miércoles, 12 de noviembre de 2008

Somos Cuerpo y Afectividad, Deseo y Fantasía


"Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la capacidad de amar." (Giovanni Papini)
El cuerpo y sus manifestaciones son el soporte vital de la comunicación emocional. Pero de la mano de esa corporeidad está el deseo de ser aceptado, de ser querido, de ser amado.

Ser amado es sobre lo que gira la vida y es una eterna búsqueda que nunca termina.

Sobre lo corpóreo, lo físico de esa extensa piel llena de terminaciones nerviosas que nos recubre hay que añadir el funcionamiento de la vida imaginada.

Ese desear en soledad y en comunidad va esculpiendo una tupida red de millones de neuronas que escriben, reescriben, seleccionan, borran o cambian nuestra historia. Una historia que vemos que se va entretejiendo entre nuestros deseos y el de los otros.

Y en esta dialéctica a veces ni siquiera podemos elegir. Es el caso de cuando inconscientemente los deseos ocultos de nuestros padres, ya antes de nacer, al fantasear con el que fuésemos inteligentes o tontos, buenos o malos, difíciles o fáciles de calmar; crearon una dinámica velada, oculta, subterránea que nos llevo a ser lo que somos.

A partir de ahí, de esa dialéctica instaurada desde el primer día en este mundo, nuestras acciones fueron especiales. Nuestras peticiones, nuestras miradas recibieron significados únicos para ellos que mezclaban sin saberlo sus temores y sus anhelos, sus esperanzas y sus desesperanzas. Nosotros llorábamos o sonreíamos pero nuestro destino estaba en sus manos. 

De cómo interpretaban nuestros lloros o nuestras sonrisas: con preocupación o con comprensión, con desesperación o con optimismo, con impotencia o con capacidad, con agresividad o con ternura y mimo,… 
De ahí resulto el ajuste de nosotros a ellos y de ellos a nosotros. Y es que el placer o el malestar en la relación fue lo que marco los primeros impulsos hacia nuestro rumbo.
Más adelante algunas personas cercanas confirmaron esos temores (quizás solo sus propios temores): maestros, familiares y compañeros.
Desde el útero los deseos de todos ellos, más sus necesidades y las nuestras, sin darnos cuenta, empezaron a cincelar las vías neuronales que conforman y dan soporte a nuestro cerebro, y finalmente a nuestras conductas. Toda esa información social y corporal que nos bombardeaba una y otra vez: miles de señales no verbales y verbales, tonos, voces, gestos, actitudes fueron modelando la fisiología de nuestro cerebro construyendo nuestra forma de ser.
Por todo esto el síntoma, la desviación o las personalidades conflictivas en muchos casos creo que nacen principalmente de no ser queridos, de no ser deseados o aceptados desde lo más profundo de las personas que nos cuidan, que nos enseñan y que son realmente significativas para nosotros. 

Si esto es así y el sentirse amado tiene que ver con el placer de comunicarse con éxito afectivamente creo que deberíamos llenar las escuelas de salas de psicomotricidad y de expertos psicomotricistas relacionales.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La educación terapéutica


"Lo trágico surge a partir de la acumulación de lo insignificante." (Anónimo)
La institución escolar como la conocemos actualmente es una escuela unidimensional hacia el conocimiento. Pese a los intentos de integración en ella solamente los más capaces para su sistema de enseñanza son premiados para avanzar por sus etapas.
A mí me gustaría otro tipo de escuela. Una considerada como el lugar donde intentar dar oportunidades a todas las personas mediante su educación emocional.
Es una tarea difícil porque los condicionantes genéticos, sociales, económicos o físicos nos limitan. Pero quiero ir más allá, desde la perspectiva que alumbro sanidad y educación han de confluir.
Afirmo esto porque la escuela es un lugar privilegiado para detectar problemas y dificultades no solamente de aprendizaje sino también relacionales, de salud física o mental, familia, etc.
Como bien dice el catedrático de psiquiatría y presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, Enrique Baca: “El ambiente nos influye desde el mismo momento de la concepción. Posteriormente es la acción y relación con la familia primero y en el sistema educativo después los que afectan de manera más directa en la modulación de la salud mental del individuo,…”
Visto así la escuela infantil ha de ser una escuela completa de salud y sus profesionales maestros especializados en detectar, derivar y saber afrontar en el día a día los problemas de desarrollo psicológico. Creo que lograremos una sociedad mejor cuando eduquemos para el equilibrio psíquico y emocional del individuo y de la sociedad por encima del primar tener muchos conocimientos adquiridos.
Estaba hace poco leyendo la definición de salud de  la Organización Mundial de la Salud. Este organismo la define como "un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solo la ausencia de enfermedad".
Con solo leerla uno se da cuenta de la utopía de conseguir un estado continuo de completo bienestar. Pero no nos engañemos, si  no tratamos de intentar dar ese bienestar a los niños, aunque esten bien cuidados en los momentos clave del desarrollo infantil, no conseguiremos ni acercarnos de lejos a este objetivo de educar para la Salud.
Para esto falta un largo camino en el que hay que preparar y dotar de recursos a maestros, profesores y educadores en una nueva concepción más global del ser humano donde se tenga en cuenta el universo psicológico en su infinidad de variaciones. En mi opinión hemos de ir avanzando hacia la psicoeducación.
Lo importante es no quedarse en la superficie de los problemas y cambiar las estructuras de aprendizaje actuales. Pienso que nuestra disciplina, la psicomotricidad relacional, tiene y tendrá una importancia crucial para caminar por este nuevo camino.

domingo, 26 de octubre de 2008

El niño que fuimos y el niño que no fuimos

Los niños hacen y no hacen, juegan y no juegan, están y no están. Cada juego, cada sensación, cada emoción sentida o faltante va formándonos y todo eso a lo largo del tiempo se va sedimentando dando una tendencia a nuestra forma de ser.
Cuando uno se dirige a la vida o a la sala de psicomotricidad tiene que lidiar con aquellas ausencias o presencias que tuvo de niño. Al entrar en una sala psicomotriz toda esa maleta emocional que viene con nosotros puede estar compuesta de múltiples formas.
Los hay que la tienen repleta con ropas grises de abrigo para el invierno, otros de alegres colores para el verano,… algunos otros llevan un poquito de todo, hasta un arco iris multicolor capturado después de una tormenta.
¿Cómo es nuestra maleta? ¿Ordenada o desordenada? ¿Llena o con lo imprescindible? ¿Hay ropa elegante o unas zapatillas para andar por casa? ¡Hay tantas posibilidades!
En cada sesión que iniciamos este equipaje se abre y entonces si sabemos mirar hacia nuestro interior podemos ver aquello que nos acompaña. Quiero subrayar que también los vacios nos llenan.
Esas cosas que nos olvidamos en su día o que las circunstancias de la vida no permitieron vivirlas siguen con nosotros de una forma o de otra y ahora quizás no lo vemos porque están en forma de carencias, en el vacío de eso no vivido o de mal vivido, pero todo ello forma parte de nosotros y con ese ropaje particular investimos o permanecemos en la sala.
Cuando trabajamos sacamos nuestra mejor de las intenciones pero salimos a escena con las sensaciones que almacenamos en nuestro inconsciente y con nuestras defensas. Defensas que también acompañan a nuestro estado de ánimo. ¿Hoy que me pongo? : ¿Camiseta de tirantes o jersey de cuello alto? He sentido un poco de frío. ¿Quizás un plumífero impenetrable a cualquier mirada en el que estar calentito y muy a gusto?
Aquí está el peligro, hace falta sentir con cierta precisión el frío o el calor que vivimos y experimentamos para saber la temperatura de la sala y de nuestros niños. En la sala nuestra piel sentida es nuestra mejor prenda porque es importante tener una emoción y una vivencia compartida ya que ésta se convierte en un principio maravilloso para llegar a una comunicación plena:
Cuerpos que sienten, cuerpos que comparten, cuerpos que se ajustan para entenderse. La comunicación es tónica muscular incluso cuando hablamos o intelectualizamos. Y lo maravilloso de las maletas es que podemos aprender a hacerlas y deshacerlas.
De ahí la gran importancia del autoconocimiento, la aceptación y la supervisión cuando hace falta. Al unir las “pieles” aumentamos el área de nuestros sentimientos y de nuestros conocimientos.
Gracias Juan Cruz y gracias Miguel. Hoy he podido escucharos de piel a piel.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Desarrollar capacidades


Hay personas que tienen grandes capacidades y ese es el caso de Nerea Iturgaiz. Me encontré con ella en un curso de diseño de páginas Web y se sentaba a mi lado. 

Casi todos los días con gran paciencia me explicaba las cosas que aunque elementales, a mí me costaban un montón.  La ilustración que he puesto en esta entrada la hizo un día con gran rapidez, le bastaron unos golpes de ratón y acabo dejándome boquiabierto. Es solo un borrador así que imaginaros lo bien que puede dibujar, yo que he podido ver algunas de sus páginas Web no he visto diseños más bonitos y mejor hechos. 

Bien cuando trabajamos con personas sean estas adultos o niños hay dos cosas que tenemos que tener presentes y son el tiempo que les dedicamos y la perseverancia en las metas que nos hemos propuesto. 

Pensemos que la capacidad para realizar una tarea tiene mucho que ver con las veces que ensayamos ese conjunto de acciones que nos llevan a terminarla.

 Llegados a este punto vemos que para hacer cualquier cosa nos servimos de nuestro cuerpo como principal herramienta para realizar nuestras acciones. 

He de matizar que para un psicomotricista mente y cuerpo forman una unidad. Lo uno repercute en lo otro. Entrenar el cuerpo es entrenar la mente y viceversa. 

Os pongo un ejemplo, cuando un niño se sube a una espaldera, se quita los zapatos, hace un puzzle o se abrocha una bata está realizando complejos cálculos para aprender a utilizar la fuerza justa y necesaria o la coordinación ojo mano para que su cuerpo interactúe de manera exitosa con el mundo y esos objetos que le rodean.

Si por nuestros miedos a que se hagan daño, falta de tiempo o por falta de paciencia no dejamos que los niños perseveren en sus intentos de subir, bajar, saltar, vestirse, construir o destruir,… entonces no podrán poner en práctica sus potenciales capacidades. Está claro que hablo de dejarles hacer y de jugar en ambientes seguros si se sube a una barandilla el no ha de ser rotundo.

A lo que me refiero es cuando les sobreprotegemos o por el contrario les abandonamos a su suerte. En estos casos les secuestramos las posibilidades de ensayar las habilidades que necesitan para ser autónomos y sobre todo les impedimos los intentos de conseguir logros. Algo muy importante para que se conviertan en personas seguras y con buena autoestima.

Desde esta situación tan sutil de prohibir demasiado, de inhibir los intentos de los chicos o de lanzarlos sin cuidado a todo tipo de acciones moldeamos sin darnos cuenta unos tipos de personalidad que pueden repercutir luego en la escuela y en su vida de adulto. 

No hablo del temperamento que es más genético y cada persona nace con uno sino de rasgos que son fijados a través de la educación recibida, de la relación con los otros. 

Observando uno se da cuenta que hay niños que prácticamente no se mueven, quizás porque les riñen cuando lo hacen: “¡estate quieto!”, “¡no subas allí!”, “¡bájate!”, etc. Circunstancias que cuando no son ajustadas impiden el desarrollo psicológico y motriz del niño.

Por otro lado hay niños que no saben pararse y por lo tanto no progresan en otras dimensiones, son niños a los que no se les ha parado y ahora son incapaces de transitar con atención y tranquilidad en determinadas tareas.

Si queremos desarrollar las capacidades de los niños debemos acompañar con sabiduría, dejando hacer o conteniéndolos cuando no saben hacerlo. 

El contexto que nos rodea es decisivo. Como ejemplo de lo que os digo, con la dedicación y la paciencia que me dio Nerea, la profesora y mis compañeros ahora seguramente por fin sea capaz de conjuntar mejor los colores y las formas en las páginas Web que haga.

Un saludo y gracias a todos mis compañeros.

domingo, 21 de septiembre de 2008

El universo adecuado


Imagínense un lugar donde pueden hacer  lo que más les guste, un lugar donde tengan libertad y las cosas que necesitan. Un terreno donde no hay nada que temer porque la seguridad es lo primero y donde además están con sus mejores amigos.  

Desde que entran en ese sitio hay una persona especializada que vela por que ustedes estén  a gusto y seguros y que además cuida de que tengan lo que necesitan para que vayan creciendo y madurando con placer. 
En este espacio del que les hablo suelen florecer las felicitaciones y los halagos así como los límites, pero donde a la vez no son juzgados ni castigados arbitrariamente y esto es porque les comprenden sus miedos y valentías, sus fantasías y realidades, sus dificultades y talentos.
En este universo del que yo les hablo les valoran sobre todo su presencia como seres únicos y especiales, les miran sus dibujos, sus juegos y todas sus producciones con gran interés y cariño. 

No me dirán que no es como estar en el cielo. Pues eso es precisamente una sala de psicomotricidad relacional para los niños. Un espacio donde son libres para jugar a lo que más les guste, con gran cantidad de materiales con los que imaginar a ser bombero o bombera,  vaquero o vaquera, príncipe o  princesa, pirata, superman, spiderman, tortugas ninja,... 

A donde yo les quiero llevar es a un espacio en el cual las colchonetas, las espalderas y los bloques de gomaespuma son montañas que escalar, abismos que saltar, cabañas que construir, batallas que librar y tesoros que descubrir. Lugares donde se disfruta del cuerpo con volteretas, balanceos o caídas sobre mullidas colchonetas.

Déjenme explicarles que todo eso es un lugar donde hacer y hacerse como persona, un lugar donde sentir y aprender a sentir porque cuando los niños tienen ese medio ambiente especialmente diseñado y equilibrado, libre pero con normas, entonces favorecemos el que se desarrollen con armonía. 

Jugando y en relación con los otros consiguen aumentar su confianza en sí mismos, en sus capacidades y posibilidades  puesto que poco a poco por sí mismos van conociendo y poniendo a prueba su cuerpo y su mente.

En ese ambiente que vengo contándoles, día tras día con sus sentidos relacionarán conceptos mientras los viven: alto, bajo; izquierda, derecha;  delante, detrás;  cerca, lejos; grande, pequeño, etc. 

Todo será analizado y memorizado a través de sus músculos, su piel, sus emociones, su vista, su oído, equilibrio,…

En definitiva eso y mucho más es lo que ocurre en el universo adecuado que con mimo y unas directrices especiales crean los psicomotricistas relacionales. 

¿Será entonces cierto que los niños sueñan con salas de psicomotricidad?

lunes, 25 de agosto de 2008

La psicomotricidad que practicamos es un continuo aprendizaje


Llevo unos días repasando mis anotaciones sobre las sesiones de psicomotricidad que he realizado este año. Estos apuntes son para mí de gran valor para reflexionar sobre nuestra práctica y sobre el desarrollo de los niños.

Entre mis notas también tengo apuntes de otros grandes profesionales porque en nuestra profesión hay un enorme valor añadido que es la gran suerte de poder ser observado por otro psicomotricista en nuestro lugar de trabajo. A lo largo de este año he podido visitar a dos psicomotricistas además de colaborar con quien fue mi maestro en la universidad.

Entre estas visitas he aumentado la profundidad de mi mirar y es que la mirada del otro cuando es respetuosa y no juzgadora hace de espejo en el que mirarnos para saber quiénes somos y que hacemos, cuales son nuestras dificultades y fortalezas; así desde esta mirada conciliadora recibir consejos y críticas es una de las formas más sanas de crecer en nuestra práctica.

Tengo ahora en mis manos la descripción de una de mis sesiones por parte de una compañera. Y siento una gran satisfacción por la de cosas que puedo aprender a través de su forma especial y única de ver lo que ocurre en la sala. Son detalles vistos desde fuera, con perspectiva, con mirada reposada y educada en la práctica psicomotriz.

Con sus anotaciones sobre la mesa me hago esta pregunta: ¿Por qué es tan importante un grupo de estudio o un compañero de trabajo? Pues porque todo lo que pasa en la sala es relación. Relación entre niños, adultos, espacios y objetos. Es un universo propio con sus leyes y códigos, es la forma de estar en el mundo, de verlo y sentirlo. Y en su variabilidad e inmensidad es difícil abarcarlo todo.

En cada sesión danzan los cuerpos y danzan las emociones, y en ese baile cada hecho es interpretado emocionalmente por su observador. Un niño interpreta una conducta de otro como una invitación amable a jugar y juegan, otro mira a la sala y decide que es más divertido estar con su ser construyendo una torre, etc.; mientras el psicomotricista observa con detenimiento la especial forma de comunicarse de cada uno.

Pero dentro de la sala en su actuación nosotros somos un elemento más de relación y sujetos por lo tanto a las leyes de situación y emoción. Sometidos a la situación física: cuando uno está en la plataforma de salto no puede estar en la otra punta de la sala; y a la situación contextual: un conflicto puede haberse iniciado en un momento que no miraba el psicomotricista perdiendo entonces para nosotros el hilo argumental de su historia generativa. Todo ello además aderezado de nuestras emociones y la de los niños.

Por estos motivos la psicomotricidad que practicamos es un continuo aprendizaje y ajuste a nuestras limitaciones. Una necesidad de entender la intención del otro, de reflexionar sobre la vida íntima que le hace ser como es y responder ajustadamente con calma y con acierto a sus necesidades de realización. Esa es una de nuestras tareas, por eso no debemos tener miedo a ser analistas analizados.

Las supervisiones son necesarias porque aprender es enseñar y enseñar es aprender. Una vez que dos personas se comunican se modifican el uno al otro, por muy sutil que parezca o no nos lo parezca. En cada sesión nos construimos y nos reconstruimos como personas y es un proceso participativo, es un feedback constante con todos los elementos que están en juego.

En esta esfera un psicomotricista que nos mire nos ayudará a ver a donde no llegamos con nuestras lentes, nos llevará luz sobre esos puntos ciegos que todas las personas poseemos. Por todo esto no me cabe duda que la gran ventaja de nuestra disciplina en sus procesos de mejora es y debe de ser su dinamismo, su apertura hacia el entendimiento, la crítica y la observación recíproca.

jueves, 14 de agosto de 2008

Vivimos en envolturas sensoriales distintas

"Será mi sangre una tinta como pocas y mi piel será el papel que guardara mi memoria." (Anónimo)

Estamos rodeados de envolturas, capas que nos ayudan a nutrirnos o que nos desgastan o dañan. La capa más visible es la piel, a la piel se acercan los abrazos, los besos, las caricias, los cachetes, los golpes, el frío, el calor, los sonidos… todo un inmenso mundo sensorial al que se le une poco a poco un significado emocional especial para hacernos felices o infelices.

Toda esa envoltura que nos envuelve, la más cercana la piel, se ve rodeada por otra capa superior en la que a veces no se piensa, que es la piel y las palabras de los demás, la de todas esas personas que nos rodean creando nuestra vida y nuestro universo. La piel y las palabras son por tanto los ladrillos con los que nos construimos.

Aquí con estos dos elementos se inicia la más radical diferenciación entre las personas. Hay quienes desde que se levantan por la mañana a su piel y a sus oídos llegan abrazos precisos, besos sinceros, palabras sentidas de amistad y cariño y hay quien desde que se levanta no siente más que vacío, distancia, frialdad o palabras ásperas y llenas de resentimiento.

Tampoco hace falta que a uno lo traten mal para vivir en un mundo distante, extraño o confuso. Todo se gesta desde la cuna, ahí uno se encuentra con la forma de mecernos de nuestros padres y madres, de la forma cuidadosa o nerviosa de atendernos, alimentarnos o asearnos. Y así de ésta forma tan sutil nos instalamos en nuestros mundos sintientes, únicos y verdaderos, intentando comprender lo que vemos a través de esta piel cuidada y abrazada o dañada por la fuerza o el vacío.

Para vivir y vivirse en la Educación y en la vida hace falta desarrollar una capacidad de AMAR (lo pongo con mayúsculas), que es una sensibilidad para poder ajustar nuestro cuerpo y nuestra comunicación a los sentimientos del otro. Esto es lo que nos enseñan nuestros padres si han tenido la suerte de poder aprenderlo de sus padres o de la vida.

Muchas veces sólo repetimos aquello que nuestros progenitores por sus circunstancias de vida pudieron transmitirnos: sus miedos, sus ideas, su confianza o desconfianza, su amor o su odio, en definitiva su forma de relación.

No es el dinero, ni la posición social, ni la educación en grandes colegios o los títulos universitarios lo mejor que pueden dejarnos para nuestro futuro sino esa capacidad de AMAR para sentir con mesura, con especial sensibilidad y ajuste y así poder transmitir, irradiar el cariño a nuestros seres queridos.

Si uno llevado por un sentimiento de amor abraza muy fuerte y no es capaz de darse cuenta que le está haciendo daño al niño o a la persona que está abrazando, su afectividad puede ser mal entendida. Se envía entonces un mensaje contradictorio y sobre todo un niño se encuentra ante este dilema: “¿Querer es que me hagan daño?” “¿He de esperar que la persona que me ama también me lastime porque me quiere?”

Si uno según su estado de ánimo da inesperadamente besos efusivos y después pasados unos minutos aparta con la mano desairada el acercamiento de un niño porque no le deja ver su programa de televisión favorito. ¿Qué puede esperar de la vida un niño así tratado? ¿Podrá confiar en las demás personas si no puede “fiarse” de sus padres?

El mundo sensorial del que rodeamos a nuestros hijos es lo que va conformando su mente y sus pensamientos. Las caricias, los cumplidos, los reconocimientos, papá, mamá, la abuela, el abuelo, el hermanito o hermanita, los niños con los que se relaciona, las canciones, la alfombra donde se sienta, los juguetes, la guardería a la que va, los columpios, el parque, ,… todo se va registrando en la memoria y va construyendo su historia. La única que él tiene y que dará el sentido o sinsentido a su vida.

Los ambientes y los estados anímicos de los que los rodeamos no son inocuos y son todos muy diferentes dejando huellas mnémicas de por vida (en la memoria consciente e inconsciente). No es lo mismo un ambiente tranquilo, estructurado que un ambiente lleno de ruidos excesivos, gente extraña para el crío entrando y saliendo, o donde debe permanecer atado en una sillita de niños durante mucho tiempo mientras una maraña de estímulos invade la mente en formación de este pequeño.

No es cuestión de aislarlos en burbujas ni de llevarlos a cualquier sitio sino de saber ajustar la cantidad de estímulos y el tiempo de exposición. Como siempre es una cuestión de sentido común y de sensibilidad para “darse cuenta” y sobre todo descentrarse de las necesidades adultas y pensar en la gran responsabilidad que tenemos hacia ellos.

lunes, 11 de agosto de 2008

Sobre la frustración de los niños y de los adultos

"En la vida hay dos caminos: Uno el que buscas y otro el que te encuentras. El que te encuentras son interrogantes, y el que buscas son respuestas." (Anónimo)

Me ha gustado esta cita porque refleja que el autor se ha reconciliado con la frustración de vivir y a la vez me ha hecho reflexionar: ¿No es la frustración de los niños la frustración de sus padres, de sus maestros, de la sociedad?

La frustración de educar buscando resultados rápidos e inmediatos se ha instalado en nuestras vidas, ese "que me obedezca, ya" porque tengo que ir a trabajar. No será que quizás queriendo huir de nuestra propia frustración cotidiana de la inmediatez actual hemos creado un mundo artificial y lejano de la realidad para nuestro hijo en el que todo le es concedido al menor requerimiento, rodeándolo de una burbuja impermeable donde no puede aprender que en la vida no siempre todo puede salir como planeamos.

Mi madre me solía decir que las cosas hay que hacerlas porque sí, y cuando insistía me respondía porque era mi madre y buscaba lo mejor para mí y que por burro que me pusiera no lograría ver la televisión o tener los cromos o el último juguete de moda.

Sí, eso decía mi madre pero hoy en día los que están de moda son los niños chantajistas, esos que han aprendido a manipular para satisfacer sus deseos. Son chantajistas porque los adultos los sobornamos con premios constantemente: para que vayan a la cama, para que desayunen, para que se vistan, para que nos dejen espacio,...

Sobornar significa según el diccionario corromper a alguien con dinero o regalos para conseguir de él una cosa. No es de extrañar que con este inicio se empieza a quebrar la enseñanza en valores, el respeto a los mayores y que luego como resultado veamos que no nos obedezcan.

También observo que abundan los sistemas de psicología que usan los refuerzos positivos que premian las conductas deseables, y cada vez tenemos a más niños como locos poniendo pegatinas en una cartulina a modo de puntos para conseguir jugar a la videoconsola. Este sistema no creo que sea la panacea porque el hecho sustancial y que creo que les puede hacer funcionar es sobre todo la relación que se establece con el niño. Esto es el hecho principal y significativo. Quizás muchos padres hasta no instaurar un sistema conductual de estos no se han parado a ver y a entablar una relación afectiva efectiva con sus hijos. Y si está relación no se da montaremos un sistema de recompensas sobre el vacío.

Es una cuestión complicada, queriendo hacerles felices (o hacernos a nosotros momentáneamente felices) hemos plantado la semilla de la infelicidad pues de lo que se trata por su bien es que aprendan a gestionar su frustración, no de suprimirla por completo.

Incluso se trataría de educarla, de cómo sentirla apropiadamente. Si cuando algo no sale o no se consigue esto se convierte en rabia, agresividad y malestar generalizado y no controlable entonces estaríamos ante una frustración dañina.

Por el contrario si junto a una maravillosa sustancia que puede ayudarnos con este mal, que se llama paciencia, se cultiva en casa y no la venden en farmacias; lográramos asociar el fracaso en conseguir lo que deseamos a una prueba, a un intento de aprendizaje, de superación de la adversidad y a un saber esperar el momento, entonces les daríamos a estos niños el mejor de los regalos.

La Educación que planteo debe tener por principal meta el procurar una gran riqueza, calidad y calidez emocional. Aprender a sentir, aprender a descentrarse, a conocerse a uno mismo, sin esto podemos abocar a muchos niños a futuros trastornos mentales y conductuales. En la vida ganar o perder no es lo importante sino saber por qué se lucha y por qué se vive. No perder de vista el objetivo a largo plazo de la Educación.

Recuerdo las palabras de un hombre que era maestro de artes marciales y que una vez me dijo: "Un buen luchador no es el que gana todos los combates, es el que aunque le tiren a la lona repetidamente se levanta una y otra vez para pelear de nuevo" y quien dice luchador, dice padre, madre, maestro o psicomotricista. El futuro son nuestros hijos y no podemos rendirnos.

jueves, 7 de agosto de 2008

No sabemos comunicarnos


Siempre he pensado de las personas que se dedican a la Educación que les debería gustar más aprender que enseñar.

Y digo esto porque la característica más sobresaliente cuando uno está frente a un niño, un adulto o un aula es saber mirar y "darse cuenta" de lo que sucede. Uno no puede obviar lo que le sucede al otro, su realidad sentida, y con esa información debe ajustarse a su necesidad de escucha si no quiere naufragar en la difícil aventura de comunicarse con éxito.

Es un hecho que llenamos la vida de comunicaciones vagas y repletas de equívocos por no acompañar en los tiempos, en las pausas, en las miradas y en los deseos a las personas con las que interactuamos. Quizás estamos tan centrados en nuestras preocupaciones y en lo que tenemos que hacer que nos quedamos recluidos en nuestro interior y no exploramos el mundo como debiéramos.

Si nos comportamos así, ¿qué modelo de atención damos a los niños? Si uno no se toma la molestia de ponerse enfrente del niño al que se dirige, se agacha para ponerse a su altura. En esa postura en la que los ojos pueden conectarse, mirarse y toda la atención de nuestro cuerpo y de nuestra mente se dirige a reconocerle su intención, su necesidad, su situación, su existencia como ser importante y valioso para nosotros, si uno no hace esto como van a aprender la necesidad de escucharnos.

¿Tendrá algo que ver todo esto con los tan populares trastornos de atención que sufren los niños hoy en día?