domingo, 22 de marzo de 2015

El invento de los cuidados infantiles

“En la cultura, como en la naturaleza, frecuentemente sistemas que son producto de fuerzas selectivas no logran sobrevivir, no porque sean deficientes o irracionales, sino porque encuentran otros sistemas que están mejor adaptados y son más poderosos”. Marvin Harris
 

“No se trata sólo de que los padres ya no sean guías, sino de que ya no existen guías, los busquemos en nuestro propio país o en el extranjero. No hay ancianos que sepan lo que saben las personas criadas en los últimos veinte años sobre el mundo en el que nacieron”. Margaret Mead


Vivimos inmersos en sistemas culturales que se miran a sí mismos preocupados por replicarse de la mejor forma posible, pero sin ver ni entender otros sistemas culturales e incluso malinterpretando los avances científicos a nuestro favor.

Hemos de comprender que cada sociedad y las personas en identificación con un grupo de referencia desarrollan unas ideas de qué es la infancia y cómo deben ser sus cuidados. 

Nuestras prácticas de crianza obedecen a sistemas de creencias que se han legitimado en pautas de comportamiento, y estas, lejos de ser verdaderas y eternas cambian con el tiempo. Al ultra convencido de su sistema recordarle que lo que nos parece correcto ahora puede verse como erróneo y trasnochado en el futuro.  Un sistema “correcto” puede volverse “incorrecto” en otra sociedad o incluso en la misma con el paso de los años. 

A veces, incluso la experiencia personal marca un cambio en esas ideas que nos persiguen para dar sentido a nuestra continua construcción de rol de padre o madre. Por ejemplo, es corriente que los padres y madres primerizos indaguen en libros, por Internet y en cursos sobre todo tipo de crianzas pero que con la experiencia, en sus próximos hijos, cambien y se relajen e incluso dejen de lado las pedagogías libres y del apego o de estimulación.

Para los convencidos ciudadanos occidentales deberíamos decir que nuestra forma de educar y cuidar no es que sea la mejor ni la que se deba implantar obligatoriamente en todas las partes del mundo. Nuestra idea de los derechos de la infancia se debe simplemente a nuestra construcción histórica.


El desarrollo infantil fluye inmerso en un sistema dialéctico entre biología y cultura, y en su extraña complejidad los cuidados están lejos de ser naturales o universales, pues cada época, generación, cultura o grupo, introduce importantes matices que perjudican o favorecen determinadas estrategias de socialización. Es por esto que los cambios seguirán produciéndose, a favor y en contra de los niños, como sucede con las sucesivas reformas de la enseñanza que imponen los distintos gobiernos según ganan las elecciones. Los historiadores saben que el “avance” de la sociedad no tiene por qué ir unido a un progreso beneficioso para la salud o la libertad del individuo per se y puede muy bien tener retrocesos, épocas florecientes y épocas oscuras.

Sin embargo, las personas buscan refugio y seguridad en compartir y extender las ideas sobre la crianza que consideran mejores. Atrincherados por las propias emociones y las de los otros, junto a los marcos teóricos desarrollados, se lanzan a una efervescente lucha emergiendo movimientos en continua pugna. En mi humilde opinión, contraponer conductismo frente a humanismo, aprendizaje conductual o guiado frente a aprendizaje no dirigido es simplemente como adherirse a un partido político. No existen los sistemas perfectos. No es el método o la teoría en sí sino la adecuación de las medidas que responden a las necesidades del sistema familiar y social.  Y digo sistema familiar porque la sociedad occidental ha girado hacia un etnocentrismo infantil que nos devora. Pone al niño en el centro respecto al que gira todo a gran velocidad y sin límites. Estamos creando individuos más narcisistas. 

Esta revolución humana viene sobre todo por el importante descenso de la natalidad. Ahora el ser humano para llegar a la siguiente generación se lo juega todo a una carta o a dos.  Esta presión de ser “los únicos hijos que tengo” es lo que hace que se les intente dotar de los máximos recursos para que tengan más posibilidades de progresar entre sus iguales. 

En el resto del mundo (y de la historia) sucede todo lo contrario, los padres tienen muy poco tiempo para atender, cuidar o estimular a sus hijos. Son los hermanos mayores los que pasan más tiempo supervisando a los niños que los adultos. 

La disminución de la natalidad en las urbes a su vez lleva implícita una alta competitividad por la alta aglomeración de individuos en las cada vez más grandes y populosas ciudades. 

Desde la ideología que nos posee, muchas veces cegándonos, se establecen separaciones entre nosotros y ellos, pues nuestra mente ignorante divide a las personas pensando que los otros son los equivocados, pero en realidad el cerebro no hace más que responder a diferencias de personalidad (biología) y a contagios de ideas (cultura), que son fácilmente transmisibles por la carga emocional que transportan (ambiente): así tenemos enfrentados a los que hacen colecho contra los que siguen el método de enseñar al bebé para que duerma solo, a los que usan pañales de tela contra los que utilizan materiales desechables, a los que consideran que se debe usar enseñanza basada en la evidencia científica y métodos conductuales contra los que piensan que los conductuales parcializan al niño no ven su globalidad y lo torturan porque lo correcto es que los bebes vivan en libertad, …

Al margen de estas espurias confrontaciones, la idea de los cuidados infantiles occidentales modernos casa muy bien con la construcción del individuo consumista occidental. La vida que vivimos, y de la que no podemos escapar, se combina en multitud de productos y servicios para los niños, pedagógicamente o científicamente diseñados,  para supuestamente mejorar o acelerar un supuesto aprendizaje o también como filosofías del amor y del cuidado para maximizar la autonomía y felicidad del individuo consumista. Para esta sociedad el consumo de felicidad es la meta porque el consumo feliz es el motor de su economía y supervivencia.

Como decíamos anteriormente, los padres y las madres, en la mayoría de las culturas, es improbable que jueguen con sus hijos tan extensivamente como lo hacemos con los nuestros. Y menos que les compren puzles, juegos educativos o les apunten a inglés, ballet y música. En cambio, en nuestra cultura, pecamos de ese: nunca es demasiado pronto para “socializar” a los bebés o reconocer su personalidad o darles todo tipo de reconocimientos y atenciones. Es una sociedad cada vez más individualista y que remarca con fuerza el Yo y el poder de decisión. La adaptación al sistema es en este caso enseñar el poder de elección entre tantos productos que comprar y que sobre el discurso de "la felicidad de la libertad" publicitada, nos acaba llenando de malestar.

Eso que hemos acabado de llamar “los métodos de cuidado de los niños” no son más que situaciones de aprendizaje dependientes de las representaciones culturales de los padres sobre las capacidades biológicas del niño: el control de esfínteres, el paso de la lactancia a los alimentos sólidos, el gateo y la bipedestación, el inicio del lenguaje, etc. son manipulados constantemente según las necesidades sociales. 

Los estudios de los antropólogos describen culturas donde los niños no reciben sonajeros, en Fiji a los niños no se les permite el contacto visual con los adultos, en Papua se anima a los niños a golpear a perros y gallinas,... la amplitud de comportamientos que nos pueden parecer aberrantes aquí son la normalidad allí y no tienen porqué llevar más sufrimiento psíquico pues responden a un ajuste a las convenciones sociales de su sistema de vida. Llama la atención que mientras nos escandalizamos de estas prácticas el índice de suicidios puede ser muy alto en  países muy  desarrollados a pesar de los grandes cuidados infantiles y la mayor inversión en educación. La pregunta es: ¿Qué está pasando? ¿Qué se nos escapa?

Nuestro hacer en la breve vida se versa sobre contenidos culturales, saberes, valores, hábitos, actitudes, normas y costumbres que son pasados de generación en generación ciegamente asegurando la continuidad del  grupo que los fomenta.

Los psicolingüistas dicen que el juego de miradas, vocalizaciones y uso del cuerpo es distinto en cada contexto cultural: en el medio anglosajón las interacciones entre la madre y el niño son la principal estrategia de socialización lingüística, mientras que entre los kaluli y samoanos sucede en interacciones mucho más abiertas con una mayor cantidad de interlocutores. 

Los estudios de los psicólogos occidentales que estudian el desarrollo del niño y la importancia del juego materno-filial parecen no coincidir con los estudios de los antropólogos. Mientras los psicólogos infantiles europeos registran que hasta el 10% de las consultas de los padres se refiere a problemas en el control de esfínteres y su aprendizaje (esperan que lo logren sobre los dos años) madres de África Oriental esperan que sus hijos empiecen este control mucho antes. 

Este tipo de cuestiones abren muchas interrogantes sobre nuestras creencias: ¿Por qué los recién nacidos en Kenia se sientan sin apoyo a los cuatro meses cuando la mayoría de los niños occidentales no pueden adquirir estos conocimientos antes del sexto mes? ¿Por qué en unas culturas los niños duermen con sus padres y los bebes de EEUU duermen solos? ¿Por qué las madres Beng en la Costa de Marfil decoran sus bebés con joyas y pintura dos veces al día? ¿Por qué los bebés chinos no usan pañal y los americanos viven obsesionados con el orinal? ¿Por qué en las favelas brasileñas a los bebés débiles se les deja morir?

Según el matrimonio de antropólogos John y Beatrice Whiting el conjunto de valores y normas de una sociedad se transmiten al niño tan pronto como antes de la edad de 6 años.  Y para David F. Lancy nuestro sistema actual de los cuidados infantiles parece surgir en el siglo XVII de la clase media holandesa cuando los niños mimados podían ser entrenados a una edad temprana debido a la abundancia. El resto es lo que ustedes están viviendo…

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