en apariencia, pero que albergan niños con problemas. Pienso que relación y síntoma es un binomio. Nos construimos en la relación y si no hay calidad incorporada y armonía en las relaciones tempranas difícilmente podremos tener personalidades sanas o equilibradas.

Existen violencias duras, violencias dulces, violencias pasivas, violencias buscadas, violencias deseadas, violencias muy emocionales, violencias amables, violencias admitidas, violencias asfixiantes, violencias laxas, violencias simbólicas, violencias culturales, violencias como juego,...

…violencias por imposición de deseos conscientes e inconscientes que nacieron desde la incapacidad de amar o de un amor defectuoso implacable. Es en definitiva la imposibilidad de comunicarse con el otro y de mirarse a uno mismo.

Cómo decir que una postura firme al educar no tiene nada que ver con todas estas cosas que decía antes y que forman parte de una dinámica oculta o visible de violencia. Cuándo nos daremos cuenta de que hay que dar posibilidad a la reparación de aquello que no consideramos conductas adecuadas. Que el acatamiento inmediato no es más que una solución a corto plazo y que es necesario dejar un tiempo para elaborar e integrar los mandatos que pedimos a los niños.

El escritor y poeta francés Jean de la Fontaine lo decía muy bien: “La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia”.

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