Mostrando entradas con la etiqueta supervisión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta supervisión. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de agosto de 2008

La psicomotricidad que practicamos es un continuo aprendizaje


Llevo unos días repasando mis anotaciones sobre las sesiones de psicomotricidad que he realizado este año. Estos apuntes son para mí de gran valor para reflexionar sobre nuestra práctica y sobre el desarrollo de los niños.

Entre mis notas también tengo apuntes de otros grandes profesionales porque en nuestra profesión hay un enorme valor añadido que es la gran suerte de poder ser observado por otro psicomotricista en nuestro lugar de trabajo. A lo largo de este año he podido visitar a dos psicomotricistas además de colaborar con quien fue mi maestro en la universidad.

Entre estas visitas he aumentado la profundidad de mi mirar y es que la mirada del otro cuando es respetuosa y no juzgadora hace de espejo en el que mirarnos para saber quiénes somos y que hacemos, cuales son nuestras dificultades y fortalezas; así desde esta mirada conciliadora recibir consejos y críticas es una de las formas más sanas de crecer en nuestra práctica.

Tengo ahora en mis manos la descripción de una de mis sesiones por parte de una compañera. Y siento una gran satisfacción por la de cosas que puedo aprender a través de su forma especial y única de ver lo que ocurre en la sala. Son detalles vistos desde fuera, con perspectiva, con mirada reposada y educada en la práctica psicomotriz.

Con sus anotaciones sobre la mesa me hago esta pregunta: ¿Por qué es tan importante un grupo de estudio o un compañero de trabajo? Pues porque todo lo que pasa en la sala es relación. Relación entre niños, adultos, espacios y objetos. Es un universo propio con sus leyes y códigos, es la forma de estar en el mundo, de verlo y sentirlo. Y en su variabilidad e inmensidad es difícil abarcarlo todo.

En cada sesión danzan los cuerpos y danzan las emociones, y en ese baile cada hecho es interpretado emocionalmente por su observador. Un niño interpreta una conducta de otro como una invitación amable a jugar y juegan, otro mira a la sala y decide que es más divertido estar con su ser construyendo una torre, etc.; mientras el psicomotricista observa con detenimiento la especial forma de comunicarse de cada uno.

Pero dentro de la sala en su actuación nosotros somos un elemento más de relación y sujetos por lo tanto a las leyes de situación y emoción. Sometidos a la situación física: cuando uno está en la plataforma de salto no puede estar en la otra punta de la sala; y a la situación contextual: un conflicto puede haberse iniciado en un momento que no miraba el psicomotricista perdiendo entonces para nosotros el hilo argumental de su historia generativa. Todo ello además aderezado de nuestras emociones y la de los niños.

Por estos motivos la psicomotricidad que practicamos es un continuo aprendizaje y ajuste a nuestras limitaciones. Una necesidad de entender la intención del otro, de reflexionar sobre la vida íntima que le hace ser como es y responder ajustadamente con calma y con acierto a sus necesidades de realización. Esa es una de nuestras tareas, por eso no debemos tener miedo a ser analistas analizados.

Las supervisiones son necesarias porque aprender es enseñar y enseñar es aprender. Una vez que dos personas se comunican se modifican el uno al otro, por muy sutil que parezca o no nos lo parezca. En cada sesión nos construimos y nos reconstruimos como personas y es un proceso participativo, es un feedback constante con todos los elementos que están en juego.

En esta esfera un psicomotricista que nos mire nos ayudará a ver a donde no llegamos con nuestras lentes, nos llevará luz sobre esos puntos ciegos que todas las personas poseemos. Por todo esto no me cabe duda que la gran ventaja de nuestra disciplina en sus procesos de mejora es y debe de ser su dinamismo, su apertura hacia el entendimiento, la crítica y la observación recíproca.